Los relicarios son recipientes, de varias formas y materiales, que se usan para contener las reliquias de los santos. Por lo general, la reliquia es alguna parte de su cuerpo o también objetos que le pertenecieron o que se usaron en su martirio.
La función del relicario es la de conservar la reliquia de forma adecuada y asegurar la correcta exposición a la gente para su veneración. Existen numerosos tipos de relicarios, de diferentes dimensiones y materiales, según la clasificación y antigüedad de la reliquia.
Historia de los relicarios
La historia de los relicarios se remonta al siglo IV y siempre han tenido como finalidad conservar lo mejor posible las reliquias, consideradas santas. Los altares construidos sobre las tumbas de los mártires cristianos -o sobre lugares sagrados relacionados con la vida de Jesús- pueden considerarse como los primeros relicarios.
Las formas cambiaban según el tipo de reliquia que albergaba. Los más antiguos eran simples cajas o baúles de madera llamados "escriños" y algunos podían tener la forma de una iglesia. Más tarde, para preservarlos mejor, se comenzaron a construir con metales preciosos, trabajados de forma artística.
Hacia el siglo IX se generalizaron los relicarios que contenían fragmentos de la Cruz. Estos, por lo general, tenían forma de cruz y eran denominados "estaurotecas".
A partir del siglo X comenzaron a aparecer relicarios con una forma muy ligada a la parte del cuerpo que contenían (mano, dedo, cráneo, brazo, entre otros) y, durante la Edad Media, el "feretrum" (forma de ataúd) era la más extendida.
Martín Lutero y las reliquias
La Reforma protestante impulsada por Martín Lutero se opuso al uso de relicarios por considerarlos objeto de idolatría; por ello, en este período se destruyeron muchos relicarios para recuperar los metales preciosos con los que estaban hechos.
La doctrina de la Iglesia y las reliquias
Con respecto a lo sucedido con la Reforma de Lutero, el Concilio de Trento declaró:
"Instruyan también a los fieles en que deben venerar los santos cuerpos de los santos mártires, y de otros que viven con Cristo, que fueron miembros vivos del mismo Cristo, y templos del Espíritu Santo, por quien han de resucitar a la vida eterna para ser glorificados, y por los cuales concede Dios muchos beneficios a los hombres; de suerte que deben ser absolutamente condenados, como antiquísimamente los condenó, y ahora también los condena la Iglesia, los que afirman que no se deben honrar, ni venerar las reliquias de los santos; o que es en vano la veneración que estas y otros monumentos sagrados reciben de los fieles; y que son inútiles las frecuentes visitas a las capillas dedicadas a los santos con el fin de alcanzar su socorro".