Empieza un nuevo año, días de planificar proyectos, sueños e ilusiones.
En las próximas semanas me hacen mi 30ª cirugía. Una cirugía que esperamos acabe con mi dolor. Dolor que me acompaña hace más de 4 años al andar y hace 8 meses tengo un gran dolor diario. Me amputaron una pierna y pude salvar la otra y tengo diálisis 6 días a la semana: en su ausencia moriría en una semana. No estoy en lista de espera, que permitiría la llegada de un trasplante que mejoraría infinitamente mi vida. Sería el 4º, lo que añade complicación a su llegada. Con estos mimbres, es difícil mirar al horizonte con la alegría y las ganas deseados.
¿Cómo el Dios bueno y del amor permite tanto dolor desde que nací? Soy hombre de fe y esto me ha creado muchos problemas, dudas e incomprensiones. Hasta que después de hablar con sacerdotes, estudiar, pensar y rezar, me di cuenta de que no es Dios quien manda las cosas, sino quien nos da la gracia para afrontarlas.
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Esto, que tanto me costó, hoy me ayuda mucho. El dolor no cesa, pero no desespera. Es un proceso de transformación, en el que avancé ayudado por una frase de Benedicto XVI en el Líbano, "la locura de la Cruz es hacer del sufrimiento un grito de amor a Dios", que se convirtió en mi lema de vida.
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Es un proceso largo y continuado. Fui aceptando mi situación, asumí mi Cruz, y no sólo eso, la abracé y aprendí a amarla. Amarla como síntoma de amor a mi vida, al mayor tesoro que Dios nos da, la vida, aunque en algunos casos, como el mío, venga con un envoltorio muy feo.
El trabajo de hacer las paces con mi realidad
Esto conllevó mucho trabajo de conocimiento personal en muchas horas de ingreso, un trabajo largo, de una vida entera enfermo, de muchas conversaciones conmigo mismo, muchas horas de dudar, llorar y de rezar con intensidad.
Un trabajo
de hacer las paces con mi realidad;
de ser adolescente y pensar que podía morirme si no iba a diálisis, en lugar de pensar en salir con amigos;
de perder tres trasplantes y pasar ocho años en diálisis sin hundirme;
de aprender a mirarme al espejo sin una pierna, con la tripa llena de cicatrices y un catéter en el cuello y quererme.
Ese trabajo me ayudó a ser consciente de que la enfermedad me obligaba a renunciar a muchos de mis sueños e ilusiones, a un futuro incierto, irreal e intangible. Y sin preguntar, me obligó a vivir un presente real, en el que puedo actuar.
Esa renuncia, ese a veces sentirte en la nada, me enseñó a valorar que realmente se necesita muy poco para ser feliz.
Se necesita ser uno mismo y confiar en Dios. Ese paso es el que me hizo ser feliz en mi situación.
Y ese ir avanzando día a día me ha enseñado a dotar de sentido mi vida, puede hacer que una vida de enfermedad se convierta en una vida fértil. Es más, el desprendimiento forzado, característica fundamental de la enfermedad, desde esa nada que decía antes, es una oportunidad de santificar el sufrimiento. De ofrecerlo por los demás y hacer un bien infinito sin saber dónde, de acercarnos a Jesús en su Pasión.
Ese día que aprendes a quererte como eres, con la vida que tienes, con amor a tu Cruz y dando gracias a Dios por la vida, todo se convierte en un regalo.
Ese día empecé a dar gracias de corazón por el regalo que es mi mujer, Sara. Por la suerte, de que de ese regalo divino nos viniera un tesoro, Amelia, que con 4 años me enseña a creer y hacer este camino al decirme cosas como a dos días de una cirugía al caérseme unas lágrimas:
"Papá, los padres no lloran, miran al cielo y rezan”.
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El regalo de la vida desde la debilidad
Por poder curar pacientes en mi consulta, enseñar asignaturas y acerca de la vida a mis alumnos en la universidad y acercar el regalo de la vida desde la debilidad de la enfermedad en mis conferencias.
Esa confianza de Amelia en Dios la quiero para mí, la que puede dar la vuelta a una situación horrible, que nos agobia y atenaza y ante la perspectiva de un año con no muy buenas perspectivas, sólo puedo decir alto y de corazón:
"¡Soy un tipo con suerte!"
Porque caminando de la mano del Padre y la Madre, nada malo puede pasar y de lo malo, podemos crecer, construirnos y encima ayudar a muchísimas personas.
Un día pensé que podía ayudar a los demás, que si lo contaba, podía hacer apostolado de las grandezas de Dios incluso en la desgracia. Me llevó a crear mi cuenta de instagram, @untrasplantado, desde donde cuento mi día a día de la enfermedad. Donde dando poco, recibo mucho.
En definitiva, no es importante cómo venga la vida, sino cómo la afrontamos. Y con la confianza de la Santa Madre Maravillas:
"Lo que Dios quiera, cuando Dios quiera y como Dios quiera."
Sabiendo, como dijo el Santo Padre Benedicto XVI el día de su elección como Papa:
"Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes."
No caminaremos solos y, aunque no desaparece el dolor, ni el miedo, ni la incertidumbre, la confianza evita caer en la desesperanza o el agobio.