La Penitencia, como nos lo explicaba San Juan Pablo II en Reconciliación y Penitencia, es todo aquello que ayuda a que el Evangelio pase de la mente al corazón y del corazón a la vida. Es decir, la penitencia es una ayuda para que podamos realmente vivir el Evangelio.
Un santo de la Edad Media, que había entendido bien lo que era la Penitencia decía: la primera y más importante penitencia es Orar. Pero, ¿por qué ayunar es el mejor complemento de la oración, para incrementar nuestro bienestar espiritual?
En este artículo veremos la importancia del ayuno en nuestra vida. Decía el padre Rainiero Cantalamessa, al referirse a la santidad y su relación con la Penitencia, que "es el arte de quitar todo lo que estorba en el hombre a fin de hacer visible esa santidad ya contenida en el hombre desde el bautismo".
Y una de las cosas que más le estorban al alma es vivir esclavizados a los apetitos del cuerpo y a la compulsiva e inevitable necesidad de satisfacerlos. Se necesita liberar a nuestro cuerpo de la prisión en la que vive al tener que estar cumpliendo con todos sus caprichos y necesidades. De ahí que un beneficio muy importante del ayuno es que el cuerpo se doblegue a las instrucciones de la razón y las cumpla cabalmente.
La intención es muy trascendente, pues al dejar de comer no se busca bajar de peso ni aumentar una mayor presencia estética sino mejorar la salud del cuerpo y del alma.
Por este motivo el ayuno, junto con la oración, se convierten en una ofrenda y una disposición a escuchar la voz de nuestra conciencia espiritual más que a los apetitos carnales. Es más, una renuncia que abre el espacio para que hagamos más caso a la voluntad de Dios que a la nuestra.
Crecer en el autodominio
Es aumentar el poder de dominarnos a nosotros mismos, con la noble intención de ofrecerlo por amor a quien nos ha creado. Por eso no es una restricción, castigo o una especie de tortura al cuerpo y a nuestro estilo de vida. Es, en cambio, una entrega más plena a darle más importancia y espacio a nuestro apetito por Dios que al de la comida.
Una de las grandes ventajas de ayunar, es que vamos descubriendo el beneficio directo de comer lo que quieres y cuando lo desees y no cuando tengas hambre y peor aún antojos.
Así, ingieres sólo lo que necesitas y en los horarios que dictaminas y no te ves obligado por tu agenda y mucho menos por tus antojos.
Al purificar nuestra mente de tantos apetitos, también nuestro cuerpo recibe muchos beneficios por comer menos, más equilibrado y menos veces al día.
Ahora que se ha puesto de moda el ayuno intermitente que implica comer solo dos veces al día y dejar al menos 16 horas entre alguno de los alimentos, se ha descubierto que llega un punto en que el cuerpo entra en autofagia, y se inicia así una señal en el sistema inmune, que debido a la falta de nutrientes, el cuerpo comienza a devorar todo lo que no sirve y es inútil. Como las células muertas. Lo que induce a una limpieza progresiva, que motiva a que se eliminen núcleos cancerígenos y excesos de grasa, por ejemplo.
Dos beneficios entre muchos
El ayuno beneficia a la pureza del alma y del cuerpo, el primero al acercarnos más a la voluntad de Dios que a la nuestra, en una muestra de humildad y ofrenda al tiempo que realizamos una renuncia a los caprichos y apetitos del cuerpo.
Y por el otro, al ayunar tomamos más conciencia de una alimentación más sana y equilibrada, al mismo tiempo que propiciamos que el cuerpo entre en autofagia y comience a eliminar la basura que intoxica al cuerpo, facilitando el restablecimiento de la salud.
Ayuno y oración es una mancuerna que fortalece el crecimiento y el bienestar, para facilitar nuestro camino de penitencia y santidad.
Cuanto más dominio tengamos de nosotros mismos, más fácilmente eliminamos lo que nos estorba. Así viajamos más ligeros por el camino espiritual que nos pide el Evangelio. Pureza del cuerpo y de la mente nos conducen al corazón, y de allí al ejercicio de la caridad.
Por donde se le quiera ver, el ayuno tiene muchos beneficios, que ciertamente hay que practicar, poco a poco y en forma progresiva.
Es bueno empezar con algunas pequeñas renuncias, hasta algún día practicar el ayuno intermitente y finalmente el de 72 horas. Siempre de manera responsable y medicamente bien guiada. Pero eso sí, plenamente ligada a la oración y a la intención de aumentar la salud corporal y espiritual. Así ejerceremos con plenitud la caridad.
Que el cuerpo no nos gobierne y mantenga en la esclavitud de los antojos y apetitos. La libertad es algo indispensable para poder amar.