En los últimos años ha circulado mucho por las redes sociales la "regla de los cuatro regalos navideños" para los niños. Esta idea consiste en: un libro, algo que realmente necesiten, algo que sirva para vestirse y algo que deseen.
En estas fechas, suele resultar muy complicado gestionar con las familias todo lo que se refiere a los regalos. Pero, tomando como referencia a los Reyes Magos, podemos encontrar luz y rumbo en este intento de dar a los regalos el peso que merecen y vivir verdaderamente la Epifanía.
Cuando regalamos, intentamos hacer feliz a quien recibe el detalle: el problema se presenta cuando estos son excesivos, pues estamos enseñando a los niños que la felicidad se encuentra en una lista de regalos, en satisfacer los deseos materiales, en una adoración a sí mismo. Los Reyes Magos adoraban a Dios.
"Adorar es encontrarse con Jesús sin la lista de peticiones, pero con la única solicitud de estar con Él. Es descubrir que la alegría y la paz crecen con la alabanza y la acción de gracias (…) Adorar es ir a lo esencial: es la forma de desintoxicarse de muchas cosas inútiles, de adicciones que adormecen el corazón y aturden la mente. De hecho, al adorar uno aprende a rechazar lo que no debe ser adorado"
(Papa Francisco, 6 de enero de 2020)
Dios nos ha regalado inequívocamente a nuestros hijos. Como los Reyes Magos, hagámonos pequeños también nosotros delante del Niño Dios para que nos ayude, a través de nuestros regalos, a transmitir a nuestros hijos que la grandeza de la vida no está en el yo sino en darse.
"Actuar en estas fechas como verdaderos Reyes Magos: es traer oro al Señor, para decirle que nada es más precioso que Él; es ofrecerle incienso, para decirle que sólo con Él puede elevarse nuestra vida; es presentarle mirra, con la que se ungían los cuerpos heridos y destrozados, para pedirle a Jesús que socorra a nuestro prójimo que está marginado y sufriendo, porque allí está Él."
(Papa Francisco, 6 de enero de 2020)
Nosotros, guardianes temporales de las almas de nuestros hijos, podemos hacerles mucho bien eligiendo con sabiduría sus tres regalos, como lo hicieron los Reyes Magos con el Niño Dios.
Oro
Un regalo que afiance su persona, que responda a algunas de sus cualidades o dones, que exprese esa finura del Señor: "Yo te he llamado por tu nombre" (Isaías 43,1). Un regalo que fortalezca su identidad: hace falta un alma recia y convencida de sí misma para no desvirtuarse y perder rumbo en el camino de la vida eterna.
Aquí caben todo tipo de regalos que respondan a sanas aficiones, hobbies, lectura, cultura, arte, deporte, clases extraescolares…
Es de vital importancia cultivar, a través de diferentes regalos, los aspectos positivos de nuestros hijos pues servirán de factores de protección frente a la apatía y el hastío en la adolescencia.
Incienso
Se trata de un regalo que corresponda con la vida espiritual, que ayude a crecer en la fe. Puede ser algún libro, escultura, juego, billetes para una peregrinación, concierto, bisutería religiosa, cuadros… En definitiva: algo que nos transmita la grandeza de Dios y nos lleve a Él.
Mirra
Esta vez trata de un regalo con un toque de sacrificio. Un regalo no solo para ellos sino para compartir con los hermanos o familia. La mirra también puede enfocarse hacia una experiencia de voluntariado ayudando a los necesitados. Otra opción es regalar los materiales para crear algo o prestar algún servicio que pueda ayudar a los demás.
En resumen, el regalo mirra será cualquier cosa que sirva como oportunidad para darse a los demás.
Nosotros, como padres, "no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno" (2 Co 4,18).
Os invito a ser audaces ante la festividad de los Reyes Magos y buscar el mejor regalo para nuestros hijos. Somos sus guías hacia Aquel que nos ama. Podemos ser, salvando las distancias, aquellos Magos que, guiados por la estrella de la vocación a la paternidad, nos acercamos a Belén a través del sagrario para presentar y adorar al Niño Dios intercediendo por lo más grande que se nos ha regalado: nuestros hijos.