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El pueblo de Venezuela sufre una terrible crisis económica desde hace más de quince años.
Esto ha llevado a la migración de casi siete millones de venezolanos, particularmente jóvenes que han tenido que dejar el país. Es una auténtica “hemorragia” de jóvenes y una pérdida de futuro. Venezuela sufre una hiperinflación descontrolada.
A comienzos de octubre, el gobierno quitó una vez más seis ceros a la moneda, en pocos años ya le han quitado 14 ceros al bolívar. Esta hiperinflación afecta a los más pobres, que ven reducidos cada vez más sus pocos ingresos, mientras aumenta el hambre y la falta de oportunidades.
Mons. Raul Biord, salesiano y obispo de la diócesis de La Guaira en el centro-norte del país, habla con María Lozano de la situación de Venezuela durante una visita a la sede internacional de la fundación Aid to the Church in Need (ACN) en Königstein, Alemania.
¿Qué puede hacer la Iglesia de Venezuela para ayudar a los venezolanos que sufren de hambre, de la ausencia de perspectivas para el futuro y la falta de recursos?
Los sacerdotes, religiosas, catequistas, agentes de pastoral y los voluntarios de Cáritas parroquiales nos esforzamos en estar cerca de la gente, especialmente de los más pobres. La Iglesia está comprometida, en las diferentes diócesis y parroquias, a socorrer a los más necesitados a través de diferentes programas de alimentación para niños y ancianos desamparados.
Hay niveles altísimos de desnutrición en niños lactantes y madres embarazadas. A los más pequeños se les mide el peso, la talla y la circunferencia muscular de los brazos, a los que se les diagnostica estado de desnutrición se les atiende con multivitaminas y con alimentos. También existen numerosos comedores populares en las parroquias, dispensarios y centros de salud parroquiales, donde millares de voluntarios están socorriendo diariamente a los más vulnerables.
Una de las tareas más importantes, en las parroquias y comunidades religiosas, es ayudar a mantener la esperanza, como hizo la Virgen María al pie de la cruz. Sabemos que el buen Dios no nos puede abandonar en la necesidad, que está ahí y que no nos dejará solos; más bien, nos da la fuerza para luchar. Al compartir la Palabra de Dios y al organizarnos para servir a los más pobres, construimos esperanza y encontramos una fuerza que nos anima a seguir adelante con fe y creatividad.
¿Es usted libre para realizar acciones sociales o encuentra obstáculos por parte del gobierno para ello?
La Iglesia lleva adelante numerosos programas sociales y encuentra la suficiente libertad de acción. Obstáculos en el camino hay por doquier, legales y administrativos, dificultad en comprar y transportar los alimentos y las medicinas; pero si hay colaboración y buena voluntad de ambas partes siempre se encuentran los caminos.
Estamos para servir al pueblo, especialmente a los más pobres. Nuestro papel y compromiso consiste en ser una presencia que aporte luz a la situación desde el Evangelio. La mejor contribución que podemos dar al país es un serio discernimiento desde los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. A veces, esta voz puede molestar a algunos del gobierno o de la oposición, de diferentes grupos económicos y sociales, pero la profecía no puede quedarse callada. El anuncio del Reino de Dios, a menudo, contradice las injusticias que los hombres cometemos y que perjudican a los más pobres.
¿Cómo está viviendo la Iglesia esta crisis a nivel espiritual?
En la Iglesia, nos mueve el amor de Cristo y el ardor por anunciar el Reino de Dios. De Dios y en Dios encontramos fuerza espiritual para actuar como cristianos en la realidad social y económica que nos toca vivir.
Nuestras comunidades cristianas viven la situación desde la fe en Dios, encontrando fuerza y resiliencia para seguir adelante ante los muchos problemas. Muchas parroquias tienen un plan pastoral en el cual se integran el anuncio, la celebración, el servicio, la comunión y la misión. Hay muchas dinámicas de servicio social en las numerosas Cáritas parroquiales que integran a creyentes y no creyentes. Más bien, hay que reconocer que la “vía de la caridad social” ha logrado que muchos alejados de la fe regresaran a la comunidad, porque en el servicio han reencontrado a ese Dios que se hizo buen samaritano y nos invita a seguirlo en esa vía.
¿Hay también vocaciones sacerdotales?
En medio de tantos sufrimientos, y como un don de Dios, han florecido nuevas vocaciones sacerdotales. Son numerosos los jóvenes que están respondiendo positivamente a la llamada de Dios de ser pescadores de hombres, sembradores de esperanza. En el seminario de mi diócesis, La Guaira, este año hay 56 seminaristas de varias diócesis especialmente de la provincia de Caracas.
¿Cómo ha afectado la crisis sanitaria a la Iglesia de Venezuela?
El país vivía ya, antes de la pandemia del COVID, una grave crisis sanitaria debido a la falta de medicinas, al éxodo de médicos y enfermeras que han emigrado buscando mejores condiciones de vida, al deterioro de los hospitales, a la ausencia de un auténtico sistema público de salud que dé respuestas certeras a los problemas.
El COVID ha venido a agravar la situación. Ahora, estamos en una tercera ola y en una fuerte curva de aumentos de los contagios y muertes, incluidos 43 sacerdotes, entre ellos el obispo de Trujillo, Mons. Oswaldo Azuaje, y el cardenal Jorge Urosa. En los ambulatorios y hospitales católicos nos hemos puesto al servicio de los más necesitados y de los contagiados del virus. Tenemos necesidad de apoyo para renovar los equipos y para contar con las medicinas que requieren nuestros enfermos.
¿Consigue mantener el contacto con los refugiados venezolanos? ¿Pierden ellos el vínculo con la Iglesia cuando llegan a un país extranjero?
Los emigrantes venezolanos se acercan a los siete millones. Es la migración más numerosa de la historia moderna realizada en menos de una década. La vida de todo migrante es siempre difícil y dolorosa. La gente no deja su país porque quiere, sino huyendo del hambre, de la violencia, de la guerra, de la falta de condiciones dignas de vida, de la pérdida de futuro. Ya hay comunidades más o menos organizadas de venezolanos en los distintos países donde han llegado, donde encuentran orientación y ayuda.
Nuestro pueblo venezolano es profundamente religioso, cree en Dios, tiene una gran devoción por la Virgen María en sus distintas advocaciones, siente la cercanía del beato José Gregorio Hernández, médico de los pobres. De las pocas cosas que caben en la maleta del migrante venezolano es la fe en Dios.
Al llegar a los nuevos países buscan a la Iglesia católica. Las Iglesias de los diferentes países los han acogido con cariño. Les están brindando ayuda a través de los programas sociales de Cáritas de atención a los migrantes.
Nos dicen algunos obispos que muchas de sus parroquias se han renovado pastoralmente con la contribución y participación de los migrantes venezolanos. Nos alegramos por ello y pedimos a todas las diócesis que los valoricen y los integren en sus comunidades. Como aconteció con la primera comunidad cristiana (cf. el capítulo 8 de los Hechos de loa Apóstoles), la diáspora de los discípulos permitió que creciera la Iglesia por el anuncio del Evangelio de los migrantes.
Para nosotros es importante lograr la solución de los problemas del país, para detener la migración masiva que nos empobrece aún más, pues la mayoría de los migrantes son jóvenes. Si se lograran las condiciones adecuadas, no solo los venezolanos sino todos los migrantes regresarían a sus lugares de origen, pues para todas las gentes no hay mejor país que el propio.
Por último, ¿qué espera de la Iglesia universal? ¿Cuáles son sus necesidades más importantes?
Esperamos que las Iglesias hermanas de otros países no nos dejen solos. Que se acuerden de los pueblos que más sufren, con la oración y con la cooperación para seguir acompañando a los pobres en sus necesidades: alimentación, salud, educación, formación laboral… pero también en el sostenimiento de la necesidades espirituales.
Por tanto, colaboración para que los sacerdotes y religiosas podamos quedarnos entre el pueblo, para que las iglesias consigan su mantenimiento mínimo y los centros sociales, esperanza de los pobres, donde compartimos el pan no tengan que cerrar. Gracias por toda la colaboración de ACN, en ella descubrimos que, de verdad y en gestos concretos, somos una Iglesia católica, que es lo mismo que decir universal porque es fraterna.