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Julita y Quirico eran madre viuda e hijo, de buena posición económica. Eran cristianos de la región de Licaonia (al sur de la Capadocia, en la actual Turquía).
En el año 303, con el emperador Diocleciano, se desató la persecución más sangrienta de la historia del Imperio Romano.
Julita decidió renunciar a sus posesiones y buscar un lugar más seguro para los dos. Emigraron al sur, concretamente a Tarso, ciudad situada junto al Mediterráneo.
En Tarso, madre e hijo fueron descubiertos y detenidos por el gobernador Domiciano.
Felices por llegar al cielo
Primero martirizaron a Julita atándola a una estaca y dándole azotes. Quirico, mientras, era sujetado por el gobernador, pero comenzó a darle patadas y rasguños.
Al ver lo que hacían a su madre, manifestó su fe sabiendo que también iba a morir por ello.
El gobernador lo tiró al suelo con tal fuerza que le rompió el cráneo y el pequeño falleció en el acto.
Julita, en ese momento, dijo que se sentía feliz de ver que su hijo había llegado al cielo antes que ella. Siguió su martirio hasta que la mataron.
El reconocimiento de los cristianos
Los cadáveres de santa Julita y san Quirico fueron arrojados a una fosa común, pero unos cristianos los recogieron y les dieron sepultura.
Sus reliquias se conservaron en Antioquía y su devoción se extendió por Oriente.
A finales del siglo IV o comienzos del V, el obispo Amador de Auxerre trasladó sus reliquias de Antioquía a Marsella (Francia).
Los depositó en la iglesia de san Víctor. Pronto creció la devoción a estos santos también en Europa occidental.
La Iglesia católica celebra su fiesta el 16 de junio.
Santos patronos
San Quirico y santa Julita son venerados como abogados de los pobres, de los aserradores y de los niños.
Oración
Fuente: Dom Prósper Gueranger, OSB. El Año Litúrgico (I Edición española), Tomo IV págs. 365-367. Editorial Aldecoa (Burgos-España), 1956.
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