En su vida conyugal, familiar, eclesial y profesional, los padres de santa Teresita, como cristianos, hicieron de su vida cotidiana el espacio de la bondad recibida de Dios, y de esta divina bondad, una obra diaria
La primera pareja canonizada en la historia de la Iglesia (2015), Luis y Celia Martin, son unos cristianos del siglo XIX a los que nada distingue, a primera vista, del resto. No fundaron congregaciones ni obraron “milagros”.
Primero, ambos intentaron consagrar su vida a Dios en el celibato y la vida religiosa. Y Dios los atrajo a Él por la vía del matrimonio.
Vivieron la aventura de la santidad y dieron testimonio del Evangelio en la vida cotidiana a través de las dificultades y las alegrías de su vida de esposos cristianos, de padres y de artesanos profesionales.
Uno de los puntos fuertes de su testimonio es dar credibilidad al acceso de todas las personas a la santidad, sea cual sea su situación vital, su edad o su condición social.
Desmitifican el significado de “ser santo”.
Hoy ofrecemos aquí una buena noticia dirigida a las parejas que desean poner a Dios en el centro de su vida tal y como es y apreciar lo bueno que es servirle a Él en todas las cosas.
Abundan en la vida del hogar Martin los hechos ejemplares para los esposos cristianos del siglo XXI.
Con sus hijos “para el Cielo”
“Nuestros hijos eran toda nuestra felicidad”, escribe Celia el 4 de marzo de 1877. Los padres Martin acuerdan criar a sus hijos “para el Cielo”, según una expresión de Celia.
No veamos en ello ninguna forma de utopía, iluminismo o fobia al mundo. Llenos del dinamismo de su fe, de conformidad a ella, Luis y Celia pretenden despertar a sus hijos a lo que, a sus ojos, no es sino la finalidad de la existencia humana: Dios, su Reino, “el Cielo”.
Vivir en esta esperanza, guiar con ellos a sus hijos, educarles, criarles “para el Cielo”, ¿qué hay más lógico?
Uno de los elementos esenciales de este ideal de vida es la oración, el aprendizaje de la oración.
Mañana y tarde, los niños Martin se reunían para rezar, para aprender a escuchar el Misterio del Dios vivo, a hablarle con humildad de corazón, a ser receptivos a su Presencia y a su Llamada.
Paralelamente a la oración común, había participación en la celebración de los sacramentos, lectura de la vida de los santos, apertura al espíritu de caridad y humildad a través de la atención a los más pobres, aprendizaje del autosacrificio a través del despertar a una relación viva, personal y voluntaria con Jesús —cosa que Teresa traduciría en la fórmula tan salesiana de “complacer a Jesús” —.
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Una pareja de empresarios
Luis se dedicó al oficio de relojero. Celia se orientó hacia el comercio de encajes. Bien establecidos en su actividad profesional, el día de su boda en 1858 formaron una pareja de empresarios moderna para la época.
Luis era “intrínsecamente honesto y riguroso”, recuerda Marie, su hija mayor.
En su relojería joyería, como no había aprendices, él mismo realizaba todo el trabajo: recepción de clientes, reparación de relojes de pared y pulsera, ya en su tienda o a domicilio.
Su atención paciente a los clientes, la excelencia de su trabajo y su misericordia hacia todos le valieron una reputación de santidad, por lo que le llaman “el santo Señor Martin”.
A partir de 1863, cuando Celia da a luz a Leonia, su tercera hija, Luis apoya más activamente a su mujer en su comercio.
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Además de un justo salario con el que los Martin cumplen sin retraso hacia sus empleados, Celia cultiva un clima de concordia familiar en el seno de su empresa, que ofrece trabajo a dieciocho trabajadoras a domicilio.
Muchos dan gracias a Celia por su bondad. Numerosas amistades surgen dentro y fuera del tiempo de trabajo realizado en estrecha colaboración.
Un compromiso eclesiástico abierto al mundo
El realismo de la fe del hogar Martin se forjó en una apertura determinada a los más pobres y un compromiso en diversas asociaciones de piedad.
Celia estaba afiliada a la Tercera Orden de San Francisco de Asís y a otros movimientos de devoción al Corazón de Jesús.
Luis formaba parte de la Sociedad del Santo Sacramento, de la Conferencia de San Vicente de Paúl fundada por Frédéric Ozanam. Se unió también a los Círculos Católicos creados por Albert de Mun, sensibilizados por la miseria del mundo obrero.
El compromiso de Luis y Celia no se ilustraba únicamente en su afiliación a asociaciones piadosas, en la adhesión a los movimientos en boga por entonces del catolicismo social y los donativos a obras caritativas.
Manifiestan una consideración espontánea hacia los más desfavorecidos que encuentran en su camino.
Uno de los episodios más elocuentes es el de un pobre sin techo, anciano, socorrido un domingo del año 1876 al volver de misa. Los Martin lo auxiliaron ofreciéndole primero unos zapatos y luego comida.
A continuación lo ayudaron hasta el punto de lograr su entrada en un hospicio, no sin antes pasar por muchos trámites, que superaron con la obstinación de Luis (a través de cartas, peticiones…).
Con discreción, Celia había adquirido el hábito de visitar a “familias pobres con pucheros, botellas de vino y monedas de cuarenta centavos”.
A misa todos los días
La Eucaristía era el momento primordial de renovación espiritual de la pareja Martin. Luis y Celia van todos los días a misa, sin excepción.
Después del fallecimiento de su esposa, cuando ya no ejerce su actividad profesional, Luis continúa yendo a la misa de las seis de la mañana.
Cuando sus hijas le preguntan por el motivo, él responde: “Porque es la misa de los pobres y los obreros”, a la que asisten antes de ir a trabajar.
Una respuesta llena de una verdad eucarística que Luis vive profundamente: una solidaridad de corazón con los más desfavorecidos socialmente.
Existen muchos otros hechos que habría que mencionar en los que Luis y Celia hicieron gala de una ejemplaridad evangélica, en el sufrimiento de la enfermedad, de la viudedad y de la muerte.
Pensemos en la conmovedora serenidad de Celia, en su fuerza de alma que anima a los suyos mientras sufre un cáncer de mama que acabará por llevársela.
Pensemos en la constancia espiritual de Luis para dar sentido a su debilidad física y mental al final de su vida, durante y después de su ingreso en el hospital Bon Sauveur de Caen.
El emotivo ejemplo de Luis demuestra que la alteración psíquica y la disminución de las fuerzas físicas pueden ser un camino de resiliencia para vivir la dinámica del amor y la fe en la eternidad.
La esencia de su amor
A partir de su vida conyugal, familiar, eclesial y profesional, Luis y Celia, como cristianos, hicieron de su vida cotidiana el espacio de la bondad recibida de Dios, y de esta divina bondad, una obra diaria.
Trascendente en todos los tiempos, la santidad de Luis y Celia es apropiada para nuestro siglo porque está en contacto con el corazón del Evangelio en lo ordinario de la vida cotidiana.
¿Qué es el corazón del Evangelio? Que en todas las cosas se ame, se crea, se espere en la presencia de Jesucristo. Estos tres actos, tanto ayer como hoy y mañana, condensan el devenir esencial de la vida humana y de su salvación.
Luis y Celia nos lo recuerdan en la fuerza y la simplicidad de su afecto a Dios, que fue “la esencia” de su amor mutuo. Su existencia es, en efecto, un libro de vida, una fuente de inspiración para todas las familias cristianas de hoy.
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