Enfocar bien los días de descanso es un arte. Toma nota de algunas sugerencias para que los aproveches y seas más feliz
Cuántas veces hemos pronunciado estas palabras: ¡que lleguen pronto las vacaciones y no tenga que hacer nada! Ese no hacer nada se puede interpretar de múltiples maneras, pero todas tienen un denominador común: aspiramos a descansar.
El descanso es un bien que regenera el cuerpo y el espíritu. Cuando estamos cansados, el espíritu tiene dificultad para acometer las tareas. Cuando hemos descansado, todo parece más fácil y llevadero, nuestro cerebro está despejado y las neuronas conectan a mayor velocidad.
A estas alturas del año, muchos de nosotros están en la recta final del curso y esperan las vacaciones. Sueñan con una playa, el mar o la montaña, tal vez un viaje, tal vez el regreso al hogar familiar… ¿Tiene sentido entonces no querer hacer nada?
Ese no hacer nada tiene sentido cuando lo unimos a “poner el motor a punto”. Para unos no hacer nada implicará tener un sueño reparador, unos días de dormir las horas necesarias que hemos ido robando al cuerpo en las semanas y meses de trabajo.
Para otros no hacer nada será desacelerar y aparcar el ritmo de trabajo frenético que llevan durante el año.
A partir de ahí, el “no hacer nada” que tanto deseamos se transformará -si queremos- en un tiempo libre precioso.
Vacare en latín significaba, en época romana, “tiempo en el que los soldados no están de guardia o en combate”. De ahí las vacaciones. Lo mismo que “veranear”, que es vivir en plenitud el verano, esa época en la que muchos hacen las vacaciones en el hemisferio norte y el clima acompaña.
Hecha ya la primera cura reparadora de sueño, desconectados los whatsapps del trabajo y cerrado el mail profesional, ¿cómo gestionamos ese ansiado “no hacer nada”? Por supuesto, de la mejor manera posible para que las vacaciones sean un tiempo de enriquecimiento y de plenitud.
Piensa en algunos parámetros:
Lo primero, tu familia
En vacaciones podemos cuidar mejor a nuestros seres queridos: la esposa, el esposo, los hijos, los abuelos… Se trata de dedicarles tiempo, de tener tal vez esas conversaciones que van más allá del horario de recogida de los nietos o de la lista de la compra. O sencillamente estar juntos.
Genera momentos de reunión familiar aparentemente sin “orden del día”: reunidos en torno a la mesa para charlar distendidamente, sin más pretensiones que quererse y acompañarse. Me viene a la memoria “El sol de los Scorta” de Laurent Gaudé, una buena novela corta que describe magistralmente esos almuerzos junto al mar con abuelos, padres, nietos, tíos,hermanos y primos.
Deja que los niños jueguen y descubran la Naturaleza
Cómo no, “Mi familia y otros animales” de Gerald Durrel es un libro desternillante en el que el escritor narró sus propias aventuras familiares en la isla de Corfú. Me parece una lectura idónea. Hay que estar dispuestos a que los más pequeños lleguen a casa con renacuajos, mariposas, saltamontes y cualquier bichito (o no tan bichito). San Juan Pablo II leyó y releyó muchas veces esta obra que, según él mismo decía, le descansaba.
Descansar es cambiar de ocupación
Después de una primera cura de sueño, de llegar a casa y no tener que ponerse camisa, corbata y traje, y de no tener que salir corriendo al alba para dejar a los niños en el cole, llega el momento de emplear las vacaciones en aquello que nos enriquecerá. Piensa en lo espiritual y lo material: oración, lectura de un libro espiritual, tiempo de meditación y de sosegar el alma, de ir tal vez a una ermita y hacer compañía a Jesús en el sagrario… En lo material, el deporte, la cocina (si no es tu cometido durante el año), emprender un reto con el que has soñado…
San Josemaría decía que descansar es cambiar de ocupación. No es no hacer nada en el sentido de quedarse tumbado en la cama o el sofá poco menos que vegetando. Es hacer lo que no podemos hacer durante el curso y suspiramos por ello (un curso de idiomas, unos días de aventura y mosquitos, un viaje sobre dos ruedas…). Al cambiar de ocupación renovamos la atención y cultivamos aspectos que nos aportan felicidad y nos hacen más completos.
Ten en cuenta que cada uno descansa de una forma distinta. El comercial no quiere hablar, el intelectual no quiere ver papeles, el ama de casa no quiere estar en la cocina. Intercambiar tareas es un buen método para cambiar de ocupación. Como también lo puede ser quedarse en casa y solucionar aquel “varios” que te pesa como una losa: ordenar la ropa del invierno, hacer una reforma.
¿Hacer vacaciones es no parar? No. Deja un espacio a la soledad, descubre el silencio de la famosa hora de la siesta española o el sonido casi imperceptible de la brisa. No es fácil cuando uno carga con ruido interior.
John Steinbeck, el Nobel que escribió obras tan famosas como “La perla”, “Al Este del Edén” o “De ratones y hombres”, decía que “el arte del descanso es una parte del arte de trabajar”. Hay que saber encontrar el equilibrio, y no es perder el tiempo descansar porque uno se recompone y recupera fuerzas para acometer el nuevo curso.
¡Felices vacaciones!
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