Se pueden tener buenas intenciones y la mejor buena voluntad para ayudar a alguien o hacer el bien y tener una actuación desafortunada, equivocada y con consecuencias lamentables. Sabemos por experiencia lo difícil y complejo que resulta juzgar desde fuera la conducta de una persona, sobre todo cuando nunca se tiene un acceso total a la persona, a sus circunstancias, a su interioridad, a sus reacciones inconscientes, razones y motivos ocultos. Solo podemos conocer los hechos externos y las apariencias. Esa es la misma dificultad que podemos tener para valorar nuestras propias acciones. Y es que a veces no somos tan libres como creemos.
Otras veces se utilizan estos argumentos para justificar las propias acciones, aun siendo conscientes de lo que hicimos y de nuestra responsabilidad ante el daño causado. La cuestión se complica más cuando se trata de daños estructurales, sistémicos, donde es difícil culpar a un individuo concreto de consecuencias complejas y multifactoriales que escapan al control de una sola persona.
En el lenguaje corriente “responsabilidad” y “culpa” se suelen usar como sinónimos, aumentando la confusión en cualquier valoración ética o discernimiento sobre las propias acciones o ajenas.
Diferencia entre culpa y responsabilidad
Se pueden tener buenas intenciones y la mejor buena voluntad para ayudar a alguien o hacer el bien y tener una actuación desafortunada, equivocada y con consecuencias lamentables. Se puede aquí condenar el hecho, las consecuencias, pero no la intención de la persona. En este caso estamos ante alguien que debe hacerse responsable de sus actos, pero no culpable. Culpable es quien efectivamente tiene la intención de hacer el daño causado.
Toda persona que desee actuar con responsabilidad tendrá que hacerlo con la mayor prudencia y honestidad posible, incluso en situaciones complejas, cuando las dos opciones que tenga sean malas, habrá de elegir la menos mala.
Somos seres libres, que podemos decidir por encima de nuestros instintos y sentimientos, y por ello somos responsables de todas nuestras decisiones, incluso cuando decidimos no hacer nada, también tiene consecuencias y fue una decisión. Aunque estemos condicionados por nuestra historia y por nuestro entorno, siempre hay un ámbito personal de libertad interior donde es cada uno quien decide voluntariamente lo que ha de hacer.
La responsabilidad en último término es la respuesta a la pregunta: ¿Quién ha hecho esto? ¿quién causó esto? Luego se podrá hacer un análisis detallado para entender si también es culpable desde el punto de vista moral. Responsabilidad es la conciencia de que todas mis acciones tienen consecuencias, la capacidad de preguntarme cuáles serán y la actitud adulta de hacerme cargo de ellas. Actuar con buena voluntad y honradez nos exime de culpa, pero no de la responsabilidad.
Por eso podemos no ser culpables, pero sí tener que hacernos cargo de aquello de lo que somos responsables. De hecho, no podemos controlar las consecuencias imprevisibles de todos nuestros actos, de los que, siendo responsables, no somos necesariamente culpables.
En el ámbito del Derecho Penal estos términos suelen usarse de otro modo, en el uso tradicional del derecho romano, donde “culpa” es igual a “falta” o “imputación”, y en los medios de comunicación suelen confundirse la dimensión ética con la jurídica, pero claramente son asuntos y perspectivas distintas. Aquí nos encontramos en una reflexión antropológica y ética.
Culpa: ¿sentimiento o realidad?
La culpa también puede ser objetiva (la persona tuvo la intención de hacer el mal, aunque no se sienta culpable) o subjetiva (se siente culpable, independientemente de sus intenciones). Y existen muchas personas que se sienten culpables sin serlo realmente. Es más, muchas veces se ha utilizado el culpabilizar a las personas, hacerlas sentir culpables, para manipularlas o para evadirse de la responsabilidad propia culpando a otro.
Como emoción humana que es la culpa y su resultante, el “sentimiento de culpabilidad”, es algo que no nos es ajeno. Normalmente nos sentimos culpables cuando creemos que hemos hecho las cosas mal, cuando pensamos que no debíamos haber hecho algo, o al revés, que no hicimos lo que tendríamos que haber hecho. Esto puede ser real o imaginario, de ahí lo complejo de identificar una culpa verdadera de un sentimiento de culpabilidad engañoso. A su vez el sentimiento de culpabilidad arrastra una larga serie de emociones que nos “hacen sentir mal”, como tristeza, vergüenza, miedo, impotencia, etc.
Por otra parte, si la culpa no se enquista, y uno se arrepiente, se perdona y sigue adelante, es una emoción que nos educa y nos hace más sensibles a los demás. El sentimiento de culpabilidad también está relacionado con las creencias y valores personales, con la educación recibida y esto también puede hacer mucho bien o un gran daño a las personas. Una persona demasiado escrupulosa, que se culpa de todo lo que sucede a su alrededor, no vive sanamente y se autodestruye progresivamente.
Cuando no se tiene claro cómo hacer frente a un sentimiento de culpa nocivo, que, en lugar de llevarnos al arrepentimiento y al perdón, solo nos enferma y nos sumerge en la tristeza, hay que aprender a contrarrestarlo con un análisis crítico, profundo y racional de la situación, distinguiendo responsabilidad, intenciones, hechos, consecuencias, sentimientos y valores personales. El sentido de responsabilidad transforma la culpa en forma positiva, haciéndonos cargo de lo que hacemos sin sumergirnos en la lamentación crónica.
¡Cuidado con los “culpadores”!
Hay personas que se sienten culpables por todo, por no ser buenos padres, por no responder a las expectativas ajenas, por no ser tan exitosos, por no hacer felices a quienes le rodean, por no ser de otro modo, casi por cualquier cosa. El catálogo es tan amplio como variado.
Y hablamos mucho de los culpables o culpados, pero de quienes depositan en otros las “culpas”, de los acusadores, o podríamos decir “culpadores”, generadores de culpa en los otros. Quien culpa se coloca en un lugar de poder, es quien “juzga” y “condena” a los demás.
Muchos manipuladores que ejercen violencia psicológica sobre sus víctimas, sean familiares o compañeros de trabajo, su pareja o sus hijos, al igual que muchos líderes sectarios, inducen sentimientos de culpa a los demás para someterlos y ejercer control sobre ellos. Incluso del mal que ellos mismos provocan, culpan a sus víctimas y los hacen sentir merecedores de las penas y castigos. Esta forma morbosa de hacer sentir culpables a los demás para humillarlos está más extendida en la vida cotidiana de lo que solemos pensar.
Los que siempre están buscando culpabilizar a otros, suelen ser los que ignoran o pretenden ignorar su responsabilidad y las repercusiones de sus actos, queriendo escapar de cualquier sentimiento de culpa, asumiendo que otros se harán cargo del asunto y pagarán las consecuencias.
Pero hay un irresponsable muy extendido, que busca enseguida un culpable: su familia, su pareja, un jefe, un empleado, un cliente, un profesor, el Presidente, o el mismo Dios. Pero nunca quiere pensar en sus responsabilidades, en sus omisiones y en las consecuencias de sus actos. El problema siempre son los otros.
Quien es responsable es quien responde por su vida, por sus actos, es quien, en forma adulta, libre y honesta, asume su lugar en el mundo. La responsabilidad es una cuestión de actitud ante los demás, ante la vida, ante uno mismo.