En 1986 el hoy santo Juan Pablo II fue criticado por el encuentro interreligioso de Asís
He estado atento para ver si había reacciones ultramontanas de aguerridos eclesiásticos, disfrazados de teólogos, con motivo del encuentro para la oración por la paz, celebrado el pasado Domingo de Pentecostés en los Jardines Vaticanos, y al que asistieron los presidentes de Israel y Palestina, Simon Peres y Mahmoud Abbas, junto al papa Francisco, anfitrión y promotor del acto, anunciado en su pasado viaje a Tierra Santa y al que también fue invitado el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I.
Y me ha extrañado positivamente el silencio de esos habituales “garantes de la fe católica”, siempre atentos a las contaminaciones doctrinales. Me alegró, por lo que tiene de reconocimiento y agradecimiento, ver al cardenal Roger Etchegaray, presidente emérito de Justicia y Paz; y al cardenal Tauran, entre otros.
Ellos han trabajado, y mucho, por la paz, la concordia y la justicia, sin importarles la religión de sus compañeros de viaje, abriendo caminos importantes para el diálogo entre las religiones, hacedores de puentes, convencidos de que muchas de las guerras tienen su raíz en la religión, y en ella pueden encontrar los caminos para la paz.
Y si me ha extrañado ese silencio de los voceadores de doctrina es porque recordé la furia desatada en algunos ámbitos curiales con motivo del Encuentro de Asís.
Fue el 25 de enero de 1986, fiesta de la Conversión de san Pablo, el Apóstol de los Gentiles, cuando Juan Pablo II se reunía en Asís, junto a la tumba de san Francisco, con representantes de diversas religiones para orar juntos por la paz.
¡Para orar, no para diatribas teológicas! Comenzó allí el llamado “Espíritu de Asís”. No las tuvo todas consigo Karol Wojtyla. En las logias de los Palacios Pontificios, con ese susurro característico de tibios, tímidos y peligrosos curiales de mueca falsa y sonriente, se criticó el encuentro, antes incluso de celebrarse. La razón no era otra que el tufo de “sincretismo” que creían percibir en esta palabra talismán para decir que somos los mejores.
En la lista de cardenales invitados al evento de Asís de 1986 no estaba el responsable de la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger. Se interpretó aquella ausencia como que el cardenal teólogo del Papa no estaba de acuerdo con la celebración por motivos doctrinales.
La noche anterior, el propio Papa lo llamó para invitarlo de manera expresa. Y viajó con él y estuvo en Asís y lo contó después en la revista 30 Giorni, haciendo una profunda meditación sobre el significado del gesto y la experiencia vivida. No lo pudo decir más claro:
No se ha tratado de una autorrepresentación de religiones que podrían ser intercambiables entre ellas. No se ha tratado de afirmar una igualdad de las religiones, que no existe. Asís ha sido, más bien, la expresión de un camino, de una búsqueda, de la peregrinación por la paz, que es tal solo si va unida a la justicia.
Esta unidad en la oración propiciada por Francisco el pasado Día de Pentecostés muestra la confianza en la oración como camino para la paz, cuando tantos otros fallan. Quizás se le haya criticado en el susurro curial. Es algo normal ante Jorge Mario Bergoglio.
Y frente a eso, solo queda seguir rezando a Dios, Yahvé o Alá.