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Teresa de los Andes

Dios transformó su naturaleza peleona y abrió su corazón para una relación más profunda con Él

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os santos no siempre empiezan sus vidas con el halo puesto. Ese fue el caso de santa Teresa de Los Andes, que de niña era conocida por su carácter orgulloso, egocéntrico, vanidoso y obstinado. Aunque sí poseía una inclinación piadosa, a menudo mostraba arrebatos de ira.

Nacida en 1900 en una familia adinerada de Santiago de Chile, durante su juventud, Juanita (como la llamaban afectuosamente) disfrutaba cantando, bailando y montando a caballo.

Era una adolescente corriente, pero le influyeron enormemente las religiosas francesas que daban clase en su escuela.

A los 14 años, Juanita hizo un voto privado de castidad y decidió convertirse en monja carmelita descalza.

Esta decisión tal vez se viera influida por su lectura de Historia de un alma, de santa Teresa de Lisieux. La monja carmelita la marcó profundamente y quiso imitar su “caminito”.

Durante los veranos, Juanita creaba su propio apostolado en su patio donde daba catequesis a niños y dirigía un coro. Se sentía especialmente cerca de los pobres e intentaba ayudarles como podía.

La biografía que el Vaticano ofrece de ella presenta un breve resumen de este tiempo de su vida.

La santidad de su vida resplandeció en los actos de cada día en los ambientes donde se desarrolló su vida: la familia, el colegio, las amigas, los inquilinos con quienes compartía sus vacaciones y a quienes, con celo apostólico, catequizó y ayudó. Siendo una joven igual a sus amigas, éstas la sabían distinta. La tomaron por modelo, apoyo y consejera. Juanita sufrió y gozó intensamente, en Dios, todas las penas y alegrías con que se encuentra el hombre. 

En 1917, contactó con el Carmelo de Los Andes y ya estaba segura de que Dios la llamaba a hacerse monja allí.

Finalmente pudo entrar en el convento en 1919 y recibió el nombre de Teresa de Jesús. Así cumplió su anhelo de estar más unida a Jesús y asumió en su corazón la misión carmelita de interceder por el mundo.

Teresa experimentó una gran dicha en el convento y escribió sobre ello en una carta: “Es imposible imaginar lo feliz que soy. Siento paz, una alegría tan íntima que me digo que si las personas del mundo vieran esta felicidad, todos correrían a encerrarse en conventos”.

Poco después de su entrada, supo claramente que moriría en poco tiempo. Teresa tenía muchos problemas de salud, que no hicieron sino incrementar estando en el convento.

Sin embargo, no fue solamente su frágil salud la que le dio una pista sobre su futuro; Dios también le reveló que su tiempo en este mundo estaba llegando a su fin.

Ella consideraba que todo lo que le sucedía venía de la mano de Dios y buscaba llena de alegría oportunidades para ofrecerle sacrificios: “Puedo decir que mi vida es una oración constante, porque todo lo que hago lo hago por amor a mi Jesús”.

Para ella, la vida unida a Dios era exactamente lo que deseaba y explicó esta dicha en una carta: “Soy la criatura más feliz. No deseo nada más porque todo mi ser está saciado por Dios, que es Amor”.

Un Viernes Santo, el 2 de abril de 1920, la condición de Teresa empeoró y después de que los médicos la examinaran, no pudieron hacer más por ella.

Como resultado, recibió permiso para hacer la profesión religiosa antes de morir. Falleció el 12 de abril de 1920 con tan solo 19 años.

La vida de Teresa fue una inspiración para muchos y fue proclamada santa de la Iglesia católica en 1993.

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