Educar es enseñar a nuestros hijos a ser cada día más autónomos. Pero cuidado, la autonomía de un hijo se logra si se respeta su ritmo de desarrollo. ¿El niño modelo versión siglo XXI? ¡Avispado, autónomo, cada vez más rápido y cada vez más pronto! Pero no hay que olvidar que la autonomía, valor educativo cardinal, debe respetar el ritmo de cada uno.
“Mi hijo es muy autónomo, ¡escoge sus películas o sus lecturas y se acuesta solo de noche!”, anuncia orgullosa Adèle, madre de Gaspard, de 4 años.
“El objetivo de este año será hacerlos autónomos”, escuchamos también durante las reuniones de la vuelta al cole, esas en las que se nos da la hoja de ruta escolar de nuestro hijo para los próximos diez meses.
Y entonces piensas en tu hombrecito o mujercita de 7 años que lucha por atarse los zapatos después de la clase de gimnasia, culpable de facto de un crimen contra la autonomía.
Autonomía, ¿primer objetivo?
Hace más de cuarenta años que el discurso sobre la educación coloca la autonomía en el primer lugar de todos los objetivos educativos y que los padres se esfuerzan por hacer autónomos a sus hijos. Así que, este año o el siguiente, no hay motivo para que la cosa cambie, la autonomía encabezará los objetivos para nuestros pocos millones de niños.
Basta para convencerse de ello con echar un vistazo a las revistas de educación: ¡no hay piedad con los no autónomos! Una idea que parece, además, del todo natural a los padres: “Nuestros hijos se enfrentan a un mundo complejo, deben saber arreglárselas solos cuanto antes”, confiesa una madre.
Pero ¿y si la famosa autonomía se estuviera convirtiendo en la tapadera de nuestro individualismo? “Avispado, autónomo”: el niño modelo versión siglo XXI se define así. Todo lo contrario de las realidades naturales.
El niño autónomo es un niño en quien se tiene confianza
Al igual que los más ancianos de los que nuestra sociedad hiperactiva teme depender, los más jóvenes, por su parte, reciben la orden de no instalarse durante mucho tiempo en ese estado propio de su joven edad. Y sin embargo, es en este vínculo de interdependencia donde se construye la relación madre-hijo.
Es esta proximidad íntima la que marca el materialismo y define sus primeros años por la palabra seguridad. Porque la seguridad de mañana crece en la dependencia de hoy. Una dependencia de la que el niño solo puede salir por etapas. Si se quiere quemar esas etapas, se corre el riesgo de hacer a los jóvenes pesimistas y tristes. Entonces, autónomos, ¿para qué?
¿Por qué no poner las cosas en su lugar en la realidad familiar, ajustándose al ritmo de los niños, a sus necesidades y sus posibilidades propias? Incluso si esto significa revisar algunas exigencias a la baja y distanciarse de las normas anunciadas: 7 años para los cordones, 8 para ir a comprar el pan a la esquina de la calle…
Fíjate qué hace tu hijo
Si tu hijo no se ajusta a los moldes, fíjate en todo lo que es capaz de hacer y que no figura en ningún manual de educación. ¿Lee un cuento a su hermana antes de dormir? ¿Maneja el humor como nadie? ¿Hace juegos de palabras? ¿Consuela a sus amigos? La inteligencia afectiva, el sentido de la relación, esta capacidad de participar de la vida familiar: hay muchas señales de que nuestros hijos crecen a su ritmo en la familia.
Señales también de ese aliento que Dios pone en cada uno y que marca su singularidad. En última instancia, es importante construir con nuestros hijos una relación de confianza y de conciencia recíproca, la única fuente de auténtica autonomía. ¡Y tanto peor por los cordones!
Anne Gavini
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