La complicidad entre padre e hijo ayuda mucho en el paso de la infancia a la adolescencia
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¡Cuánto tarda un niño en hacerse un hombre! ¡Cuán importantes son los ritos o los momentos en los que un padre ayuda a su hijo a madurar!
La presencia del padre es deseable a lo largo de toda la adolescencia, especialmente en ciertos momentos clave que le orientarán hacia la vida adulta. Son los “ritos de transición”.
Ritos que marcan una nueva etapa en la vida de un chico
“Nunca hice nada especial con mi padre. Estaba demasiado absorto por su trabajo y eso me faltó. Por mi parte, he intentado marcar la entrada de nuestros hijos en la adolescencia con un acto inaugural”, explica Alain, padre de cuatro muchachos. Así, decidió llevar a Étienne, su hijo mayor, por entonces con 16 años, a caminar desde Le Puy-en-Velay a Conques (ambos en Francia), una de las salidas hacia Compostela. “El camino es simbólico. Lanzo a mi hijo al camino de la vida, le muestro la dirección. Pero será él quien lo recorra, quien trazará su ruta y terminará el peregrinaje terrestre”, comparte el padre.
Este momento privilegiado pasado juntos pone al descubierto una necesidad de hoy: la de un padre de familia distinto. Olivier comenta : “Cuando yo era niño, un padre ausente planteaba sin duda menos dificultades que hoy día. En nuestra sociedad creo que es más necesario que nunca un padre que esté verdaderamente presente con sus hijos”.
Para ayudar a su hijo a pasar de la infancia a la adolescencia, en una sociedad donde los ritos de transición han ido desapareciendo poco a poco, un padre puede crear momentos especiales cuya intensidad marca al joven, crea un recuerdo común y permite una transición. Y eso puede comenzar mucho antes de la adolescencia. “Cuando tienen 7 años, les invito a un restaurante, los dos solos, para marcar la edad de la razón”, cuenta Guillaume, padre de familia numerosa. “Puedo tener una auténtica conversación con ellos. Hablamos de lo que les gustaría hacer más adelante. Es una etapa que se ha convertido en un ritual. Los mayores hablan a los más jóvenes sobre los años venideros”.
Crear complicidad para preparar la adolescencia
El padre puede también apoyarse en las tradiciones familiares para crear una intimidad con su hijo. “Cada verano, abuelos, padres e hijos nos reunimos en una casa familiar”, cuenta Denis. “A lo largo de la semana, tenemos por costumbre hacer un camino de veinte kilómetros en lo alto de la montaña. El año pasado, Gabriel, de 7 años, vivió esta tradición por primera vez. Los abuelos, que estaban cansados, no nos acompañaron. Creo que mi hijo comprendió que él estaba tomando el relevo. ¡A veces, lo imagino haciendo este paseo con sus propios hijos! Partimos al alba y tuvimos la suerte de ver rebecos, marmotas… Para mí, este paseo es una manera de despertar a mi hijo a la belleza de la Creación, un lugar que me hace pensar en el paraíso. Esto me conmueve mucho y me parece que él percibió esta emoción. En efecto, a él, que es más bien charlatán e inquieto, lo sentí inmerso toda la jornada en un silencio contemplativo”.
Este hábito de compartir o de crear complicidad prepara la llegada de la adolescencia y de sus grandes preguntas. Comenzando por las de la identidad sexual del muchacho y las relaciones con las chicas. Con sus tres hijos, Guillaume esperó al momento oportuno: “Cuando siento que entran de lleno en la pubertad, busco una ocasión para hablarles del amor, de tú a tú. Hablo de lo que les pasa a sus cuerpos, de su deseo. Recuerdo lo que yo viví con su madre, les hablo de cómo prepararse para vivir un amor auténtico, para tener un trato apropiado con las chicas. Les hablo de una forma sin dramatizar las cosas. Pero les recuerdo que el hombre es un guerrero y que el control de uno mismo es uno de los combates que hay que abordar”.
Esta conversación ayuda a sentar las bases de la personalidad, pero no es suficiente. “Sin duda, me parece importante hablar del tema con ellos, -reconoce Édouard- pero los niños deben poder escuchar también el mismo mensaje en otros ámbitos. Quizá lo más importante es la manera en que el padre se comporta con su esposa.”
¿Y si cruza una línea roja?
Pero muchas veces no son las palabras lo más efectivo. Muchas veces es con los actos suyos o de otros con lo que más se aprende. “Cada vez que uno de mis hijos cumple 15 años, me voy un fin de semana entero con él”, cuenta Guillaume. “Es un rito de transición hacia la edad adulta. Por ejemplo, llevé a uno de mis hijos a una casa que acabábamos de comprar, en plena montaña. La inauguramos juntos, fue como una toma de posesión del territorio”.
Esta aventura común ofrece a veces al chico la posibilidad de superar al padre. Así relata otro padre: “Nos fuimos de vacaciones en una caravana. Cuando tuvimos una avería, fue uno de mis dos hijos quien descubrió el problema. El hijo triunfa donde fracasa el padre. ¡Es genial!”
Hay grandes etapas que pueden también inaugurarse a raíz de un error. Una crisis que puede dar lugar a un nuevo comienzo. “El primer error grave de un adolescente, el robo en un supermercado, por ejemplo, es un momento clave. Entonces, la reacción del padre es crucial”, explica Gilles le Cardinal, profesor de comunicación. “Si el padre se limita a reprochar y denunciar, corre el riesgo de sembrar la desconfianza. Sin dejar de recordar las reglas, también hay que intentar comprender al adolescente. Es también la ocasión de reconocer él mismo que no es perfecto. En este momento, el error se convierte en oportunidad. El padre se desvela como un apoyo y no un adversario”.
Es lo que vivió Philippe, padre de dos chicos. “Cuando el mayor tenía 17 años fue castigado por copiar en el instituto. Lo invité a dar un paseo conmigo y tuvimos una conversación acalorada, sin su madre, que tiene tendencia fácil al castigo. Yo quise responsabilizarle haciéndole reflexionar sobre su acto. De lo contrario, comprueba que basta con pagar la deuda y puede caer en el mismo error. Creo que esto creó una mayor confianza entre él y yo”.
De la adolescencia a la edad adulta
Otro gesto que puede tener el valor de un rito de transición es la entrega de un objeto. Aunque ofrecer un reloj no tiene necesariamente un gran significado, excepto el de una transmisión, otros objetos tienen el valor de fomentar la autonomía y la responsabilidad. Siempre que se den a su debido tiempo.
Autonomía: claramente uno de los leitmotiv de la adolescencia y la razón de ser del tránsito a la edad adulta. ¡Siempre que no se genere confusión! Según explica Gilles le Cardinal, “durante la adolescencia, se produce un desplazamiento entre el momento en que los padres lo deciden todo por el hijo y el momento en que el joven tiene la última palabra”.
Según él, el padre debe rectificar dos grandes errores extendidos en nuestra época: “El primero es confundir la libertad con el hecho de tener elección. Haber elegido significa dejar de ser libre. Hay que recordar y transmitir que no hay libertad sin responsabilidad. Una conversación entre padre e hijo sobre este tema puede ser fructífera. El segundo error es confundir autonomía con el hecho de arreglárselas solo. ¡Eso es la independencia! La autonomía, al contrario, es saber pedir ayuda y consejo para emprender sus proyectos”.
Y tal vez uno de los ritos que concluyen el proceso educativo de un hijo es el día de su boda. El discurso del padre durante la recepción del matrimonio resulta ser el último ritual de la separación. “El padre toma consciencia de que la separación se remata”, explica Gilles le Cardinal. “En su discurso, el hijo puede encontrar una forma de mea culpa del padre por sus faltas, a la vez que un reconocimiento de los talentos desarrollados por el hijo. Como una relectura del pasado. Puede ser también una forma de decir: esto es todo lo que te he dado, no me debes nada”. De la familia de origen a la familia que se funda, se ha pasado un testigo para escribir otra historia.
Cyril Douillet