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La Virgen María, un modelo para todas las madres

PATRICIA TRIGO
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Edifa - publicado el 26/05/20
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La maternidad es magnífica, pero exigente. ¡Por fortuna, las madres pueden contar con el ejemplo de la Virgen María en el día a día!

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Como todos los niños, Jesús necesitó de su Madre para convertirse en un hombre hecho y derecho. La Virgen María no se contentó con formar y alimentar su cuerpo, sino que, con José, le enseñaron todo lo que sabían. Jesús aprendió a sonreír y reír viéndolos inclinados sobre su cuna. Al escucharles hablar, aprendió a hablar. Él, que más adelante haría brincar a los paralíticos, necesitó de sus padres para aprender a caminar. Incluso Él necesitó de sus padres para aprender a rezar.

Mejor aún, Él, el Amor eterno, necesitó de sus padres para aprender a amar humanamente. Viéndoles amarse con ternura, viendo también con qué amor lo amaban a Él mismo, su corazón humano se abrió y se desarrolló hasta convertirse en ese corazón humano ardiente de caridad, capaz de amar a todas las personas, incluyendo a los mayores pecadores. 

Viendo cómo la Virgen María y José aceptaban sin refunfuñar los trances y las decepciones de la vida –la huida a Egipto y la falta de delicadeza de los vecinos de Nazaret–, Jesús aprendió a “someterse en todas las cosas” a la voluntad del Padre hasta el punto de que “mi comida es hacer la voluntad de Aquel que me envió” (Jn 4,34).

Si eres madre, cuando vayas a despertar a tus hijos, puedes pensar en la Virgen María despertando a Jesús haciéndole rezar su oración “Shemá, Israel”: “Escucha, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”.

Cuando vayas a consolar a tu hijo que acaba de hacerse daño, puedes pensar en la Virgen María que también secó las lágrimas de su Jesús. Lo que María no pudo hacer fue enseñar a Jesús a pedir perdón. Pero le hizo hacer lo que ella misma hacía para no enorgullecerse de tener un corazón preservado de todo mal deseo. Le hacía cantar: “Bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios” (Sal 103,2).


PATRICIA TRIGO
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Como madres también puedes intentar imitar la fe inaudita de María. Cuando un ángel viene a anunciarle que va a ser madre sin perder la virginidad, ella cree lo imposible “porque no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37).

Cuando ve en Caná la vergüenza de los recién casados que no tienen más vino que ofrecer a sus invitados, sugiere a Jesús hacer alguna cosa. Y cuando Jesús le responde que eso no es asunto suyo, ella insiste en su idea diciendo a los sirvientes: “Hagan todo lo que él les diga” (Jn 2,5).

Todas las madres del mundo tienen la vocación de formar a hombres o mujeres guiando su existencia bajo la luz de la presencia y el amor de Dios. Y en este camino de educación, podrán apoyarse en la ayuda y el ejemplo de la Madre de Dios.

¡Que la Virgen María ayude a todas las madres a maravillarse de ser ellas también las educadoras insustituibles de sus hijos!

Pierre Descouvemont

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