A todos nos gusta ser apreciados y concedemos más importancia de la que admitimos a este deseo de complacer. Hay muchas maneras de complacer a los demás pero hay una que es la mejor
Todos quieren complacer a todos. Solo hay que mirar un poco a su alrededor para ver el juego que todos los seres vivos juegan entre sí. Los desfiles nupciales de las diferentes especies animales que se desvelan indiscretamente en espléndidos reportajes filmados forman parte de estas encantadoras campañas que parecen ser una de las principales ocupaciones del mundo. Lo que la naturaleza vive instintivamente, el hombre está llamado a vivirlo razonablemente. Es innegable que hay en el corazón y en el comportamiento del hombre una necesidad de complacer a los demás, así como él es atraído por lo que le gusta y por aquellos que logran complacerlo. ¡Misterioso fenómeno de atracción y repulsión! ¿Según qué criterios, por ejemplo, eligen su ropa y sus zapatos? ¿Es solo su utilidad lo que guía la elección, o la impresión que darán? ¿No tenemos un cuidado meticuloso en escogerlos preguntándonos qué pensarán los demás y tratando de adivinar si les gustarán? Nada nos afecta más que el no quererlo de la gente, y hacemos todo lo posible para evitar ese riesgo. ¿Acaso no es el deseo de complacer lo que hace ricos a peluqueros y perfumistas?, ¿Acaso no es el deseo de complacer lo que anima a quienes se pasan horas maquillándose? y ¿Acaso no es es el deseo de complacer lo que hace que uno se desmoralice cuando se da cuenta con horror de que hay una pequeña mancha en la bella blusa que acaba de ponerse para salir?
Complacer, sí, ¿pero cómo?
Al hombre le encanta ser amado. Le gusta ser apreciado. Concede más importancia de la que admite a este deseo de complacer. Y hace más de lo que imagina para atraer la atención y complacer. Si no hay ningún problema en ello, sería honesto preguntarse a quién se quiere complacer y qué medios se utilizan para lograr sus objetivos. La pregunta merece ser formulada por todos y para todos.
Queremos complacer al mundo como queremos complacer a la gente que conocemos. Puede que queramos complacer a la gente que encontramos en la calle (¡¿No nos damos la vuelta a veces para ver si también se dan la vuelta?!) y complacer a la gente que vemos todos los días. Queremos complacer a la persona que amamos, y eso es normal. Queremos complacer a nuestros amigos, pero a veces también a los amigos de nuestros amigos. Sobre todo, queremos complacer a nuestros amigos, cuyas opiniones son tan importantes que no dejamos de preguntarnos: “¿Qué piensan de mí? ¿Crees que les gusto?” Depende de cada uno de nosotros hacer balance. En cuanto a los medios de seducción, existen muchas opciones. ¿Acaso es el vestido? ¿La apariencia? ¿La conversación? ¿Los músculos? ¿El humor? ¿La sonrisa? Puedo seguir…
¿Qué le agrada a Dios? Un corazón recto
Pero aquí viene una pregunta: ¿Me importa agradar a Dios?, ¿Me importa particularmente complacerle a Él? ¿Y qué es lo que agrada a Dios? Si pudiera tener una idea de lo que agrada a Dios, seguramente vería más claramente cuáles son los medios más honestos y correctos que debo usar para agradar a los demás. Lo que agrada a Dios, dice la Escritura, no son las apariencias, sino lo que se vive en el corazón. Lo que agrada a Dios es la cualidad del hombre, lo que vive en lo más profundo de su ser. Lo que a Él le gusta es la rectitud de la vida, es que el hombre vive lo que dice. Lo que le gusta son las almas simples y directas. Lo que le agrada son aquellos con los que podemos contar, porque son personas de palabra – no mentirosos, aquellos que tienen doble vida y doble lenguaje. Dios ama los corazones rectos; estos son los que le gustan. Como canta el salmo: “Guarda tu lengua del mal, y tus labios de palabras mentirosas; apártate del mal y practica el bien, busca la paz y sigue tras ella.” (Salmo 34:14-15).
Dios, a diferencia de los hombres, no mira lo que halaga el ojo en un momento dado, pero que no tiene un valor real. No confía en la impresión. Mira en los corazones de la gente. Le gustan las intenciones rectas y la fidelidad a las convicciones. “Que su elegancia no sea el adorno exterior –consistente en peinados rebuscados, alhajas de oro y vestidos lujosos–sino la actitud interior del corazón, el adorno incorruptible de un espíritu dulce y sereno. Esto le vale a los ojos de Dios.” (1 Pedro 3:3-4). Por lo tanto, no hay que echarse la culpa por querer complacer. Incluso puede ser muy bueno. Pero hay un método. Hay reglas de conducta buenas y malas. Básicamente, solo debemos querer complacer a la gente con los medios que agradan a Dios. A las formas y maneras se les debe dar menos importancia que a las cualidades del corazón. Lo que, a primera vista, es invisible para los hombres, pero que Dios ve, es lo que debe saltar a los ojos de aquellos a quienes queremos agradar.
Dispuesto a complacer solo con lo mejor de sí mismo
Toda la energía que se emplea para agradar a los demás debe emplearse para agradar a Dios; y los medios empleados para agradar a Dios son apropiados para agradar a los hombres. Esto es como agudizar en uno mismo el deseo de agradarle a Él, que ve en lo secreto, cuando se reza y se cierra la puerta de la habitación. Esta es la meta de los que se retiran a los desiertos. No tienen otro espectador que Dios. No tienen a nadie a quien agradar, excepto a Dios mismo. Saben que no pueden engañar ni hacer trampa a nadie. A esta gente no le importa si complacen a los hombres. Están lejos de esa preocupación. Ir al desierto para agradar a Dios no es para todos, es una vocación reservada para unos pocos. Pero amar a Dios con un amor exclusivo y hacer todo para complacerlo es válido para todos. Todo cristiano, sea cual sea su vocación, debe vivir con una sola preocupación, la de agradar a Dios. Debe poner su vida en una sola consigna: querer complacer sólamente con lo mejor de sí mismo. Esto es adecuado tanto para los hombres como para Dios.
Hno. Alain Quilici