A menudo puede haber una desconexión en nuestras vidas entre la forma en que nos acercamos a Dios y la forma en que nos acercamos a otras personas. La palabras son una muestra de ello.
Esto puede ocurrir especialmente con las redes sociales, ya que podemos escondernos detrás de una pantalla y decir lo que queramos sin ninguna consecuencia.
Lo que tenemos que recordar es que cada palabra que usamos en las conversaciones, ya sean en línea o en persona, reflejan de alguna manera el estado de nuestra alma.
El poder de las palabras
San Francisco de Sales explica esta realidad espiritual en su Introducción a la Vida Devota utilizando una analogía:
"Los médicos juzgan en gran medida la salud o la enfermedad de un hombre por el estado de su lengua, y nuestras palabras son una verdadera prueba del estado de nuestra alma. 'Por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado', dice el Salvador. Somos propensos a aplicar rápidamente la mano al lugar donde sentimos dolor, y así también la lengua es rápida para señalar lo que amamos".
Luego continúa con su reflexión, señalando que nuestras palabras reflejan aquellas cosas que nos importan en esta vida:
"Si amas a Dios de corazón, hijo mío, hablarás a menudo de Él entre tus parientes, en tu casa y entre tus amigos familiares, y eso porque 'la boca del justo habla sabiduría, y su lengua habla juicio'. Así como la abeja no toca nada que no sea miel con su lengua, así tus labios deben estar siempre endulzados con tu Dios, no conociendo nada más placentero que alabar y bendecir Su Santo Nombre".
Escucha tus palabras y mira tu corazón
La era de Internet ha hecho de esto una tarea difícil, ya que a menudo nos enfurece la siguiente publicación en las redes sociales que aparece en nuestro feed.
Nuestra reacción suele ser responder inmediatamente con un comentario sarcástico o compartirlo con los demás, diciéndole al mundo lo horrible que es otra persona.
Diversas formas de entretenimiento pueden ser igualmente perjudiciales, animándonos a utilizar un lenguaje vulgar en nuestras conversaciones cotidianas.
A pesar de nuestro lenguaje soez, tanto en línea como en persona, podemos pensar que seguimos siendo buenos cristianos, porque no estamos hiriendo físicamente a nadie.
Sin embargo, las palabras son poderosas y pueden derribar a las personas más que cualquier palo o piedra.
Si tenemos problemas con nuestras palabras, tendremos que mirar a nuestro corazón y ver cómo podemos dejar que Dios entre en él y lo transforme.
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