Puede que Fallen leaves sea la película más minimalista del año: una exploración sobre el amor en clave de comedia sutil y finísima sobre perdedores y con sólo 80 minutos de duración. Menos de una hora y media aprovechada hasta sus últimas consecuencias porque no le falta ni le sobra nada.
Es como si, ahora que ronda ya los 67 años, la suerte le sonriera más que nunca al cineasta finlandés Aki Kaurismäki y a su cine poblado de parados, bebedores, gente de la clase trabajadora y supervivientes de distinta índole: si descontamos filmes de episodios de varios directores, cortos y documentales, desde 2011 hasta 2023 solo ha rodado un largometraje (El otro lado de la esperanza). Fallen Leaves, su nueva propuesta, se ha saldado con un enorme éxito entre la crítica y los festivales de cine y un éxito más discreto, pero imparable, entre el público que la va añadiendo a sus listas de favoritas.
¿Qué cuenta Fallen Leaves? De hecho, no se trata de lo que cuenta, que no es mucho, sino de cómo lo cuenta y la sutileza y el buen humor con que lo hace. Hay dos personajes centrales que viven en Helsinki. Ansa (Alma Pöysti) es una mujer más o menos solitaria que desempeña trabajos mal pagados en sitios como centrales y supermercados. Holappa (Jussi Vatanen) es un hombre alcoholizado aunque a media tarde aún no se le note, que obtiene empleos en fábricas y suele perderlos porque, igual que los personajes de Charles Bukowski, comete errores y a menudo bebe durante el horario laboral. Ambos se encuentran un par de veces por la ciudad y deciden tomarse algo en una cafetería. Pronto Ansa advierte el problema principal de su posible relación: Holappa parece un buen hombre pero lleva encima una petaca y vierte alcohol incluso en el café.
Los personajes de Aki Kaurismäki son ciudadanos corrientes, gente trabajadora que gana lo justo para procurarse un techo y llenar la nevera. Gente que atraviesa momentos de bajón y depresiones. Holappa le dice a un amigo que está deprimido porque bebe demasiado. El otro le pregunta por qué bebe y aquel responde: "Porque estoy deprimido". Holappa está atrapado en uno de esos círculos de los que resulta muy difícil zafarse. En varias escenas vemos a los dos protagonistas sufrir el desprecio o el afán de superioridad de jefes que se creen importantes pero en realidad no son nadie. Los vemos asumir tareas que nadie querría como lavar montones de vasos a mano en la cocina de un pub lleno de borrachos. Necesitan redención y una vía de escape: el amor.
El amor como salvavidas
La soledad de ambos al final pesa y necesitan a otra persona. Por si no fuera bastante, cada vez que encienden la radio, las noticias los empujan un poco más hacia abajo: hay guerra en Ucrania. Por tanto esa posibilidad de encontrar el amor les puede salvar de sus malestares emocionales.
Otra de las vías de escape para sus personajes la encuentra el director en las películas. Ansa y Holappa van juntos al cine y se ríen con Los muertos no mueren, una comedia de Jim Jarmusch muy denostada en su día y a la que Kaurismäki hace cierta justicia poética porque ambos cineastas son amigos. A menudo en varios planos hay carteles de filmes de fondo: de Godard, de Bresson, de Melville, de Visconti, de John Huston.
El director de La vida de bohemia nos cuenta esta historia de amor y soledad mediante el minimalismo y el absurdo, muy propio de su filmografía. Sus antihéroes hablan poco pero dicen mucho con los silencios. Los colores de la ropa y de las paredes son intensos, en contraste con la tristeza y con la peste que suponemos que despiden esos bares infectos y esos contenedores de basura a los que Ansa arroja la comida caducada. Los planos son sencillos y a menudo fijos. Quienes desfilan por la pantalla no ejercen grandes proezas, más allá de las rutinas de cualquier civil como usted y como yo: ir al trabajo, ver una película, leer un cómic, conversar en un garito mientras suena un concierto de fondo.
El despliegue emocional, refinado, que pone en marcha el director coincide con unas palabras de la actriz Marisa Tomei en declaraciones a Fotogramas, que por casualidad leí justo el mismo día en que vi la película: "El amor lo es todo. […] Ante el odio y la destrucción que nos rodea, lo único que nos queda, lo que crea vínculos invulnerables, es el amor que tenemos los unos por los otros. El amor es esperanza, cuidar de los demás, y saber escucharlos. Y provoca cambios, y revoluciones, y mejora la sociedad".
En esa línea se moverán los personajes de Fallen Leaves, título metafórico que encontramos en la letra de la canción que suena en los créditos finales: "Nuestros recuerdos son hojas muertas que se lleva el viento al pasar".