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¿Cómo aceptar un texto magisterial que ofende mi convicción?

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Redacción de Aleteia - publicado el 22/12/23

¿Cómo acoger la enseñanza de la Iglesia con atención, benevolencia y docilidad, sin renunciar a una auténtica libertad intelectual? He aquí doce maneras de avanzar fielmente en la recepción de los textos del Magisterio

No siempre es fácil comprender o incluso aceptar los textos del magisterio. A veces, estos textos chocan incluso con nuestras convicciones más profundas. La reciente Declaración Fiducia supplicans sobre el significado pastoral de las bendiciones no es una excepción.

Antes de interpretar estos textos más a la luz de nuestras propias convicciones que del magisterio en su conjunto, pero también -o sobre todo- a la luz de interpretaciones mediáticas que incluso inconscientemente orientan nuestro juicio, conviene escuchar los consejos de la Iglesia para acoger su enseñanza con atención, benevolencia y docilidad, sin renunciar a una auténtica libertad intelectual.

He aquí doce ideas recogidas por un seminarista de la instrucción Donum Veritatis (1990) de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida a los teólogos, pero cuyos consejos se aplican a todos los cristianos que quieran progresar en la búsqueda y el conocimiento de la verdad. La instrucción está firmada por el cardenal Joseph Ratzinger.

1. Considerar el estado de mi vida espiritual antes de cuestionar el Magisterio

“Puesto que el objeto de la teología es la Verdad, el Dios vivo y su designio de salvación revelado en Jesucristo, el teólogo está llamado a intensificar su vida de fe y a unir siempre la investigación científica y la oración” (DV, n. 8).

2. Toda decisión magisterial, aunque no sea infalible, requiere mi asentimiento

“Cuando el Magisterio enseña una doctrina, incluso sin la intención de realizar un acto definitivo, se requiere un asentimiento religioso de la voluntad y de la inteligencia. Este asentimiento no puede ser puramente externo y disciplinar, sino que debe situarse en la lógica y en el movimiento de la obediencia de la fe” (n. 23).

3. El lugar del Magisterio en el tiempo puede, sin embargo, llevar a ocasionales deficiencias en su enseñanza

“En este ámbito de intervenciones de carácter prudencial, ha sucedido que los documentos magisteriales no están exentos de deficiencias. Los pastores no siempre han percibido inmediatamente todos los aspectos o toda la complejidad de una cuestión. Pero sería contrario a la verdad concluir de algunos casos concretos que el Magisterio de la Iglesia se equivoca habitualmente en sus juicios prudenciales. En efecto, el teólogo sabe que ciertos juicios magisteriales pudieron estar justificados en el momento en que se pronunciaron, porque las afirmaciones en cuestión mezclaban inextricablemente afirmaciones verdaderas con otras que no lo eran. Solo el tiempo ha permitido discernir y, tras un estudio profundo, lograr un auténtico progreso doctrinal” (n. 24).

4. Las dificultades pueden derivarse de la diversidad de lenguas y culturas

“Por último, la pluralidad de culturas y lenguas, que es en sí misma una riqueza, puede dar lugar indirectamente a malentendidos que abran el camino a desacuerdos” (n. 32).

5. Otras dificultades pueden estar ligadas a teologías particulares, necesariamente incapaces de expresar la plenitud del misterio.

“Gracias a la asistencia divina, la enseñanza del Magisterio es válida más allá de los argumentos que utiliza, a veces tomados de una teología particular. En cuanto al pluralismo teológico, solo es legítimo en la medida en que se salvaguarde la unidad de la fe en su sentido objetivo. La razón de ser de la pluralidad es el misterio insondable de Cristo, que trasciende toda sistematización objetiva. Esto no puede significar que sean aceptables conclusiones contrarias a ella, y en modo alguno pone en duda la verdad de las afirmaciones con las que el Magisterio se ha pronunciado” (n. 34).

6. La adhesión solicitada no me impide, por tanto, plantearme ciertas cuestiones

“La voluntad de asentir lealmente a esta enseñanza del Magisterio en materia del yo no irreformable debe ser la regla. Sin embargo, el teólogo puede hacerse preguntas sobre la oportunidad, la forma o incluso el contenido de una intervención” (n. 24).

7. Por todo ello, no debo considerar que mi propio juicio tiene más valor que el Magisterio.

“Conviene recordar la ideología del liberalismo filosófico que impregna también la mentalidad de nuestro tiempo. De aquí deriva la tendencia a considerar que un juicio tiene tanto más valor cuanto más proviene del individuo que se apoya en sus propias fuerzas.La libertad de pensamiento se opone a la autoridad de la tradición, que se considera fuente de servidumbre. La libertad de juicio así entendida es más importante que la verdad misma” (n. 32).

8. Debo excluir toda actitud de hostilidad

En varias ocasiones, el Magisterio ha llamado la atención sobre el grave daño que causan a la comunión de la Iglesia las actitudes de oposición sistemática, que llegan incluso a formar grupos organizados. Nos referimos aquí, en particular, a esta actitud pública de oposición al magisterio de la Iglesia, llamada todavía disentimiento, que debe distinguirse claramente de las situaciones de dificultad personal” (n. 32).

9. También debo mantener la discreción

“Aunque la doctrina de la fe no parezca estar en discusión, el teólogo no presentará sus opiniones o hipótesis divergentes como si fueran conclusiones indiscutibles. Esta discreción viene dictada por el respeto a la verdad y al Pueblo de Dios. Por las mismas razones, renunciará a toda expresión pública intempestiva de las mismas” (n. 27).

10. También debo estar dispuesto a renunciar a mis opiniones para buscar honestamente la comprensión del texto.

“En cualquier caso, nunca puede faltar una actitud fundamental de disponibilidad para acoger lealmente la enseñanza del Magisterio, como corresponde a todo creyente en nombre de la obediencia de la fe. Por eso, el teólogo se esforzará por comprender esta enseñanza en su contenido, en sus razones y en sus motivos. A este fin dedicará una reflexión profunda y paciente, dispuesto a revisar sus propias opiniones y a examinar las objeciones que le hagan sus coetáneos” (n. 29).

11. Si persisten las dificultades, no puedo servir a la verdad en las redes sociales

“Si, a pesar de los esfuerzos leales, persisten las dificultades, es deber del teólogo poner en conocimiento de las autoridades magisteriales los problemas que plantea una enseñanza en sí misma, en las justificaciones que se ofrecen de ella o en el modo de presentarla. Lo hará con espíritu evangélico, con un profundo deseo de resolver las dificultades. En tales casos, el teólogo evitará recurrir a los medios de comunicación social en lugar de dirigirse a la autoridad responsable, ya que no es presionando de este modo a la opinión pública como se puede contribuir a la clarificación de los problemas doctrinales y servir a la verdad” (n. 30).

12. Como último recurso, la actitud que hay que mantener es el amor a la Iglesia y la confianza en el Espíritu Santo que la guía

“También puede suceder que al final de un examen serio de la enseñanza del Magisterio, realizado con voluntad de escucha sin reticencias, subsista la dificultad, porque al teólogo le parezcan prevalecer los argumentos en sentido contrario. Ante una afirmación a la que no cree poder dar su apoyo intelectual, su deber es permanecer disponible para un examen más profundo de la cuestión. Para un espíritu leal animado por el amor a la Iglesia, tal situación puede representar ciertamente una prueba difícil. Puede ser una llamada a sufrir en el silencio y en la oración, con la certeza de que si la verdad está realmente en juego, al final prevalecerá necesariamente” (n. 31).

Solo así podremos preservar tanto la obediencia que debemos a la enseñanza de la Iglesia como la libertad que necesitamos para adherirnos a ella.

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