Antes de nada, dos consejos o advertencias:
Uno: la edad adecuada para ver estas dos películas debería ser a partir de los 11 o 12 años porque, por decirlo de manera suave, contienen spoilers acerca de la Navidad y de Santa Claus.
Dos: los filmes a los que nos referiremos son los protagonizados por Peter Billingsley en el papel de Ralphie Parker: Historias de Navidad (A Christmas Story, Bob Clark, 1983) y Una nueva historia de Navidad (A Christmas Story Christmas, Clay Kaytis, 2022). Aclaramos esto porque, aunque están basados en los cuentos del escritor Jean Shepherd incluidos en su libro In God We Trust, All Others Pay Cash, los mismos personajes fueron utilizados en las películas Sucede en las mejores familias (1994), A Christmas Story 2 (2012) y A Christmas Story Live! (2017) e interpretados por otros actores. La gracia de la secuela de 2022 es ver a aquel niño con gafas de unos 12 años convertido ya en un adulto, con gafas, de unos 50 años, enfrentándose a problemas parecidos pero a través de los ojos de sus hijos.
‘Historias de Navidad’
Revisada hoy día, y aconsejo hacerlo en estas fechas, Historias de Navidad continúa siendo una comedia modélica sobre lo navideño, un producto muy de los 80, donde el cine comercial norteamericano atravesó una de sus mejores etapas: películas en las que predominaban el espectáculo, la emoción para todos los públicos, el humor políticamente incorrecto y la habilidad para contar historias emotivas en menos de dos horas de metraje. A Christmas Story es uno de los filmes ochenteros que mejor han resistido el paso del tiempo o nuestra mirada de ahora. Su mensaje es perfecto para estos días: al final lo que importa es la familia, estar rodeado de los tuyos y apoyarse mutuamente.
Años 40. Ralphie Parker es un niño residente en un pueblo ficticio de Indiana. Se acerca la Navidad y su mayor ilusión es que Santa Claus le traiga un modelo moderno de rifle de aire comprimido. Un deseo al que, por supuesto, se niegan sus familiares e incluso su maestra. Porque, alegan, se sacará un ojo. No es un artefacto apropiado para un niño. Ni siquiera es un juguete. Alrededor de este antojo nos contaban las desventuras de Ralphie, sus amigos, su madre y su padre, entre otros personajes: situaciones que desembocaban en sueños frustrados, decepciones, castigos que incluían lavar la lengua con jabón, disfraces de conejo, gafas rotas y los habituales matones del vecindario que recibirán una lección.
En labores de dirección figuraba Bob Clark, uno de esos directores casi secretos cuyo nombre es de culto para una minoría de cinéfilos: Clark dirigió a partir de los 70 dramas, cintas de terror y de suspense, comedias infantiles, filmes gamberros y unas cuantas historias enfocadas a la familia. Una carrera extraña para alguien que empezó con el terror de bajo presupuesto y terminó con las comedias para todos los públicos. Sus Historias de Navidad demuestran su buen pulso como cineasta.
“Una nueva historia de Navidad”
Cuatro décadas después volvemos a ver al mismo actor encargándose del personaje. Ralphie Parker vive en la ciudad y se ha tomado un año de descanso en el trabajo para cumplir su determinación de convertirse en escritor. En vísperas de Navidad recibe la noticia de la muerte de su padre y debe regresar a aquel pueblo de Indiana de su infancia junto a su mujer y sus dos hijos.
Ralphie ejerce de narrador y dice al inicio: "Cuando eres niño, todo lo que quieres es el regalo de Navidad perfecto. Cuando eres padre, todo lo que quieres es que la Navidad sea perfecta". Estas dos frases revelan el salto generacional y nos avanzan que ya no estamos en los años 40, sino en los 70, y que aquel niño soñador y miope que quería un rifle se ha convertido en un adulto soñador y miope que quiere publicar un libro. El filme cuenta cómo pasan los días previos a Navidad y todos los indicios apuntan a que será un desastre. Para colmo, su madre le encarga que escriba la esquela de su padre, algo de lo que se siente incapaz pese a la admiración que sentía por él.
Esta secuela es entretenida, y en la dirección figura Clay Kaytis, quien hizo un trabajo decente con Crónicas de Navidad. El resultado está a demasiada distancia de la primera parte. El problema no es tanto de dirección o de guión, sino de la mentalidad actual. Del espíritu contemporáneo en el que se prohíbe todo, especialmente el humor. En los 80, un filme podía tener cierto mordiente, contener cierto aire de sátira, cierta ironía que no invalidaba su mensaje navideño y familiar. En los años 20 del siglo XXI todo eso está desapareciendo.
Una comedia como Una nueva historia de Navidad es blanca, inofensiva, sin chistes que puedan molestar, sin bromas de doble sentido. Los personajes no tienen aristas o dobles caras, algo que sí ocurría en la primera. Son planos, y ni siquiera hay malicia en aquellos de los que esperábamos algo de maldad. ¿Es aceptable? Claro. ¿Es mejor? No. La secuela, por tanto, solo es un mero complemento a las historias de Ralphie: y al menos perdura su mensaje sobre la necesidad de la familia. Y nos hace sentir nostalgia por un tiempo en el que la libertad de expresión funcionaba de manera más eficaz.