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Esto nos enseña San Ignacio de Loyola sobre manejar un auto

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Bernardo Ramonfaur/Shutterstock

Dariusz Dudec - publicado el 13/09/23

Podemos aprender a conducir de forma más segura y atenta gracias a las enseñanzas de un hombre que vivió 400 años antes de la invención del automóvil

San Ignacio es un gran santo que nos enseñó mucho sobre el discernimiento de espíritus y gracias a él ahora conocemos el examen de conciencia ignaciano. Se trata de una oración diaria según la cual dedicas 15 minutos a examinar tu corazón, tus sentimientos, tus deseos y -lo que es más importante en este contexto- los “movimientos de nuestra alma”.

Estos movimientos son los pensamientos que surgen en nuestro interior antes de pasar a la acción. El examen de conciencia ignaciano centra nuestra atención no tanto en el acto en sí, sino en el pensamiento, el impulso, la conmoción que nos ha llevado a él y el espíritu que hay detrás.

Jesús mismo dice: “Porque de dentro del corazón de los hombres salen los malos pensamientos” (Mc 7,21).

El corazón, en el sentido bíblico de la palabra, significa el centro de la toma de decisiones humanas, donde se formulan los pensamientos.

¿Cómo se relaciona esto con el gesto de conducir un carro?

Es raro que haya un día en que las noticias no reporten un accidente de tráfico, sobre todo en las grandes ciudades; los titulares, la agresividad, la velocidad excesiva y la conducción bajo los efectos del alcohol son solo algunos de los factores que provocan accidentes tristes y evitables.

Cualquiera que conduzca un coche sabe también que es habitual encontrarse con otros peligros y obstáculos en la carretera; alguien corta el paso, un coche gira mal en un cruce, un motociclista no respeta las normas y crea una situación peligrosa, solo por mencionar algunos.

La reacción de los conductores

¿Cómo reaccionan los conductores? Con ira creciente, insultos o gestos obscenos, así como bocinazos insistentes. En casos extremos, la reacción es la agresión violenta. Estas reacciones pueden generar un círculo vicioso entre los conductores, ya que la agresividad engendra agresividad.

Sin embargo, este comportamiento comienza cuando etiquetamos a las personas en nuestros pensamientos. Julita Maleska, psicóloga del transporte del Centro Regional de Medicina del Trabajo, declaró a TOKfm: “Puede tratarse de las llamadas etiquetas de pensamiento, como ‘conductor estúpido’, ‘qué idiota’ o ‘¿cómo puede conducir?'”.

Julita también señala que los hombres parecen más propensos al comportamiento agresivo que las mujeres. Esto es especialmente cierto en el caso de los hombres más jóvenes, que pueden tener un exceso de confianza. Pero estos impulsos pueden afectar a personas de cualquier nivel social. “Algunos creen que su posición (socioeconómica) es un salvoconducto para sentirse ‘importantes’ en la carretera y exigen que los demás se adapten a ellos”, afirma Julita.

Seguridad vial

trafico

Si la agresión en el tráfico comienza con un pensamiento, un movimiento del alma, ¿cómo puedo hacerle frente?

El primer paso útil, que nos enseña el propio San Ignacio, es aprender a reconocer estos movimientos, los pensamientos que nos acompañan al volante. Julita también lo menciona. “En el momento en que nos ponemos al volante, tenemos la posibilidad de agitarnos a causa de los atascos o de otros conductores, y si somos conscientes de ello, ya es un paso positivo. Es el primer paso para afrontar el problema”.

Es importante reconocer las posibles consecuencias del comportamiento agresivo. Al explicar el discernimiento y cómo tomar buenas decisiones, San Ignacio anima a la gente a imaginar las consecuencias de sus propios actos. Cuando estoy al volante, puede ser difícil imaginar lo que podría pasar si actúo agresivamente hacia otro conductor, pero puede ser muy útil reflexionar sobre este tipo de acciones antes o después de conducir.

En última instancia, es importante entender a los demás. Los otros conductores que encuentro en la carretera no son marionetas, sino personas. Tienen sus propias historias y problemas. Quizá tengan prisa por llegar a algún sitio. Quizá estén cansados o tengan un mal día. En general, el comportamiento que suele molestarnos en el tráfico no es fruto de la malicia, sino de un simple error humano.

De todos modos, la próxima vez que alguien te interrumpa mientras conduces, en lugar de maldecirle mentalmente, presta atención a la rabia y la ira que se acumulan rápidamente en tu interior. Si respiras un poco y te calmas, puede que encuentres en tu corazón la posibilidad de bendecirles. Esta sería sin duda una opción ignaciana de lo que es más profundo, mejor y más agradable a Dios.

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