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¿Si hago lo que Dios quiere dejo de ser libre?

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Luisa Restrepo - publicado el 01/06/23

Una propuesta de la comunicadora Luisa Restrepo: darle una vuelta a la palabra sumisión para comprenderla desde una relación de amor

Hablamos frecuentemente de la necesidad de ser dóciles a la voluntad de Dios, de dejarnos guiar por el Espíritu Santo,… Pero podríamos objetar que al hacer esto, el hombre ya no es más que una marioneta en las manos de Dios. ¿Dónde queda nuestra responsabilidad y nuestra libertad?

Cuando decidimos seguir a Dios, hacemos un acto libre de aceptación de su amor. Este amor nos lleva a comprender que Él nos conoce y quiere nuestra felicidad.

Entonces conocer su voluntad para nuestra vida y entender qué significa cumplirla nos hace valorar más lo que significa la palabra someter.

1La docilidad a Dios no hace una marioneta del hombre

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Dejarse guiar por Dios y por las inspiraciones del Espíritu no significa navegar con “piloto automático” sin tener nada que hacer.

Este esfuerzo da paso a todo un ejercicio de mi libertad, de responsabilidad, de espíritu de iniciativa.

Pero en lugar de que ese juego de mi libertad sea caótico o esté gobernado por mis deseos superficiales, está orientado por Dios en el sentido de lo que es mejor para mí.

Se convierte en una cooperación con la gracia, cooperación que no suprime, sino emplea todas mis facultades humanas de voluntad, de inteligencia, de raciocinio, etc.

Depender de un ser humano puede ser una limitación, si dependemos de Dios no nos veremos limitados: en Él no hay límites, Él es infinito.

La única cosa que Dios nos “prohíbe” es lo que nos impide ser libres, lo que obstaculiza nuestra realización como personas capaces de amar, de ser amadas libremente, y de encontrar nuestra felicidad en el amor.

Indudablemente, si me someto a la voluntad de Dios, una parte de mí se va a oponer.

Esa es, precisamente, la parte negativa que me condiciona y me limita y de la que me puedo liberar progresivamente con la ayuda de la gracia de Dios.

Esto está confirmado por la experiencia: el que camina con el Señor y se deja conducir por Él,
experimenta un sentimiento de libertad; su corazón no se reduce, no se ahoga, sino, al contrario, se dilata y “respira” más.

Dios es el amor infinito, y en Él no hay nada estrecho ni reducido, sino que todo es ancho y amplio.

2La verdadera solución del problema

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En el plano filosófico, siempre habrá una contradicción entre nuestra libertad y el querer divino. A fin de cuentas, todo depende de cómo nos situemos ante Dios.

La oposición entre nuestra voluntad y la voluntad de Dios se resuelve si nuestra relación con Él es una relación de amor.

Si queremos que se solucionen las contradicciones entre el querer divino y nuestra libertad, debemos pedir al Espíritu Santo la gracia de amar más a Dios, y el problema se resolverá por sí solo.

Si nos apartamos de esta perspectiva de amor, si nuestra relación con Dios es
solamente una relación de creador a criatura, de amo a servidor; entonces estas dos realidades, la de la voluntad de Dios y mi libertad estarán en siempre en contradicción.

Solo el amor puede reducir la contradicción que existe entre dos libertades; solamente el amor permite que dos libertades se unan libremente.

Nos dice Martín Descalzo:

Solo se es libre para amar más o para hacer más humano nuestro mundo. Solo es libre quien tiene el alma tensa y dirigida hacia algo que es más grande que él. Un hombre verdaderamente libre en su interior convierte en liberador todo lo que hace. Porque esta es la más hermosa de las verdades: que se pueden aplastar las libertades exteriores pero nadie es capaz de encadenar un alma decidida a ser libre. Te pueden quitar el pan, no los sueños, el dinero, no la esperanza ni el coraje.


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