El legado de monseñor Fulton J. Sheen (1895-1979) es inmenso. Muy pocos obispos, sacerdotes o predicadores católicos han alcanzado la popularidad de este participante del Concilio Vaticano II, arzobispo de Newport (Estados Unidos) y director de la Sociedad Misionera Mundial para la Propagación de la Fe.
Los temas que trató en sus libros, en sus charlas de radio, en sus programas de televisión y en la conferencias que dictó a lo largo de los años, lo hicieron un referente del catolicismo y de la cultura católica.
En Lo mejor de Fulton J. Shhen, del pizarrón del ángel (Lumen, 2005) se le llama "maestro espiritual de la primera hora".
Uno de los temas menos explorados en las reseñas sobre monseñor Sheen es su enorme espiritualidad, sobre todo su espiritualidad mariana. Pero también lo fue de la adoración al Santísimo.
En estas diez razones para hacer una Hora Santa se despliega lo más profundo de su relación con Aquel a quien siempre llamó "Nuestro Divino Salvador".
El artículo se desprende del libro Lord, Teach Us To Pray: A Fulton Sheen Anthology (Sophia Institute Press).
1Tiempo bien empleado
Es tiempo pasado en la presencia de Nuestro Señor mismo. Si la fe está viva, no se necesita más razón.
2Agita los demonios del mediodía
En nuestras ajetreadas vidas, se necesita un tiempo considerable para sacudirnos los llamados "diablos del mediodía", las preocupaciones mundanas, que se aferran a nuestras almas como el polvo.
3Jesús lo pide
Nuestro Señor lo pidió. "¿No tuviste fuerzas, entonces, para velar conmigo ni siquiera por una hora?" (Mateo 26,40). La palabra fue dirigida a Pedro, pero se le conoce como Simón. Es nuestra naturaleza Simón la que necesita la Hora. Si la hora parece dura es porque "el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil" (Mc 14,38).
4Equilibrio espiritual y práctico
La Hora Santa mantiene un equilibrio entre lo espiritual y lo práctico. Las filosofías occidentales tienden a un activismo en el que Dios no hace nada y el hombre todo; las filosofías orientales tienden a un quietismo en el que Dios hace todo y el hombre nada. La Hora Santa une la vida contemplativa a la vida activa de la persona.
5Practicaremos lo que predicamos
La Hora Santa nos hará practicar lo que predicamos. "Aquí hay una imagen", dijo, "del reino de los cielos: Había una vez un rey, que celebró una fiesta de bodas para su hijo y envió a sus siervos con un llamado a todos los que había invitado a la boda; pero no quisieron venir" (Mt. 22,2–3).
6Nos ayuda a reparar
La Hora Santa nos ayuda a hacer reparación por los pecados del mundo y por nuestros propios pecados. Cuando el Sagrado Corazón se apareció a santa Margarita María, fue Su Corazón, y no Su cabeza, el que fue coronado de espinas. Fue el amor el que resultó herido.
7Reduce la tendencia a la tentación
Reduce nuestra propensión a la tentación y la debilidad. Presentarnos ante Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento es como poner a un tuberculoso en buen aire y sol. El virus de nuestros pecados no puede existir por mucho tiempo frente a la Luz del mundo.
8Nuestra Hora Santa es nuestra oración personal
La Hora Santa es una oración personal. La persona que se limita estrictamente a su obligación oficial es como el sindicalista que baja las herramientas en el momento en que suena el silbato. El amor comienza cuando termina el deber.
9Nos impide buscar un escape
La meditación nos impide buscar un escape externo de nuestras preocupaciones y miserias. Cuando surgen dificultades, cuando las acusaciones falsas tensan los nervios, siempre existe el peligro de que miremos hacia afuera, como lo hicieron los israelitas, en busca de liberación.
10La Hora Santa es necesaria
Finalmente, la Hora Santa es necesaria para la Iglesia. El único requisito es la aventura de la fe, y la recompensa es la profundidad de la intimidad para quienes cultivan su amistad. Permanecer con Cristo es comunión espiritual, como Él insistió en la solemne y sagrada noche de la Última Cena, el momento que eligió para darnos la Eucaristía: "Solo tenéis que vivir vosotros en mí, y yo viviré en vosotros" (Juan 15,4). Nos quiere en su morada: "Para que donde yo estoy, también vosotros estéis" (Juan 14,3).