Febrero es el mes en que se hace presente la figura inmensa y aleccionadora del cardenal Aloysius Viktor Stepinac. Él tiene el mérito de haber liderado e inspirado a los católicos a partir de 1945, año en que se impuso el régimen comunista en su nación bajo las órdenes del Mariscal Tito, jefe de estado de la entonces Yugoslavia, a la que Croacia estaba anexada.
Tito lo persiguió y hostigó judicialmente con el ánimo de acallarlo. En su tiempo, fue el arzobispo más joven del mundo, destacando como defensor de los derechos de sus compatriotas, sin hacer distinciones. Y su voz siempre era escuchada, alto y fuerte, contra las injusticias.
Pero Tito quería controlar al pueblo croata que era de fe profunda. La fe profunda siempre es un gran problema para los tiranos que prefieren la sumisión total. Una y otra se repelen como los polos opuestos. Se le ocurrió proponer a Stepinac lo que hoy el régimen chino tiene como práctica cotidiana: intentar atraer a los religiosos a una iglesia inventada y controlada por los comunistas, ofreciendo seguridades, prebendas y privilegios.
El joven prelado se negó rotundamente y sin esguinces. Es famosa su valiente respuesta: «Yo sé cuál es mi deber. Con la Gracia Divina lo cumpliré hasta el final, sin odio contra nadie, pero también sin miedo a nadie». Ello le valió la tortura y el confinamiento a un campo de concentración. Su madre fue hostigada y su hermano corrió la misma suerte que él.
Las autoridades comunistas lo acusaron de ser colaborador nazi y lo sometieron a un polémico juicio, con leyes creadas especialmente para su proceso. Igual como hacían los nazis.
La injusticia no paga
A pesar de que la prensa mundial condenó los hechos, el régimen, lejos de conmoverse, lo condenó a 16 años de trabajo forzado y al sometimiento a una muerte lenta y dolorosa. Instalaron junto a su celda máquinas de rayos X para irradiarlo todas las noches y debilitarlo hasta provocarle la muerte en medio de terribles sufrimientos.
El régimen conculcó todo tipo de derechos, entre los que figuraban los relativos a la libertad de credo. Ese régimen acabó y en la actualidad, sin embargo, el comunismo en ese país es un pasado del que nadie quiere acordarse, mientras que, según el último censo, el 86,3% de la población se confiesa católica.
Araron en el mar, un mar de sangre se los devoró, la misma sangre inocente que ellos derramaron. Quien sembró y cosechó fue el arzobispo Stepinac pues su fe inamovible y el sacrificio de su vida, tiene mucho que ver con el orgullo de ser católicos que los croatas hoy exhiben.
Desde 1998 es beato de la Iglesia Católica, proclamado por el papa Juan Pablo II, conocedor él mismo, en carne propia, de la noche oscura que impone el comunismo a sus críticos y disidentes. También a las familias de ellos. Eso está pasando, calcado de aquellos bárbaros, en Cuba y en Nicaragua.
El abono mártir
Siempre hemos escuchado que el espíritu se fortalece en la vicisitud y que la sangre de los mártires riega el terreno, como poderoso fertilizante, de nuevas vocaciones y más almas cristianas que emergen con una fe aún más sólida. Eso parece estar ocurriendo en África y en Asia. Si consideramos el tremendo riesgo de abrazar el cristianismo y mantenerse fiel en esas tierras, es poco menos que evidente que los peligros redundan en un semillero de nuevos cristianos.
Las cifras de crecimiento del catolicismo en esas regiones lo confirman y las elocuentes imágenes de las recientes visitas apostólicas del Papa al Congo y a Sudán no pueden sino emocionarnos hasta las lágrimas ante un pueblo tan sufrido pero masivamente en las calles, firme en sus convicciones y en su filial amor al Santo Padre. Ello nos hace imaginar, de seguir avanzando este proceso laicista en Occidente, que dentro de poco tendremos en América sacerdotes y religiosas africanos y asiáticos como antes venían de la católica España.
«Yo pagaré por ellos»
Justamente, el día en que el mundo católico recuerdó al arzobispo Stepinac, se conocieron dos noticias que nos dan una idea del estado de la libertad religiosa por estos lados: una de ellas viene de Nicaragua, donde el régimen de Ortega anuncia la liberación de 222 presos políticos pero, antes de que pudiéramos asimilar una novedad, sin duda aliviadora y que siempre produce una muy humana alegría, llega la coletilla: deben salir al exilio, y apátridas, para mayor abuso.
De hecho, literalmente antes de que cantara el gallo, los exreos fueron embarcados en un vuelo chárter rumbo a Estados Unidos. No sólo los expulsó del país, sino que también les quitó la nacionalidad. Hay sacerdotes y seminaristas entre los deportados. Fueron declarados «traidores de la patria» y les «suspendieron sus derechos ciudadanos de manera perpetua». En otras palabras, son muertos civiles, forma muy utilizada por estos regímenes como represalia contras los opositores. El propósito es sacarlos del juego político.
Se supo -y esto fue confirmado por las autoridades- que monseñor Rolando Álvarez, obispo de la Diócesis de Matagalpa y Administrador Apostólico de la Diócesis de Estelí, se negó a formar parte del grupo de personas desterradas, por lo cual fue recluido en la cárcel La Modelo de Tipitapa (horas más tarde se confirmó también su condena a 26 años de prisión).
Esta actitud acompañada de la frase «Yo pagaré por ellos», notoriamente enfureció al dictador Ortega, quien lo sacó de la casa donde cumplía prisión domiciliaria y lo confinó a la mencionada cárcel. También continúan detenidos dos sacerdotes: Manuel García y José Urbina del clero de la Diócesis de Granada.
Previamente, la Justicia de Nicaragua había hecho pública la condena a 10 años de cárcel para cuatro sacerdotes, dos seminaristas y un laico de la diócesis de Matagalpa, acusados de supuestos delitos de conspiración y difusión de noticias falsas.
Los sacerdotes condenados son Ramiro Tijerino, José Díaz, Sadiel Eugarrios; el diácono Raúl Vega; y los seminaristas Darvin Mendoza y Melkin Centeno. Así como el camarógrafo de televisión Sergio Cárdenas. La semana pasada también fue condenado a 10 años el sacerdote Oscar Benavidez, por las mismas acusaciones (ahora desterrados en Estados Unidos).
La voz que clama por Justicia
Ante los abominables dictámenes, el presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea (COMECE), cardenal Hollerich, expresó recientemente su solidaridad a través de una carta dirigida al presidente del episcopado nicaragüense.
«Seguimos de cerca el desarrollo de la situación en Nicaragua, marcada por la persecución a la Iglesia Católica y sus fieles. Como obispos de COMECE estamos comprometidos a promover la libertad, la democracia y la justicia en Nicaragua a través de nuestro diálogo regular con los representantes de las instituciones de la UE».
Cardenal Hollerich agregaba una petición a las autoridades de Nicaragua para que liberen cuanto antes a los retenidos. «Nos unimos a la voz que clama por la injusticia a la que están siendo sometidos nuestros hermanos en Nicaragua y exigimos su inmediata liberación«, según se lee en carta firmada por él mismo.
Se produce ahora esta liberación, acompañada por la deportación, en masa de presos en cárceles nicaragüenses. No sabemos si por una conveniente limpieza de recintos carcelarios destinados a recibir otros tantos «huéspedes», al mejor estilo de lo que los venezolanos llamamos «puerta giratoria»; o por mostrar una cara de cierta magnanimidad en previsión de nuevas medidas restrictivas de la Unión Europea; o bien por conversaciones que podrían estar ocurriendo desde hace un tiempo con los Estados Unidos. Pero lo cierto es que no son todos los que están ni están todos los que son.
Tenemos derecho a pensar cualquier cosa de estos regímenes, convencidos como estamos de que no dan puntada sin dedal en un contexto de aislamiento que ellos mismos se han diseñado, pero conscientes de que aflojar de tanto en tanto es un escudo protector que, no obstante, tiene rendijas por donde escapa al mundo una crueldad sin límite.
No hay que perder de vista, en cualquier escenario, que los presos políticos en estos regímenes son piezas de canje: la excarcelación a cambio de reconocimiento internacional o relajamiento de sanciones.
Conexión sinodal
En estos momentos, una espesa nube oscura cubre a Nicaragua pero las palabras del obispo Álvarez no sólo recuerdan las del joven arzobispo Stepinac de Croacia, sino también el heroico gesto de Maximiliano Kolbe -bajo las mismas bochornosas botas militares, aunque unas se llamaran soviéticas y otras nazis- de cambiarse por un padre de familia que iba a ser fusilado, muriendo él de hambre en el campo de concentración polaco de Auschwitz. Ese gesto de monseñor Rolando Álvarez abre el cielo a la luminosidad de un futuro de justicia y libertad.
En el fondo, el destino eterno de la misión cristiana en contextos inhumanos y la conexión creciente con el propósito sinodal de caminar juntos: Monseñor Álvarez no ha cedido al escarnio ni a la amenaza; tampoco al horizonte riesgoso, arbitrario y profundamente inmerecido que le espera por su decisión de no ceder a las pretensiones de la sombría pareja presidencial. Ha preferido dar testimonio y quedarse, no sólo a pagar por los demás, sino a seguir caminando con su pueblo. La Iglesia nicaragüense, hoy bajo condena de exterminio, sigue latiendo y respirando vida en el testimonio de monseñor Álvarez y los sacerdotes y laicos que lo acompañan.
«Otras personas» lo excluyeron
El caso de Cuba es un abuso crónico de poder (siete décadas) y un ventajismo grosero, propio de mandantes que creen que el poder no acaba nunca y que sus países son sus feudos. Más bien, se creen eternos ellos mismos. Y todo tiene un final. Es inexorable.
Los jóvenes nacidos y crecidos bajo el castrismo son quienes hoy se rebelan, salen a las calles, vociferan, se exponen, están presos y se resisten a aceptar el negocio de exilio por libertad. No quieren el disfraz de «hombre nuevo»que el régimen ha confeccionado para ellos. Sus familias son molestadas de diversas maneras, pero sus madres, como faros brillantes para las generaciones a las que pusieron en este mundo, se mantienen incólumes en apoyo de sus hijos y consecuentes con su lucha por una patria digna y justa.
Los sacerdotes, asumen su papel de pastores entendiendo que un párroco tiene un nivel de cercanía con sus ovejas mucho más estrecho que un obispo; y las religiosas, con su labor de asistencia física y espiritual para aquellos a quienes se deben, están en primera línea en la denuncia y el acompañamiento moral a quienes sufren el día a día de un gobierno cuya perversidad consiste en generar la mayor desesperanza posible, cerrando los horizontes y ofreciendo vía libre al que quiera dejar la patria. su patria, para no volver.
Esos sacerdotes son vigilados, amenazados y constreñidos de mil maneras. Ellos siguen predicando, escribiendo, caminando junto a su pueblo. De nuevo, el beato Stepinac: «Sé cuál es mi deber y lo cumpliré, sin odio pero sin miedo».
Uno de ellos fue castigado hace pocas horas al impedirle asistir a una conferencia que ofrecería el enviado del papa Francisco en La Habana. En su perfil de Facebook, el padre Pérez Soto contó que la Iglesia lo puso entre los invitados a la reunión con el líder religioso enviado desde Roma. Sin embargo, «otras personas», lo excluyeron. No hace falta demasiada imaginación para saber cuáles «otras personas» pueden excluir o incluir en la Cuba socialista.
El joven sacerdote, que estaba invitado al encuentro con el cardenal Beniamino Stella en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, fue borrado de la lista a último momento y no pudo asistir. Aun así, compartió que se sintió muy feliz al «escuchar la voz de mi Madre, la Iglesia, en las palabras del Cardenal Stella».
Además, divulgó varios fragmentos del discurso del cardenal, entre los cuales destacó: «No se puede subordinar la libertad a ningún cálculo de intereses o coyunturas o esperar a mejores tiempos para propiciarla».
Días antes el enviado del papa Francisco a la isla, había pedido la liberación de los presos políticos que participaron en las históricas protestas antigubernamentales de julio de 2021.
El deseo del Papa
«El Papa desea mucho que haya una respuesta positiva [por parte del régimen cubano] (…). Es importante que los jóvenes que en un momento manifestaron su pensamiento de la forma que conocemos puedan volver a sus casas», afirmó el cardenal en declaraciones a los medios, según reportó la agencia Efe. El cardenal Stella, leyendo la letra no tan chiquita, por cierto, no estaba proponiendo la excarcelación a cambio de destierro -que es en lo que anda el régimen cubano- sino la liberación y el «regreso a sus casas» de los prisioneros. Está por verse si en Cuba, gestiones de EEUU mediante, se podría dar un escenario parecido al de Nicaragua.
Volvemos sobre el martirologio, que adquiere diversas formas. A veces se presenta como tortura física, otras como sufrimiento sicológico, otras excluyendo y enajenando. El exilio es una de ellas, sobre todo si es involuntario, impuesto cuando se da a elegir entre la patria y la vida, entre la expulsión o la libertad. Pero todo ello no pone de relieve sino una realidad: no hay anhelo más grande que la libertad ni hay más peligro para el autoritario que un ser humano que lo albergue y luche por conseguirla. Al final, sin importar lo intenso de la oscuridad, la luz se hace.