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El 9 de octubre de 1845 fue una fecha remarcable en la vida de John Henry Newman; ese día ganó y perdió.
Tras años de mucho estudio y oración, tomó una decisión trascendental en su vida: se unió a la Iglesia católica, apostólica y romana.
Entonces ganó, porque de allí en adelante, vivió con el gozo de saberse en la Iglesia verdadera.
Asimismo fue un día doloroso, porque al abandonar la Iglesia anglicana de Inglaterra, donde fue bautizado y era respetado como uno de los clérigos más brillantes, perdió el afecto de muchos compatriotas, incluso familiares.
A partir de ese día, el que antes era admirado, pasó a ser incomprendido, despreciado y rechazado. Ahora era un traidor.
Mucho sufrió Newman al dar este salto. Tan grande fue el impacto de esta decisión, que su hermana Jemina, por ejemplo, le prohibió acercarse a sus hijos. Esto con el fin de evitar que los contaminara con su catolicismo.
Newman escribió para dar a conocer su proceso
Newman era una de las principales figuras de la Iglesia anglicana. Por lo tanto, la noticia de su partida voló.
Gran impacto causó en la sociedad, el que uno de los pilares de su Iglesia, hombre intelectualmente brillante, prolífico escritor y célebre orador, se marchara de la casa de Inglaterra, para unirse a la casa de Roma. “Un bocato di cardenale” para la prensa inglesa.
Para acallar las habladurías y dar su versión del porqué de su decisión, Newman escribió varios textos; el que aquí reseñamos fue el primero: Perder y ganar.
Se trata de una obra de ficción que le permitió, por medio de unos personajes imaginarios, narrar cómo llegó a la certeza de que la Iglesia católica es la auténtica.
Un joven inteligente en busca de la Verdad
El protagonista de esta novela se llama Charles Reading y es un joven cariñoso e inteligente, que estudia en Oxford para ser clérigo de la Iglesia anglicana. Quiere ser el primero de la clase, y tiene con qué.
Charles adora su vida en la prestigiosa Universidad. El día a día de este joven veinteañero transcurre en un ambiente elegante y rodeado de gente muy lúcida.
Estudia mucho y toma té con tostadas, mientras lanza a sus compañeros afiladas preguntas sobre sus inquietudes religiosas: ¿todas las religiones son verdaderas? ¿Las buenas y las malas?
Preguntas sin respuesta
Muy interesantes son las preguntas sobre la fe y la religión que formula Charles. El problema es que sus compañeros de estudio no las pueden resolver, y los tutores, tampoco.
Comienza a encontrar inconsistencias en la fe anglicana, y plantea sus interrogantes.
Sin embargo, como las respuestas que recibe están lejos de satisfacerlo, expresa su inconformidad: pero es que no me queda claro, pero es que no es coherente, pero es que no tiene sentido, pero es que la Iglesia de Roma, pero es que…
Todos le dicen que no se enrede, que nada en esta vida es perfecto. Entonces Charles hace el esfuerzo y se calla, para no fastidiar.
Sin embargo, su mente no logra aquietarse, y vuelve a la carga: ¿Y si uno cree que tiene la verdadera fe y resulta que no la tiene? ¿Cómo puede uno darse cuenta de su error?
La fe de Charles se tambalea
Los profesores intentan ayudarle a salir del atolladero, poniéndolo a estudiar Los Artículos. Se trata de un compendio que contiene las creencias fundamentales de la fe anglicana. Todos confían en que su lectura le dará claridad y solidez.
En cambio, resultó peor el remedio que la enfermedad. Charles los leyó y concluyó que era casi imposible tratar de definir cuál era la fe inglesa anglicana, basándose en Los Artículos. Le parecieron “ininteligibles” e “incoherentes”.
Muy preocupado quedó Charles, y, para más inri, le dijeron que al finalizar los estudios tendría que firmar Los Artículos, pues era requisito para graduarse.
Entonces le va entrando la angustia. Para calmarlo, le sugieren que los firme haciendo un acto de fe, que luego por la gracia de Dios, los comprenderá.
Pero un joven tan inteligente como Charles sabía perfectamente que Dios no quiere que tengamos una fe irracional. La fe es razonable.
Todos los caminos conducen a Roma
Charles sentía que la casa anglicana le estaba quedando estrecha, y a la par, veía la solidez de la doctrina católica:
Las diferencias de opinión con sus compañeros y profesores subían de calibre. Ahora discutían sobre la penitencia, el celibato sacerdotal, la Virgen…
Y claro, los interlocutores, impacientes, lo tildan de papista, le dicen que huele a católico; pero él niega su inclinación hacia Roma.
La mudanza de Charles es inminente
Después de mucho estudio, reflexión y oración, Charles estaba totalmente seguro: la Iglesia católica es la verdadera. Así lo expresa:
Finalmente, estalla el escándalo, Charles se marcha.
Algunos tratan de retenerlo por las buenas: piénsalo, te vas a arrepentir, sé práctico… no te vayas para allá que la Iglesia de Roma tiene más problemas que nosotros; mira que nuestros clérigos son gente educada, caballeros.
Otros tratan de retenerlo a las malas: ¡qué decepción! ¡Me avergüenzo de usted, Mr. Reading… su mente se ha malogrado y pervertido! Cuando conozcas a los católicos, te parecerán bastante rudos e incultos, ¡cretino, te estrellarás!...
Y el argumento más punzante: “¡Mi mamá se va a morir cuando se entere!”.
Un libro que invita a pensar
Esta es una novela reflexiva. Buena parte del texto son diálogos interesantes que interpelan al lector.
Uno se pregunta, por ejemplo: ¿por qué siempre he pensado que la Iglesia católica es la verdadera? ¿por qué nunca lo he dudado?
Después de leer a Newman, me parece que tal vez es porque vivo muy a gusto en esta casa, que lo tiene todo: Cristo presente en la Eucaristía, sacramentos, sacramentales, coherencia doctrinal, santos extraordinarios, y la certeza de que esta es la Iglesia Apostólica, es decir, la que viene directamente del apóstol Pedro, primer Papa. Pero como si todo eso no fuera suficiente, esta casa tiene Madre.
En esta casa Cristo está vivo
“La fe es una aventura”, dice en alguna parte de este libro.
La aventura de Charles arranca con un muchacho que tiene la gracia de creer en Dios y quiere servirle en la Iglesia anglicana.
Sin embargo, la razón le muestra que la Verdad reside en la Iglesia católica.
Entonces, sobreponiéndose al sufrimiento que generaría su decisión, se lanza y abraza el catolicismo. La fe también es voluntad.
Ese “sí” rotundo de Charles fue premiado al instante, pues el Señor le contestó la más bonita de sus preguntas: cuando se ama a Dios, ¿cómo adorarle?
La emoción embargó al joven Charles cuando entró en una iglesia católica, y, providencialmente, se encontró en medio de una ceremonia solemne. Al principio no sabía de qué se trataba: