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¡Que no dejen de brillar nuestros ojos!

KOBIETA

Becca Matimba/Unsplash | CC0

Carlos Padilla Esteban - publicado el 29/06/22

Sé que puedo luchar si me dejo encender por el fuego de Dios, si no permito que el frío hiele mi sangre y apague mi voz

La pasión por la vida es algo que puedo perder.El paso inexorable del tiempo, las dificultades y los fracasos, los contratiempos e imprevistos, los cambios personales o de las circunstancias,…

Todo influye y el fuego, como el amor, puede acabar convirtiéndose en cenizas. Y entonces, ¿qué me queda de aquel fuego primero? El profeta Jeremías escribe:

“Cómo no hablar de ti si tu voz me quema dentro. Dije entonces: No volveré a recordarlo, no quiero hablar más en su nombre. Pero en mi corazón ardía un fuego, encerrado dentro de mis huesos; yo intentaba ahogarlo pero no lo conseguía”.

Jer 20,9

Es fácil que el fuego se apague cuando no se cuida. Y la voz enmudezca cuando dejo de gritar, de cantar.

¿Qué hago con la pasión cuando no la alimento? ¿Y con ese amor inmenso que vive dentro de mi alma?

¿Qué puedo hacer para dejar que el fuego encerrado en mis huesos incendie los campos?

Avivar el fuego

La vida da muchas vueltas y los caminos cambian. Los de ida pueden que sean distintos a los de vuelta. No siempre se recorre la misma senda.

Y el fuego, ¿cómo se alimenta? ¿Cómo hago para ser más audaz dejando a un lado la cobardía?

Puede que el viento no sople dentro de mi alma, será sólo una brisa. Pero esa brisa basta para avivar de nuevo el fuego dentro del alma.

Depende de mí que siga gritando en medio de tanto silencio. Que siga amando cuando el odio tiene tanta fuerza. Que siga sintiendo cuando el mundo quiere apagar mis sentidos.

Una voz que quema por dentro

¿Cómo no escuchar esa voz que brota con fuerza en mis entrañas? Escuchar a ese Cristo que surge en medio de mis caminos para llamarme, para seducirme, para enamorarme.

¿Cómo dejar de hablar cuando su voz sigue gritando?

Me asustan los vientos que me llevan donde no quiero ir. Y me da miedo la voz del que me acusa incluso de lo que no hice.

No me importa. Puedo seguir navegando los mares esquivos. Y prefiero el color del mar a las arenas firmes del desierto.

La voz de Dios me quema dentro. Tengo el deseo de dar agua al sediento. En esta época dura de sequía. Cuando falta el agua y mi alma está reseca, como mi voz, como mi cuerpo.

Y entonces sé que cavando más hondo encontraré pozos escondidos, corrientes desconocidas. Mostraré caminos no recorridos y soñaré sueños aún no encarnados.

El cansancio en el alma

Pero tengo miedo a la posibilidad real que tengo de no llegar a la meta. Sé que puede que el silencio ahogue mis gritos, tu voz me quema dentro.

¿Y si deja de quemar y me acostumbro a una voz de Dios que no me enciende, no arrasa en mi alma, no vence en mi frialdad?

La mediocridad, la tibieza, la pereza, el cansancio son síntomas de un alma enferma, muerta, fría. Puede que me pase lo que leía:

“Dado que el ideal que tenía en la mira parecía ser tan audaz y ajeno al mundo, me vi forzado a guardarlo silenciosamente en el corazón como un secreto”.

Christian Feldmann, Rebelde de Dios

Que guarde mis ideales, mis sueños, mis anhelos. Porque son demasiado grandes y no me siento con fuerza para enfrentar la oposición de las aguas, nadando contra corriente.

Y sucede tal vez que deja de apasionarme la vida de los hombres y me olvido así del fuego que quema dentro.

Volver a escoger el amor

No quiero que me pase y por eso vuelvo a optar por el amor primero de Dios en mi alma. El amor primero de Jesús que se levanta vivo en medio de mis cenizas, de mis miedos.

Lo peor que me puede suceder ya lo he imaginado y no es tan terrible. La muerte da paso a la vida.

La esperanza nunca muere porque mi corazón sigue soñando con el cielo, aun caminando en la tierra.

No le tengo miedo a la derrota que vaticinan los cobardes. No me asusta el abandono cuando huyen los que decían amarme.

Camino tranquilo por las sendas que se abren ante mis pasos. Escojo una dirección posible.

Luchar hasta el final

Llevo el fuego encendido, que no se apague. La pasión del profeta, del cristiano, del apóstol. La pasión del que sabe que la vida son dos días y es necesario aprovecharlos.

Que no deje de brillar la luz dentro de mis ojos. Que no se apague el mar al morir sus olas en la playa.

Vuelvo a tomar en mis manos la llamada de Dios, su invitación a dar la vida. A luchar hasta que las fuerzas se apaguen.

Que no sea por mi pobreza. Que no sea porque me cansé de luchar y de entregarlo todo. Que no sea porque me aburguesé y acomodé en un cristianismo de salón donde todo cabe, todo vale, todo es posible.

No quiero que mis sueños queden arrumados en algún rincón del alma. No deseo que mi voz se convierta en un susurro que no logra despertar a nadie de su letargo.

Cambiar todo lo que toco

Quiero gritar, quiero llamar, quiero decir. Que no cese el viento que brota dentro de mi alma. Que no se apague ese fuego que quiere que el mundo arda.

Necesito cambiar todo lo que toco para que sea más de Dios y menos mundano. Enraizado en la tierra y en el cielo.

Así de fácil, como los sueños que comienzan a ser realidad cuando digo que sí, que estoy dispuesto, que quiero ser fiel en medio de la dureza del camino.

No me turban las rocas que cierran los caminos. No me detienen los dolores que alberga el esfuerzo hasta el final.

Sé que puedo luchar si me dejo encender por el fuego de Dios, si no permito que el frío hiele mi sangre y apague mi voz. Le pido al Señor que siga siendo Él ese fuego que arde dentro de mi alma.

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