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Para Santa Hildegarda es la “piedra más sanadora de todas”: esto es lo que sana

crisoprasio

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Gelsomino del Guercio - publicado el 07/06/22

Se llama crisoprasa, es un cristal de sistema rómbico y tiene un color verde manzana

Para Santa Hildegarda, la monja naturalista más famosa de la historia es la “piedra más sanadora de todas”, y tiene una eficacia que ella misma ha verificado en numerosas ocasiones: su nombre es crisoprasa. Marcello Stanzione y Chantal L. Raimondo hablan de ello en el libro “Cristalloterapia e enneagramma” (Sguardo edizioni). El libro trata sobre el conocimiento de la cristaloterapia en la época medieval de una mujer extraordinaria, la santa monja benedictina Hildegarda de Bingen.

La cristaloterpia de Santa Hildegarda

Recientemente canonizada por la Iglesia y ya definida por Juan Pablo II como “la luz de su pueblo y de su tiempo”, gracias a la observación, el estudio y la inspiración divina ha conseguido, en tiempos en que la farmacopea era muy limitada, curar o calmar muchas dolencias gracias a lo que ofrece la naturaleza.

El uso de piedras preciosas y cristales con fines curativos, disciplina más conocida hoy en día con los términos “cristaloterapia” y “litoterapia”, se ha encontrado en todos los pueblos desde la antigüedad. Por supuesto (siempre reiteramos) no quiere ser un sustituto de la medicina tradicional, sino un “apoyo” útil y eficaz.

HILDEGARDA Z BINGEN

Los muros de Jerusalén

La crisoprasa es un cristal a sistema rómbico con un color característico verde manzana y reflejos dorados debido a las intrusiones de óxido de níquel. Tal sustancia se debe al tipo de mineralización de la gema, es decir, hidrotermal a partir de soluciones acuosas calientes de origen magmático. El décimo cimiento de los muros de la ciudad celestial de Jerusalén es la crisoprasa (Apocalipsis 21,19-20).

Preciosos platos y jarrones

La crisoprasa es una de las gemas más conocidas de la antigüedad, e incluso Plinio la apreciaba. Parece que la gema era la favorita de Federico II de Prusia, quien hizo tallar una gran cantidad para obtener preciosos servicios de platos, jarrones, cajas de tabaco y diversos objetos de los que le encantaba rodearse.

En el cinturón de Alejandro Magno

El filósofo Alberto Magno, en el libro “Secretos y virtudes de hierbas, piedras y animales”, escribe que Alejandro Magno tenía una piedra de crisoprasa incrustada en su cinturón porque estaba convencido de que aseguraría la victoria en las batallas. Esta creencia surgió de una peculiaridad de la piedra, que se aclara cuando se expone al sol. Este proceso, reversible, se consideraba un atributo capaz de otorgar invisibilidad al portador.

Lo que cura según Santa Hildegarda

Según Santa Hildegarda, la crisoprasa en contacto con la piel desnuda hace desaparecer el reumatismo y la gota. Especialmente artrosis de los dedos, cóccix y rodillas.

Articulaciones “renovadas”

Todas las articulaciones que aparecen inflamadas son refrescadas por esta piedra. Al ser desintoxicante, mejora la circulación sanguínea y también funciona bien en los riñones y los ojos.

Trabajos “agotadores”

La crisoprasa tenía una función “estratégica” en la Edad Media. El sufrimiento óseo y articular podría ser extremadamente debilitante, teniendo en cuenta que la mayoría de los oficios eran una vez manuales y, por lo tanto, era absolutamente necesario que la eficiencia física fuera máxima. Calmar este sufrimiento con crisoprasa era una panacea para muchas personas. 

Cómo usar esta piedra

El modo de uso de esta piedra era muy simple: la aplicación directa en la parte dolorosa era suficiente. Colocarlo en la garganta, según Santa Hildegarda, combate la ira.

“Si una persona está furiosa, coloque crisoprasa en la garganta hasta que se caliente. En ese momento ya no podrá pronunciar ninguna palabra de ira hasta que la ira haya disminuido” (Santa Hildegarda).

Ataques de ansiedad

La crisoprasa también era útil para superar miedos, ansiedades y aquellos trastornos que hoy definimos como ataques de ansiedad. Santa Hildegarda, en tales situaciones, recomendaba mantener la piedra con ella y, si se producía una crisis de este tipo, se tenía que poner la piedra en un vaso con agua y luego beber el agua.

Cinco días de tratamiento

Si el remedio no era suficiente, sugería repetir la cura durante cinco días, orando fervientemente para lograr la mejora deseada. Al quinto día, sugería la santa, se debía sumergir un pan en el agua y luego comerlo.

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