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¿Servir a los demás arrodillándome?

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Dusan Petkovic | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 26/04/22

Amar un poco sí, lo suficiente, lo que sea necesario, o que me sirva para llenar el vacío de soledad que siento, ¿pero hasta humillarse?

Quisiera ayudar a los demás, pero ¡qué pronto se me olvida mi deseo de servir cuando el amor es exigente, cuando ese sí mío de seguimiento me pone en una posición que no me gusta!

Jesús nos enseña a ponernos en el último lugar para servir a los hermanos. De rodillas ante los hombres.

De rodillas sin ningún protagonismo. Sin ser destacado, sin vencer en nada, humillado, vencido. Me siento tan débil, tan pequeño…

Amar hasta cierto punto

Muchas veces se me llena la boca con la palabra amor y servicio. Es como si le dijera a Jesús que quiero caminar con Él al mismo tiempo que le doy esquinazo.

Digo que amo hasta el extremo como Jesús. Pero es mentira. A menudo amo a mi manera, según mis necesidades, llenando mis vacíos, sosteniendo mis miedos, pacificando mis angustias.

Pero ¿amar hasta el extremo? Imposible. ¿Cuál es mi extremo? ¿Cuál es el extremo de Jesús?

En cuanto empieza a doler el amor dejo de amar. Porque duele, y no quiero sufrir. Ni quiero renunciar a nada por amor.

Porque no quiero los últimos lugares, ni ser humillado o vencido por amor. No me parece tan necesario amar hasta el extremo.

Amar un poco sí, lo suficiente, lo que sea necesario. Lo que me sirva para llenar el vacío de soledad que siento. Pero no más de lo que es justo.

El amor de Jesús

Porque me gusta más destacar, estar en el centro, ser admirado o seguido. Conquistar logros, acumular éxitos.

Me niego a guardar silencio y pasar desapercibido en medio de mi camino. Porque me cuesta mucho admirar a los demás y sentir que son mejores que yo y merecen un lugar más importante. Quizás ese lugar que yo deseaba y ansiaba.

Y entonces Jesús me recuerda que me ha llamado para que lave los pies de mis hermanos. Sin importar cómo son, cómo es su vida, lo que han hecho bien o mal. Eso no importa.

Importan los pies, no si están limpios o sucios. Jesús sólo quiere que me arrodille quitándome esas dignidades de las que me revisto en cuanto puedo.

Quiere que huya de los primeros lugares. Que deje atrás las alabanzas y los aplausos. Y me olvide de mí por un momento, por un instante.

Tan solo para servir la vida que se me confía y poner al otro en el centro del corazón de Dios.

Humillarme me acerca a Dios

Y yo de rodillas a sus pies lavando su suciedad, cubriendo con ternura sus heridas, besando su indignidad.

Yo ante los ojos de los hombres humillándome. Eso me hace más parecido a Jesús.

Me uno a Él más que nunca. Más que cuando me resultan mis empresas o escucho alabanzas por los logros de Dios en mí.

Descubro entonces que mi única misión en la vida es lavar pies arrodillándome. Y yo creía que era otra cosa.

Se me olvida el color de su llamada. Lo olvido cuando busco dignidades y reconocimientos. Cuando pienso que otros tienen que estar a mi servicio, cuidar mi vida, amarme incluso más de lo que yo estoy dispuesto a amar a nadie.

Amor extremo

Soy tan pobre en mi mirada, en mis gestos de amor… Amar hasta que duela, amar hasta el extremo. Así me lo enseñó Jesús, no quiero olvidarlo.

Lavar al otro para que sepa que Dios lo ama. Para que experimente su ternura. Y que descubra que la ley no es para golpear a nadie, sino para acariciar el alma del que sufre.

Para que comprenda que la misericordia tiene forma de abrazo, de beso, de caricia. Y de pies lavados por manos heridas. Así es el amor de Jesús en mi vida.

Así quiere ser mi amor y está tan lejos de ser un amor extremo. Es mi orgullo el que quiere vencer e imponerse por encima de todos.

Quiero ser más humilde, más siervo, más niño, más pobre. Más dócil al querer de Dios dentro de mi alma.

Quiero arrodillarme para que su amor brille en mí. Humillarme para que no sea yo el que resalte sino Él amándome, amando en mí. 

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