—Niños, es el momento de amar más y ser más agradecidos.
Era una frase que, como consejo contundente nos daba nuestra madre cuando nos quejábamos de lo que considerábamos injusticias, incomprensiones y los defectos de los demás. Consejos que extendió a toda nuestra vida. Sospechábamos que lo hacía, sobre todo, en referencia a nuestra relación con nuestro cónyuge e hijos, cuando formamos nuestras familias.
Era tal su fortaleza y bondad, que siempre fue nuestro amor refugio, sobre todo cuando ella misma vivía “esos momentos”, hasta que partió al cielo.
Así crecimos con su callado testimonio, que formó en nosotros un buen corazón, por el que nos conducíamos generosa, noble y amorosamente… aunque no siempre.
Era así porque no entendíamos aun en qué consistía el poner la otra mejilla en el amor.
Para nuestra fortuna, mi madre siempre iba por delante en el amar y agradecer, aun cuando de ordinario, por su naturalidad y sencillez, pasaba desapercibido. Con todo hablaba con las “plumas del gallo en la mano”, según un dicho de su terruño, al que solía apelar.
Sobre el momento de amar más
Concediendo sin ceder, nuestra madre nos repetía el consejo oportunamente, hasta que fuimos aprendiendo a descubrir que el amar está más en la voluntad que en los solos sentimientos.
Aquí unos de sus ejemplos:
Entre otros.
Del corazón a la cabeza
También nos decía, que podíamos descubrir nuevos “momentos de amar más”, escuchando las inspiraciones del corazón, que en suave murmullo nos dirían cosas como: “Hace mucho que no visitas a tu tío, que está enfermo”, “participa más en la familia”, “saluda más amablemente al vecino”, “trata de ser comprensivo con tal persona”, “escucha más atentamente a a tu amigo”...
Para mi madre era su forma de enseñarnos a hacer oración.
Sobre el agradecimiento
Mi madre decía que solo un corazón delicado sabía ser agradecido, no así un corazón burdo.
Que había muchos motivos para agradecer a Dios, desde un día más de vida, o un radiante sol, hasta el agua tibia o caliente con la que nos bañamos. Tantas cosas a las que nos hemos acostumbrado y dejado de agradecer, hasta dejar de reconocerlas en su gratuidad, como valiosos dones.
Que, por no ser agradecidos, estábamos perdiendo la capacidad de asombro por las cosas esenciales de la vida, venidas de las manos de Dios.
Decía ella que había que dar gracias por todo a las personas, por lo bueno y por lo malo, y aun cuando fuese a nosotros a los que hubiera que agradecer.
Que, al bendecir la comida, debíamos descubrir cada día nuevos motivos para agradecer y amar más.
Mi madre enfermó por unos días y se preparó para despedirse con mucha paz.
Para nosotros, esos días y noches de vigilia acompañándola en su tránsito al cielo, lejos de ser cansados, estuvieron plenos de momentos para amarla más y agradecerle tanto.
Por Orfa Astorga de Lira
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