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En el centenario del poeta José Hierro: Dios, el alma y la Creación

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JUSE HIERRO

Vanbasten 23-(CC BY-SA 3.0)

Luis Santamaría - publicado el 04/04/22

Este 3 de abril el poeta español José Hierro habría cumplido 100 años. Éstos son sus poemas más “religiosos”

Este 3 de abril se ha cumplido el centenario del nacimiento de José Hierro (1992-2002), uno de los principales poetas españoles del siglo XX, especialmente representativo de la época posterior a la Guerra Civil. Su obra no se ciñó a escribir poesía, sino que también fue miembro de la Real Academia Española y crítico de arte.

Leído, reconocido y galardonado desde los comienzos. Desde que recibiera en 1947 el Premio Adonais por su segundo libro (Alegría), no dejaron de llegarle los reconocimientos: el Premio Nacional de Poesía (1953), el Premio de la Crítica (nada menos que tres veces), el Premio Nacional de las Letras Españolas (1990), el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1995), el Premio Príncipe de Asturias (1981) y el Premio Cervantes (1998), entre otros.

En Reflexiones sobre mi poesía (1983), el propio José Hierro elaboró una clasificación según la cual hay cuatro tipos de poetas: estetas, testimoniales, políticos y religiosos –estos últimos, los que muestran “el hombre frente a Dios”–. Y se refería a su obra como “poesía testimonial”, pues pensaba que “los poetas de la posguerra teníamos que ser, fatalmente, testimoniales”. 

Ciertamente, no fue un “poeta religioso”, ni los temas de Dios o de la fe fueron centrales en sus escritos. Pero rastreando entre sus versos podemos encontrar varias composiciones que se acercan a eso que resumía Hierro como “el hombre frente a Dios”.

El misterio de Dios

El mismo Dios es el protagonista de su poema “La sombra”. Verso tras verso hace preguntas sobre su carácter misterioso, pero no con oscuras abstracciones, sino contemplándolo en relación con el ser humano y su existencia dramática (“sus heridas criaturas”, dice). Vale la pena leerlo entero, como las palabras de alguien en búsqueda:

“¿Todo en Él es presente:
el futuro, el pasado?

Lo que será y ha sido,
¿es actual en sus manos?

¿A un mismo tiempo toca
la semilla y el árbol?

¿En el brote ve el tronco
talado y abrasado?

Nos contempla y ¿tan sólo
puede llorar, llorarnos?

¿Nos tiene ya en su gloria?
¿Nos tiene condenados?

¿Ve en nuestros pobres huesos
el alba y el ocaso?

¿No puede detenernos
ni puede apresurarnos?

¿Llora por lo que tiene
que pasar (y ha pasado)?

¿Llora por lo que ha sido?
(¿Por lo que aún no ha llegado?)

¿Nos arranca del tiempo
para que no suframos
nosotros, sus heridas
criaturas, esclavos
sombríos? ¿Nos ve ciegos
y no puede guiarnos?”.

Versos al Dios creador

A veces, cuando en su poesía se refiere a la naturaleza, se refleja una mirada trascendente, que invita a dar un paso más allá de lo visible. En su poema “Oración primera”, llama a 

“orar por todos ellos, 
desencantados y difuntos, 
locos y tristes y cobardes, 
ciegos, perdido ya su rumbo”. 

Y a continuación se refiere a toda la Creación: 

“Todas las cosas me comprenden 
aunque sus labios estén mudos: 
el agua, el árbol, el silencio, 
la nube, el vino, el campo húmedo. 

Son afluentes que van a Dios 
y Dios escucha en cada uno. 
Y que Él recoja la palabra 
y le dé su destino justo”.

Una vida como ofrenda

El dramatismo de la existencia se refleja en los versos austeros de Hierro, que llega a escribir: “Supe por el dolor que el alma existe”. No hay que olvidar que su carácter poético se forjó en la prisión, en los primeros años de la posguerra española.

En “Viento de invierno”, el poeta dirige sus palabras a Dios, reconociéndolo como hacedor del ser humano, agradeciendo sus dones y entendiéndose a sí mismo con un deber y una misión en el mundo:

“Si me hiciste, Señor, de barro tierno, 
de húmedas albas silenciosas, 
¿cómo no dar, por mi terrestre invierno, 
la más perfecta de tus rosas?

Si me hiciste de musgo y llamas locas,
de arena y agua y vientos fríos,
¿no he de buscar mi ser entre las rocas,
en las arenas y en los ríos?

¿No he de sentirme enriquecido al verlos
en olorosa y cruda guerra,
si me diste dos pies, para tenerlos
siempre en contacto con la tierra?”.

Cuando bendice (y también maldice) a Dios

El dramatismo de la poesía de José Hierro en lo relativo a la relación con Dios se vuelve especialmente duro en su Cuaderno de Nueva York, en una “Oración en Columbia University”, cuando va desgranando una serie de bendiciones como éstas:

“Bendito sea Dios, porque inventó el silencio […].

Bendito sea Dios que inventó el agua
el agua sobre todo.

Bendito sea Dios porque inventó el amanecer
y el balido que lo poblaba. […]

Bendito sea Dios que inventó los prodigios
que contaba mi padre
perfumado de espliego y de tomillo”.

Sin embargo, esa serie de bendiciones por la belleza del mundo y de la vida, por sus recuerdos de la infancia, por tantas cosas buenas… se ve truncada por otras maldiciones que salpican el poema, reflejando el lado más amargo de la existencia. Sobre todo cuando escribe:

“Maldito sea Dios porque inventó a mi padre
colgado de una rama del olivo
poco después de recogerse la aceituna.
No puedo perdonárselo”.

La vida, motivo de alegría

A pesar de las palabras ásperas de su poesía, siempre trasluce la esperanza. Siempre se atisba luz entre tantas sombras:

“Pero estoy aquí. Me muevo,
vivo. Me llamo José
Hierro. Alegría (Alegría
que está caída a mis pies).

Nada en orden. Todo roto,
a punto de ya no ser.

Pero toco la alegría,
porque aunque todo esté muerto
yo aún estoy vivo y lo sé”.

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