La mentalidad contemporánea en la que domina el hiperindividualismo y el utilitarismo, se vuelve natural el desconocimiento del valor del ser humano más allá de sus condiciones vitales o capacidades. Incluso la dignidad humana, defendida por todos como inherente a la condición humana, hoy parece depender de lo que cada un considere subjetivamente, para decir si su vida vale algo o nada.
Desde esta visión se idealiza la autonomía, como si la dependencia y la vulnerabilidad nos humillara. Relativizada la dignidad humana a consideraciones de valoración por capacidades, destruye un presupuesto básico de una sociedad democrática: la igualdad.
Constitutivamente vulnerables y dependientes
Lo primero que descubrimos en la existencia no es nuestra racionalidad, sino nuestra indefensión que nos empuja al auxilio de la relación con los otros (Martin Buber). El ser humano es desvalido biológicamente, comparado con otros animales y solo se hace viable por la inteligencia que es la facultad de prevenir, de transformar sus carencias adaptativas en oportunidades vitales (Zubiri, Sobre el hombre, 1986).
El ser humano necesita de los otros y de los cuidados desde que nace. El filósofo A. MacIntyre en su obra Animales racionales y dependientes (2001) afirma que somos dependientes porque somos vulnerables, que lo “normal” humano no viene definido por estados autonómicos perfectos, por vidas independientes, sino por lo contrario, por diferentes estados de dependencia a lo largo de la vida.
Somos animales racionales y por eso mismo vulnerables y dependientes, necesitados de la comunidad humana para desarrollarnos. Algo fácil de constatar, pero difícil de asumir es nuestra común fragilidad y necesidad de los otros.
“Los hombres no son por naturaleza ni reyes, ni poderosos, ni cortesanos, ni ricos. Todos han nacido desnudos y pobres, sometidos todos a las miserias de la vida, a las penalidades, a los males, a las necesidades, a los dolores de toda clase; en fin, condenados todos a muerte” (J.J. Rosseau, El Emilio).
Recientes investigaciones históricas nos descubren que ha sido el altruismo y no la competitividad, el cuidado del otro y no el egoísmo, el motor evolutivo de la humanidad (Rutger Bregman, 2020).
La política ante la vulnerabilidad
De la mano de autores materialistas como Patricia Churchland, desde investigaciones en neurociencias nos evidencian la estructura moral del cerebro humano y nuestra tendencia a proteger al débil, a sacrificarnos por aquellos con quienes estamos vinculados en un compromiso biológico de cuidado. Los seres humanos somos cooperativos y el apoyo mutuo es un mecanismo de supervivencia.
A su vez esta vulnerabilidad es ocasión para desarrollar aquello que nos constituye, y así se muestra el cuidado humano de los más necesitados. El cuidado humaniza al cuidado y al cuidador, no solo a nivel individual, sino también cuando se trata de progreso social y político.
Así lo afirma el profesor Aniceto Masferrer en su obra Para una nueva cultura política (2019): “La manifestación de la debilidad humana en cualquiera de sus grados constituye una ocasión para probar la hondura y la calidad de nuestro respeto por las personas. En buena parte, la moralidad y el desarrollo cívico de una sociedad y del Estado se mide específicamente por la protección, el respeto y el cuidado que muestra hacia sus ciudadanos más débiles y vulnerables”.
Adela Cortina en su reciente publicación “Ética cosmopolita” (2021) escribió: “La interdependencia nos constituye, la solidaridad es irrenunciable”. La filósofa española se muestra convencida de que si los políticos generaran cohesión social desde proyectos dialogados y compartidos, para resolver los problemas más acuciantes, en lugar de enfrascarse en disputas oportunistas que cultivan la polarización y el conflicto, podrían responder con madurez y altura humana a los desafíos del presente, porque comprenden que “los valores con futuro son los que se tejen desde la compasión y dan razones para la esperanza”, porque nos importamos mutuamente.