La vocación al sacerdocio de Karol Wojtyla -después san Juan Pablo II- comenzó en casa. Cuenta que su padre, militar polaco, era un hombre profundamente religioso que oraba constantemente:
“Sucedía a veces que me despertaba de noche y encontraba a mi padre arrodillado, igual que lo veía siempre en la iglesia parroquial”.
Concluye esta anécdota diciendo que el ejemplo de su padre fue para él “una especie de seminario doméstico”.
Recordemos que, en su juventud, Karol Wojtyla vivía en Polonia, en compañía de su padre y su hermano mayor, ya que su madre había fallecido cuando él tenía 9 años.
Posteriormente, murió su hermano y luego su padre, cuando los alemanes ocuparon Polonia durante la Segunda Guerra Mundial.
El don de Lolek
Desde joven tuvo una clara inclinación religiosa. Al parecer todos notaban que “Lolek” (así lo llamaban cariñosamente), tenía ese don y lo animaban a entrar al seminario.
Sin embargo, él no estaba muy seguro porque la literatura y el teatro le fascinaban. Entonces comenzó a estudiar filología polaca.
Pero pronto estalló la segunda guerra mundial. Los alemanes invadieron Polonia y cerraron la universidad.
Llegó su época de “seminarista-obrero”. Para evitar ser deportado a trabajos forzados en Alemania, entró a trabajar en una cantera de piedra donde a ratos leía y escribía poesía.
Un obrero viejo también notó su talla espiritual y le dijo: “Karol, tú deberías ser sacerdote. Cantarás bien, porque tienes una voz bonita…”.
Finalmente, entró al seminario “clandestino”, pero seguía trabajando en la cantera y luego en una fábrica de químicos; todo en medio de los sobresaltos de la guerra.
Sus compañeros obreros sabían que era estudiante y eran especialmente considerados: “Nosotros estaremos atentos, tú lee”, “descansa, nosotros estaremos de guardia”.
Hizo grandes amigos entre los obreros. Cuenta que luego, cuando ya era sacerdote, bendijo sus matrimonios, bautizó a sus hijos y hasta ofició los funerales de muchos de ellos. Algunas de estas amistades las conservó (por correspondencia), incluso cuando ya era Papa.
En medio de la guerra, Dios lo guiaba
Trabajó y estudió muy duro. También hizo teatro. Todo de manera clandestina y con la constante preocupación de que lo detuvieran.
Al ver que tantos compañeros seminaristas eran apresados y deportados a los campos de concentración, se preguntaba: ¿por qué yo no? En este texto nos comparte su conclusión:
“Es cierto que en los planes de Dios nada es casual”.
En medio de las dificultades de la guerra, todo lo llevaba al sacerdocio:
Un día lo percibí con mucha claridad: era como una iluminación interior que traía consigo la alegría y la seguridad de una nueva vocación, y esta conciencia me llenó de gran paz interior
Un camino de fraternidad
Juan Pablo II da gracias a Dios por el don de llamarlo al sacerdocio y el misterio que lo ha envuelto desde entonces. Agradece también a todas las personas que le ayudaron a convertirse en sacerdote: su familia, los obreros de la cantera, profesores, superiores, compañeros sacerdotes, los vecinos que lo acogieron cuando murió su padre, amigos artistas y científicos.
Da gracias a todos, porque de ellos aprendió a ser pastor.
Esta historia desborda fraternidad: Dios le habló a través de muchas personas bondadosas.
Gracias a la hermandad de ellos, superó el oscuro momento de la guerra, y obtuvo la formación necesaria para luego poder ser el Vicario de Cristo.
¡Sacerdote!
El 1 de noviembre de 1946 ocurrió esta escena: el joven “Lolek” estaba postrado, totalmente en forma de cruz, con la frente apoyada sobre el suelo del templo, esperando, emocionado, que le impusieran las manos para ser ordenado sacerdote.
Este rito, que marcó para siempre su vida sacerdotal, significa: “Sumisión a la majestad de Dios y total disponibilidad a la acción del Espíritu Santo”.
El Espíritu Santo descendió sobre él. Ese día renunció a todo por Cristo y se convirtió en instrumento de salvación.
Un Papa “Magno” y a la vez muy cercano
Antes de ser san Juan Pablo II fue monaguillo, seminarista-obrero, sacerdote, doctor en teología, docente universitario, obispo auxiliar, arzobispo, cardenal y Papa.
La grandeza de su pontificado fue tal que muchos (entre ellos Benedicto XVI) lo han llamado “Juan Pablo Magno”.
Una historia extraordinaria -recordada en el libro Don y Misterio- que comenzó en casa, con un padre creyente que rezaba de rodillas.