“¿Puede abrir la ventana, por favor? Quiero que Lolek escuche una canción de alabanza a la Virgen María”, dijo la madre de Karol Wojtyła poco después de dar a luz a su hijo. Pasado un tiempo su padre le ofrecería el “primer seminario en casa”. Así eran los padres del futuro papa y santo.Había una oración nocturna dedicada a Nuestra Señora aquel 18 de mayo de 1920 en la iglesia de Wadozice de la Presentación de la Santa Virgen María, el día en que Emilia Wojtyła daba a luz a su tercer hijo, al que llamó Karol (Lolek, en tono cariñoso).
Después de un parto exitoso, la cansada madre preguntó con media voz a la matrona: “¿Puede abrir la ventana, por favor? Quiero que Lolek escuche una canción de alabanza a la Virgen María”.
Estas mismas palabras ofrecen la imagen de la familia en la que nació el hombre que llegaría a ser el papa Juan Pablo II.
Una familia devota cristiana cuyos miembros empezaban el día con la Santa Misa, rezaban antes de cada comida y por las noches escuchaban al padre leer pasajes de la Escritura.
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Como es natural, en la infancia de Karol su madre tuvo una gran influencia sobre él. Sin duda heredó su compasión por el prójimo, su optimismo, una actitud alegre ante la vida y cierta soltura para contar chistes.
Según admitió el mismo papa en el libro Don y misterio, la contribución de su madre Emilia a su educación religiosa “sin duda fue profunda”.
Fue la madre del futuro papa quien le enseñó sus primeras oraciones y la señal de la cruz.
Su impacto religioso sobre Lolek puede verse en un acontecimiento significativo, la reacción de Karol ante las condolencias de otras personas por el fallecimiento de su hermano Edmund.
Aunque los chicos estaban muy unidos, el joven Wojtyła reaccionó a la muerte de su hermano diciendo: “Esta ha sido la voluntad de Dios”.
Debían ser palabras de su propia madre, que en cierta ocasión dijo a su vecino que todos deberíamos acatar la voluntad de Dios.
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La influencia de la madre de Karol sobre el joven disminuiría con el tiempo debido al empeoramiento de la salud de la señora Wojtyła.
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Tanto las tareas del hogar como la educación del pequeño las asumió gradualmente su marido, Karol Wojtyła padre. Tras la muerte de su esposa, se dedicó en cuerpo y alma al cuidado de su Lolek de 9 años. Para poder tener más tiempo para el muchacho, pidió una jubilación anticipada y nunca volvió a casarse.
Estas decisiones del mayor de los Wojtyła hicieron de los dos Karol prácticamente inseparables. Después de la escuela o los domingos o las festividades religiosas, solían pasear por las calles de Wadowice, subían a las montañas cercanas, admiraban los paisajes y conversaban.
No es ninguna sorpresa que, años más tarde, el papa recordara: “Los años de mi infancia y juventud están conectados principalmente con la figura de mi padre”.
En referencia a su padre, Juan Pablo II añadió:
“Podía observarle de cerca y veía lo exigente que era consigo mismo (…). Esto fue algo de extrema importancia en una época tan significativa para un muchacho adolescente. Padre, que era muy exigente consigo mismo, en cierto sentido no necesitaba exigir a su hijo. Mirándole a él aprendí que las personas deberían exigir más de sí mismas y comprometerse a cumplir con sus obligaciones”.
La diligencia de Wojtyła sénior y su sentido del deber, que aprendió también su hijo, no impedirían que fuera percibido como un “hombre de gran cultura, paciente y de naturaleza angelical y buena”.
También era un patriota, ya que en 1915 se enroló en las Legiones Polacas y continuó su servicio militar en una Polonia libre.
Inculcó su patriotismo a su hijo, enseñándole canciones patrióticas y leyéndole pasajes de la trilogía de Henryk Sienkiewicz.
Las numerosas declaraciones que el papa hizo durante sus peregrinaciones a su tierra patria son prueba de que los esfuerzos de su padre no fueron en vano.
Es curioso que el padre del joven Karol fuera un modelo de vida de continua oración y el propio Juan Pablo II calificara a su ejemplo paternal como “el primer seminario en casa”.
Desde la perspectiva de hoy día, se podría decir que los esfuerzos educativos de los padres del futuro papa dieron resultado.
Este éxito se debió a su coherente vida de oración y de integridad moral, además de rasgos como el optimismo y la autodisciplina.
No obstante, los padres del papa destacaban ante todo en el amor devocional hacia su hijo y aquí es precisamente donde más deberíamos emularles.
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