Rara vez estas palabras aparecen escritas juntas. En casi ninguna revista que pretenda prepararte para ser madre, te hablan de ese hedor que se cuela en tu casa, el odio. Un odio que acampa en tu vida como si de un okupa se tratase. Se asienta en tu hogar, sin licencia, sin permiso, sin que tú te lo hayas buscado.
Esa entrada suele aparecer cuando tus hijos se hacen mayores y tienes que protegerlos de ellos mismos: de sus malas decisiones, de sus torpes acciones, de sus inviables objetivos, etc. Protegerlos de errores que les dejarían grandes cicatrices. Es entonces cuando se cuela el okupa, cuando llega el odio.
Esa personita, que has visto crecer, que has observado dormir plácida en el hogar que has construido para ella, reniega de ti y quiere abandonar la casa de piedra en la que tú le ofrecías protección. Porque, en vez de ver esas piedras como los muros que la cuidan, sólo las odia como los muros que la aprisionan.
Tus mayores muestras de amor
Ya te has dado cuenta de que no sólo descarga su ira sobre las cuatro paredes de tu hogar. Hablo del rechazo a tus brazos, a tus abrazos, a tus consejos y, sobre todo, a tus mayores muestras de amor: tus prohibiciones. Y entonces comprendes cuán ligados están el odio y la maternidad.
Solo un padre o una madre pueden abrazar el odio que les profesa su hijo como un pequeño precio para mantenerle a salvo. No les queremos para que nos hagan compañía, para que nos den un abrazo reconfortante, o para que nos agradezcan nuestros desvelos. Les queremos, y por eso queremos su bien, aunque el efecto secundario del tratamiento para conseguirlo sea recibir su odio.
No es fácil
Duele, duele mucho. Que nadie piense que es fácil, que nadie piense que este odio de tu pequeño no te destroza por dentro. Pero el amor, cuando es Amor con mayúscula, no un sucedáneo, da un paso al frente y dice, desde el fondo de ese corazón roto: dispárame, que aquí seguiré rompiéndome yo para protegerte a ti.
Todo esto que, en algún momento, ocurre en muchas familias, sean del tipo que sean, se da con mucha más virulencia en familias que saben que el bien, la mejor versión de la vida de sus hijos, va de la mano de la Virgen. Sobre todo, porque estamos en una sociedad que le da la mano, engañada, al mismísimo diablo. Así, tu hijo encontrará amistades que le consolarán por las "idas de olla" de sus padres, incluso familias enteras que pretenderán sustituirte, llegando a patrocinarles una vida de pecado.
Si la tormenta es de las duras, puede parecer una batalla perdida. El mismo que lleva a esta sociedad de la mano en dirección contraria a los planes de Dios, es el que quiere que te hundas en el pozo de la desesperación. Así que, ¿qué podemos hacer?
Herramientas infalibles
Primero, quiero recordarte que, en esta batalla, poseemos dos herramientas infalibles, que tu hijo, aunque no lo quiera reconocer, siente en su fuero interno: amor y cariño. Ese amor, ese cariño, y esos hogares, cuando están rezados, gozan de ese "no sé qué", que solo aporta la Virgen, y que algún día echarán de menos.
- Reza, reza para que el dolor no lo invada todo. El rato diario de oración te hará capaz de tender puentes sin ceder en lo importante. Si estás en esta tesitura, tendrás que rezar más que nunca.
- Los exorcistas nos dicen que los demonios son perezosos. Pónselo difícil. Reza diariamente el Santo Rosario por tu hijo, reza por las personas que lo alejan de ti y de tus consejos de seguir al Señor.
- Ofrece tu dolor por tu familia, pero no dejes de ofrecer una parte de ese dolor para hacer más suave algún latigazo, algún salivazo, algún momento de la Pasión.
- Espera con paciencia. La gracia tiene sus tiempos. Y recuerda que, por muy mal que veamos las cosas, la batalla está ganada: sólo tenemos que perseverar.
- Piensa que, si nosotros los queremos hasta pagar el precio de su odio, ¡qué no hará Dios!
Encomendándonos a la Santísima Virgen y a Santa Mónica, nos acercaremos, toda la familia, más y más a Dios… gracias al okupa. Why not?