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Chesterton: Ortodoxia, cordura y alegría

CHESTERTON
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Manuel Ballester - publicado el 21/01/22 - actualizado el 29/05/23
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El mundo es, en cierto sentido, nuestra casa. Incluso si lo pensamos como algo ordenado (cosmos) y bonito (cosmético), como hacen los griegos. El mundo es nuestra casa incluso si lo llamamos creación, como hacen los cristianos.

No estamos totalmente a gusto en nuestra casa. Percibimos que aún falta algo. Hay algo indefinible que nos hace sentirnos en casa, sí; pero no en el hogar. Chesterton (1874-1936) formula esta cuestión así: «aun estando en casa, venía a visitarme la nostalgia».

Ortodoxia es una palabra griega que, literalmente, significa opinión (doxa) correcta (orthos). Cuando Chesterton tituló Ortodoxia (Orthodoxy, 1908) a una obra en la que intenta «definir la filosofía en la que ha venido a parar», orientó su esfuerzo a mostrar que, si bien hay multitud de opiniones, aquella en la que él cree, es la verdadera, la correcta.

Puede parecer pretensioso proponer la propia opinión como verdadera. Pero, bien pensado, lo contrario es demencial, una locura: ¿quién sostendría una opinión pensando que es falsa? Lo que está en juego es, por tanto, la cuestión de la verdad. Y Chesterton pretende que sus opiniones sean verdaderas, está dispuesto a mostrar que la razón las avala. Y esto es esta obra.

La razón, la verdad y las opiniones son algo humano. También el bien y el mal. Y la locura, el error y la mentira. Con estos elementos nos jugamos la verdad y el sentido de nuestras vidas. Si acertamos, nuestras vidas serán dichosas. Y hablamos de dicha aquí y ahora, en este mundo, no en el más allá: «necesitamos ser plenamente felices en esta tierra de las maravillas, sin conformarnos con pasarlo medianamente».

Algo dentro de nosotros nos impulsa a pensar que hay un mundo que nos acoge y nos hace vivir la vida como una aventura. Chesterton es un intelectual, un escritor, pero ese íntimo anhelo no es una singularidad suya, ni siquiera de los intelectuales. Más bien parece propio de todo ser humano. Conviene, por eso, no dejarlo pasar. Mirarlo de frente y ponerse en camino. No pactar con la mediocridad ni, por supuesto, dejarse convencer por la locura de que eso son puerilidades.

Darse por vencido y sostener una actitud vital o una postura filosófica que anestesie nuestra sed de felicidad es lo que Chesterton llama locura. Sobre la locura vuelve en repetidas ocasiones y frente a ella establece su posición. Define locura «como aquel empleo de las actividades mentales que nos conduce a la desesperanza» ¿por qué es insensata la locura, la desesperanza? Porque se trata de «la razón arrancada de sus raigambres vitales [reason used without root], la razón que opera en el vacío». Nos topamos así con un elemento típico del individuo de nuestro mundo: el desarraigo.

El ensayo recoge el itinerario intelectual de Chesterton, la búsqueda del agua que sacie esa sed interior. Vemos cómo va describiendo su acercamiento al determinismo, el pragmatismo, el cientifismo, el relativismo, el budismo, el panteísmo… y una y otra vez va descubriendo sus insuficiencias. Al superarlas va atrapando una verdad tras otra. Y, al mismo tiempo, va descubriendo que esas verdades que él ha encontrado ya habían sido proclamadas hace tiempo por el cristianismo.

Señala Chesterton que en Ortodoxia «sólo os ofrezco una historia del nacimiento y vicisitudes de mi creencia». No pretende ser un ensayo apologético. Pero el lector es muy libre de hacer o no caso al autor.

Sin dejar de tratar el mal y el pecado, nos lleva a la idea de que «el hombre es más humano, más semejante a sí mismo cuando su estado fundamental es la alegría y su estado superficial la pena». También ahí encuentra una verdad que ya había sido proclamada por la Iglesia en cuanto que el credo cristiano «hace de la alegría algo gigantesco, y de la tristeza algo reducido y especial».

¿Cómo hablar de la Iglesia sin referirse a Cristo? Sobre su forma de hablar y sus actos. Y también sobre lo que dijo (al fin y al cabo, desde el principio, es el logos, la palabra). Y sobre lo que no dijo.

Porque es sabido que Jesús, de vez en cuando se retiraba a hablar a solas con su Padre y nuestro Padre. ¿Qué diría? ¿Qué se dirían? A instancia de los discípulos, enseñó el Padre nuestro. Pero quizá había más. Quizá había un secreto que no nos contó. Porque los grandes secretos están a la vista. O esa es la opinión de Chesterton. Leyendo Ortodoxia, el lector podrá juzgar por sí mismo si ese secreto podría ser el que apunta el ensayo. Que bien podría ser, por otra parte.

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