A veces nos marchamos por orgullo o curiosidad. Otras veces salimos por irresponsabilidad o por aburrimiento, como suele suceder cuando somos adolescentes o cuando lo seguimos siendo. A veces nos alejamos porque estamos decepcionados y desanimados.
Si nos ponemos a mirar más de cerca, nos damos cuenta de que toda nuestra vida se compone de distancias y retornos.
Aún hoy, existen enemigos que nos empujan a alejarnos de nuestro hogar: la injusticia, la rebeldía, la traición, la desconfianza. Situaciones que nos hacen huir o distanciarnos de la vida.
El pueblo de Israel, así como nosotros, experimentó el exilio, la salida. Así como ellos huyeron, nosotros hoy huimos también y, cuando miramos atrás, nos damos cuenta de que estamos más lejos de lo que pensábamos.
El Adviento es tiempo para regresar. Dios quiere que preparemos el camino, pues su deseo es siempre llevarnos de regreso. Es Él quien quiere encontrarnos. Es Él el quien viene a nosotros.
Nunca ha dejado de buscarnos, incluso cuando hemos distorsionado el sentido de nuestra vida.
1Historia de lucha y división
La palabra de Dios llega, se encarna, toma forma en la historia, en la concreción de cada vida.
La historia del pueblo de Israel fue una historia dolorosa, una historia caracterizada por la fragmentación del poder, el destierro, la guerra y la duda de que Dios verdaderamente estuviera con ellos.
El mundo antes de la llegada de Cristo estaba en conflicto. Nada parecía estar claro.
Sin embargo, incluso en ese tiempo lleno de dificultades, llega la palabra de Dios e ilumina con su claridad al mundo.
Hoy llega también y sigue insertándose en nuestra historia.
2Una voz
Llega a través de la voz de Juan el Bautista. Se acerca a nosotros desde la paradoja: en la voz del hijo de un mudo.
Ayer como hoy Dios nos sigue demostrando que en los lugares más inesperados se encuentra su salvación.
Juan trae la palabra donde no hay nadie: en el desierto. Quien quiera escuchar esa palabra debe dejar los lugares de poder, los lugares de conflicto, y debe trasladarse a donde aparentemente no hay nada.
Ir al desierto significa ir a nuestra historia. Israel atravesó el desierto en su viaje hacia la tierra prometida.
El desierto fue el lugar donde experimentó grandes miedos, pero también fue el lugar donde vivió las cosas más importantes de su relación con Dios: recibió la ley y selló la alianza con de profunda intimidad con Él.
El desierto, para nosotros hoy, en este Adviento, es una tierra sin cultivar; la posibilidad de un nuevo camino.
3Aceptar la Palabra
Hoy también Juan nos invita a ir a nuestros desiertos para enderezar nuestros caminos y darle un sentido nuevo a nuestra vida.
Nos invita a llenar los barrancos de nuestra decepciones y desánimos. Nos llama a bajar las montañas del orgullo que nos impiden ver al Señor.
Necesitamos allanar un poco las formas tortuosas de nuestro corazón, la desconfianza en la que corremos el riesgo de quedar atrapados.
La voz y el Verbo (Juan y Jesús) vienen hacia nosotros, nos hablan, depende de nosotros crear las condiciones para que esta Palabra sea escuchada.
Regresemos, allanemos el camino, busquemos a Dios. No porque todo vaya bien en nuestra vida, sino para permitir que, en medio de nuestra crisis, rebeldía y confusión, el Señor nos lleve por un camino nuevo: el de su salvación.