En la caja de aquel supermercado, unas adolescentes ojeaban algunas revistas, imposibles de no ver en la espera de la fila. Sus portadas mostraban a sonrientes personajes famosos en sus nuevos matrimonios, al igual que las últimas noticias sobre sus crisis de relación o rupturas, en una cauda de miserias humanas y destrucción de sus relaciones familiares.
Y como absurda paradoja, en sus mismas páginas, contenidos acerca del “arte del amor”, en términos de la exaltación de la sexualidad o el más burdo erotismo.
Su propuesta se sustenta solo en lo sensorial, emocional y psicológicamente compensatorio de carencias afectivas, con la pretensión de “orientar” la unión entre varón y mujer. Más lamentable aun, lo hacen con argumentos que promueven la ausencia de todo compromiso que no sea el establecido por las voluntades de quienes hoy lo sostienen, y mañana, lo desconocen.
En nuestra experiencia clínica, bien sabemos que tal propuesta excluye los contenidos psíquicos y espirituales del modo íntimo de sentir y de sentirse, de conocer y conocerse; de querer y de quererse, propios de la comunión entre personas. Al no dar o recibir esta acogida, ellas mismas se condenan a llevar en sí algo incompleto, a menudo, sin saberlo.
Una encrucijada
Esta pseudo cultura de una sociedad erotizada plantea una encrucijada sobre la sexualidad, en la que existen solo dos caminos: el del autoengaño por una mentalidad hedonista, o el del verdadero amor que conduce a un varón y una mujer, a unirse en el auténtico amor conyugal, y ser y hacer familia.
El camino del autoengaño
Un camino marcado como algo verdadero, presentado con los mil insidiosos matices del poder de la sensualidad, como lo más natural.
Los hay quienes, al tomarlo, tras los desencantos de una vida superficial, han sabido rectificar muchas veces sin sustraerse a los costos. Otros, que se adentraron por este hasta un punto sin retorno, terminaron utilizando a los demás, o siendo utilizados como víctima o victimario.
Personas cuyas relaciones suelen durar lo que dura la valía sensual, propia, o del otro, en su utilidad y delectación, mientras se adentran en desequilibrios de personalidad, por una maltrecha afectividad y una sexualidad desintegrada.
Un camino en el que, sintiéndose auténticamente libres, en realidad son esclavos de sus sensaciones y estados psicosomáticos, mientras viven en una sedienta soledad, por la que necesita renovar constantemente los objetos “amados”. Así, se despersonalizan yendo de aventura en aventura con tinte de relaciones honestas, cuando para ellos son solo placenteros amoríos, unos ocultos, otros notorios.
Siempre fieles a sus deseos, es decir, a sí mismos, pero nunca a una persona en su concreta realidad, en un verdadero compromiso de amor.
Existen muchas vidas ordinarias así, otras supuestamente “extraordinarias”. Estas alimentan los banales comentarios de tantos medios, que se lucran con su ostentosa miseria afectiva. Sus máximas representaciones, suelen ser personajes de vida pública, como políticos, artistas, deportistas y ricos famosos, que dejan un rastro oscuro en sus historias familiares.
El camino del verdadero amor
En cambio, el verdadero camino del amor que lleva a ser familia y hacer familia, está marcado siempre por la madurez. Esta se va alcanzando, cuando se vive con rectitud de intención en el amor personal.
Un camino de luz, en el que la razón y la inteligencia se imponen sobre el egoísmo de las tendencias sensibles, para obrar el bien hasta la abnegación y el sacrificio como el verdadero sello del buen amor.
Entonces para quien es y hace familia, el camino de la madurez es:
La verdadera libertad al andar en verdad.
La madurez de la libertad al vivir responsablemente.
La madurez de la responsabilidad al aprender a amar haciendo felices a los demás.
Es la madurez de ese amor al adquirir la capacidad de comprometer la vida entera.
Y la madurez de ese compromiso al ser fiel en todas las circunstancias de la vida, viviendo en comunión con los seres amados.
Un camino por el que transitan tantas personas cuyas vidas no son noticia ni tema de revistas en boga pero que, siendo felices, son y hacen familia. Aportan desde la sencillez de sus vidas, verdadero valor a la sociedad.
Por Orfa Astorga de Lira
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