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La Festividad del Día de los Fieles Difuntos coincide con el Día Mundial contra los crímenes contra los periodistas. En David Beriain (Artajona, Navarra, 1977) coinciden con mayúsculas Fiel y Periodista.
Murió asesinado en Burkina Faso el pasado 27 de abril, donde grababa un documental, junto a otro reportero español, Roberto Fraile, y el ecologista Rory Young. Porque en lugar de huir entre la lluvia de balas de Al Qaeda, prefirió no abandonar a su amigo periodista malherido.
Buscaban historias para desentrañar el misterio de la condición humana, y sin quererlo, nos dejaron la suyas, la de unos profesionales nobles y valientes cuyo ejemplo ha dado la vuelta al mundo.
Inspirado por su devota abuela
A alguien capaz de ver historias épicas en las vidas más cercanas y corrientes, cualquier detalle es capaz de encenderle la chispa. Beriain sabía ver más allá de las apariencias. Como un sabueso, encontraba la grandeza de lo que se escondía a simple vista.
No extraña por tanto que fuera un detalle imperceptible lo que diera nombre a su gran proyecto, ‘93 Metros’, la productora que creó con el objetivo de contar historias por el mundo que reflejaran la condición humana.
Ese casi centenar de metros eran los que cada día caminaba su abuela Juanita. Ese pequeño camino que la separaba de su casa al banco de la iglesia donde cada día se sentaba a rezar, delante del Señor.
Murió a los 98 años, pero en ese pequeño detalle, Beriain supo ver una profundidad inspiradora. Una gran historia en quien parece que no hace nada. Él sabía que ese paseo para el posterior encuentro con Dios había un tesoro que conectaba lo más humano con lo divino.
“No hay historias pequeñas, hay ojos pequeños”
Él mismo lo explicaba en una entrevista que le habían hecho en la revista de la Universidad en la que estudió: “Por eso nos llamamos así, porque no nos olvidamos nunca de que a veces la historia más grande está en el lugar más pequeño. Hacemos historias grandes, épicas, de esas que importan, en sitios exóticos. Lo que pasa es que a los imbéciles como yo nos resulta más obvio contar una historia cuando nos explotan las cosas a los lados. Solo hay que darse cuenta de que a la vuelta de la esquina hay algo que contar. No hay historias pequeñas: hay ojos pequeños. A mi abuela le sobraron noventa y tres metros para encontrar su verdad. Yo he andado por más de noventa y tres países, y todavía no he conseguido hacer nada”. Se equivocaba en esto último, porque su legado es grande.
Impactado por los misioneros
Antes incluso de decidir que quería dedicarse al Periodismo, tenía claro que quería recorrer mundo por una causa noble. De adolescente quedó impresionado por las historias de misioneros que marchaban a cualquier punto del planeta. Si ellos dedicaban su vida a llevar el Evangelio y ayudar a los más necesitados de cualquier recóndito lugar, él quería ayudar contando las historias de esos sitios.
Así que decidió matricularse en Periodismo en la Universidad de Navarra. Y no dudó en cruzar el charco, ir a Argentina, cuando le llamaron para su primer trabajo.
Ponerse en la piel del otro
Una de sus máximas profesionales era la empatía, intentar situarse en la piel del otro para entender mejor la historia que iba a contar: “Cuando la gente se pone en la piel de las otras personas no pasan más cosas buenas, pero pasan menos cosas malas”, decía.
Para lograrlo aplicaba los ‘cinco saberes’ que tenía grabados a fuego para ejercer su profesión y que repetía una y otra vez a quienes trabajaban con él: saber ver, saber escuchar, saber pensar, saber expresar y saber (algo) de la condición humana.
Sus cualidades, ejemplo para periodistas y nos periodistas
Fiel compañero, pudo escapar por el bosque como algunos hicieron, pero se quedó con su compañero. Prefirió estar con el malherido a correr con la mochila de saber que había abandonado a su amigo. Pensó en el otro antes que en él. Otro signo más de su valentía, que ya demostraba buscando historias en los lugares más peligrosos del mundo, y que había dejado patente cuando destapó un escándalo de corrupción en Argentina. Tuvo que salir del país, aconsejado por las autoridades, cuando descubrieron que unos delincuentes habían recibido el encargo de secuestrarle o matarle.
Dicen que todo periodista debe ser inquieto, curioso, apasionado de su profesión. Luego, con el paso de los años y cuando has probado la crueldad de una profesión muchas veces corrompida, el valor está en mantener ese fervor. Él lo hizo. Nunca perdió la pasión ni se dejó corromper. Quizás por eso decidió trabajar de forma independiente. Y siempre alejándose del amarillismo, del sensacionalismo, de la demagogia.
En un mundo periodístico vertiginoso, donde el tiempo es oro, donde existe la competencia por contar primero las noticias, él sabía mantener la calma, encontrar la pausa para desentrañar lo importante de cada historia. Sólo con ese tempo podía estrujar lo que veía hasta sacarle el jugo adecuado. También por eso era grande, sabía buscar donde otros no eran capaces. No sólo en la geografía, también en el cara a cara con los protagonistas.
Su nobleza, su buena labor profesional y su entrega hasta la muerte le han valido numerosos reconocimientos, muchos a título póstumo.