El 27 de septiembre de 1821, con la entrada en la Ciudad de México del llamado Ejército de las Tres Garantías, la revolución de independencia de México, iniciada la madrugada del 16 de septiembre de 1810 por el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla llegó a su fin.
Una guerra civil que duró once años y que dejaba a la nueva nación en bancarrota, pero con la posibilidad de regirse por sí misma, habiendo perdido, doce días antes (el 15 de septiembre de 1821) la Capitanía General de Guatemala con la que se formaron los estados de Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica.
Doscientos años más tarde, México celebró el bicentenario de una forma más que discreta. El consumador de la Independencia, el capitán criollo Agustín de Iturbide, ha sido desterrado del panteón de los héroes nacionales desde entonces por la historia oficial, calificándolo de traidor a la Patria (murió fusilado).
El Papa Francisco se ha hecho presente en este bicentenario mediante una carta dirigida al arzobispo de Monterrey y presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, Rogelio Cabrera, a todos los obispos, a las autoridades civiles y al pueblo de México.
En la carta, el Papa afirma que celebrar la independencia “es afirmar la libertad, y la libertad es un don y una conquista permanente”. El pontífice ve en esta celebración, “una ocasión propicia para fortalecer las raíces y reafirmar los valores que los construyen como nación”.
En octubre de 2020, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, había enviado una carta al Papa Francisco exigiendo que la Iglesia se disculpara con la nación mexicana por los excesos cometidos durante la conquista española del siglo XVI en contra de los pueblos originarios.
El Papa, en esta misiva, y a manera de respuesta, recuerda que para fortalecer las raíces “es preciso hacer una relectura del pasado, teniendo en cuenta tanto las luces como las sombras que han forjado la historia del país”, por lo que hay que purificar la memoria reconociendo (todas las partes) también los errores del pasado.
Ya en anteriores ocasiones, dice el Papa Francisco, sus antecesores y él mismo “hemos pedido perdón por los pecados personales y sociales, por todas las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización”. Sin embargo, no se pueden “ignorar las acciones que, en tiempos más recientes, se cometieron contra el sentimiento religioso cristiano de gran parte del Pueblo mexicano, provocando con ello un profundo sufrimiento”.
Evidentemente, el Papa se refiere a la terrible persecución religiosa que sufrió el pueblo católico de México durante la llamada “Guerra Cristera” (1926-1929) en la que era suficiente para ser pasado por las armas el llevar una cadena con un crucifijo o asistir a una Misa (clandestina, evidentemente).
El Papa afirma que no se evocan los errores del pasado para quedarse ahí, en el pasado. Al contrario: “hay que aprender de ellos y seguir dando pasos, vistas a sanar las heridas, a cultivar un diálogo abierto y respetuoso entre las diferencias, y a construir la tan anhelada fraternidad, priorizando el bien común por encima de los intereses particulares, las tensiones y los conflictos”.
La misiva del Papa puntualiza que los valores propios del pueblo mexicano tienen que ver, justamente, con los que defendía el Ejército de las Tres Garantías: independencia, unión y religión. Los gobiernos desde el siglo XIX han valorado solamente independencia y unión y han extirpado la religión de toda expresión pública en el país.
Finalmente, el pontífice argentino destaca la presencia, incluso como símbolo de la Independencia mexicana a la Virgen de Guadalupe, quien “dirigiéndose de modo particular a los más pequeños y necesitados, favoreció la hermandad y la libertad, la reconciliación y la inculturación del mensaje cristiano, no sólo en México sino en todas las Américas”.