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Me gustan los días de sol, no esos días grises que contagian nostalgia y tristeza.
Soy de esos que desean seguir a Cristo. De los que tienen una decisión tomada en el alma, aunque luego cueste ser fiel o mantenerse en lo decidido.
Soy un poco volátil, como esos vientos que llevan la hoja caída en otoño donde quieren, sin respetar sus deseos.
A veces no sé quién habita dentro de mí y parece desear lo que yo mismo no deseo. Lo que digo que quiero parece que no quiera hacerlo. Y me veo viviendo como quien no quiero. Y pensando como no quiero pensar.
Esa doble realidad en mi propia alma me escandaliza. Somos dos habitando la misma piel.
O tal vez mi yo verdadero no es capaz de mantenerse en pie ante la presión del mundo.
Y cae de repente sobre la tierra desbaratado en mil deseos confusos e hirientes.
Quisiera que amaneciera siempre el sol en mi alma. Y reconocerme a mí mismo en ese deseo inconfundible de seguir siempre a Jesús por los caminos.
Es lo que más quiero. Es lo que deseo. El alma vive apasionada por un fuego que arde en ella.
Y de repente la conducen fuegos pequeños que la confunden. Y no soy yo mismo el que sigue al Señor, sino que sigo otras cosas que no son Él, aunque me gustaría que lo fueran.
Pero me engaño. Digo que quiero una cosa y hago justamente la contraria. Tanta confusión de mi alma me incomoda.
Quisiera ser más cuerdo y sereno. Más firme en mis pensamientos y menos voluble.
Atisbo al final del día una luz que no me engaña, estoy hecho para la vida, no para la muerte.
Es el amor la fuerza que mueve mi ser en todos los sentidos. No he nacido para el odio ni para vivir anclado en la ira.
Tampoco soy un depravado que sólo desee la muerte y tan solo busque el interés propio. No soy tan egoísta ni tan falso.
Pero yo mismo me sorprendo haciendo lo que no quiero, soñando lo que no deseo y viviendo la vida que no he buscado.
Tantas incongruencias me afectan. Quizás en mi pasado hay grietas que han dejado incompleta mi historia.
O tal vez el demonio con su oscuridad ha pretendido acabar con mi paciencia. Como dice una canción: "Hay una rajadura en todo; así es como entra la luz".
Por esas grietas entra la luz en mi alma. Y sostienen mi caminar confuso por la vida.
Ahora sólo sé que quiero comenzar de nuevo cada mañana y emprender la aventura audaz de intentar ser yo mismo.
Fiel a la luz que surge de mi alma. Fiel a la melodía que yo mismo entono sin saberlo. Es tan cálido el día en el que sé que soy amado que vuelvo siempre a él para no olvidarme.
Estoy hecho para el cielo y la luz de la Pascua guía mis pasos oscuros. Pero creo que busco egoístamente a Dios.
Busco el consuelo de Dios y no busco al Dios del consuelo. Es muy diferente. Busco sentir la luz, busco tocar el calor y eso no siempre ocurre. Comenta el padre José Kentenich:
No quiero ser egoísta en mis búsquedas. No pretendo sentir siempre y tocar esa consolación que sacia mi alma intranquila.
En mi oscuridad camino por el desierto. Dios sabe lo que me conviene, lo que me hace falta. Dios sabe lo que me hace bien, lo que me sirve. Eso me basta.
No necesito la consolación para seguir caminando. Soy hijo de la luz, hijo del día.
Y paso por la noche con la esperanza grabada en la frente, en una forma de cruz de ceniza. Y me recuerda ese beso de Jesús que soy suyo y le pertenezco.
¿Por qué tengo tanto miedo a veces? Como si todo dependiera de mí, la vida y la muerte. La perfección y los fracasos. La virtud y los pecados. Como si todo estuviera en mi mano y yo fuera el dueño de esta vida tan frágil.
Esos sentimientos me llenan de oscuridad y acaban con la luz. En una lucha torpe por llegar al cielo.
Tengo claro que es Él quien me conduce, me salva y me levanta. Es Él quien construye aunque no sienta nada, aunque no logre encontrar el sentido a todo lo que me pasa.
Dios es la luz que se esconde en mis sombras. Aunque no encuentre los consuelos que busco desaforadamente.
Amanecen días grises y el sol escondido entre las nubes me inquieta. Pero no me importa, yo confío, creo en esa luz de Pascua que lucha por imponerse al final del camino.
Siempre hay una luz que anuncia el final de algo y un nuevo comienzo.
Sé que estoy hecho para cosas grandes aun sintiendo que no puedo hacer ni lo más pequeño. Me basta su gracia, su luz y su sombra cubriendo mi alma. Me tiene Dios guardado en el hueco de su mano.