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3 heridas afectivas de nuestro tiempo

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Luisa Restrepo - publicado el 22/07/21
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Las renuncias y sacrificios son posibles cuando la motivación del amor es la que impera, de otro modo esas renuncias y sacrificios serán compensados por la puerta de atrás

Es muy común tener heridas con respecto al amor que no hemos recibido. Son heridas que traspasan las generaciones y que podemos, sin duda, reconocer en todos nosotros.

El problema está en que muchas veces no miramos con equilibrio, ni lo suficiente, lo que pasa en nuestra mente y en nuestro corazón.

A menudo le damos más peso a que pensamos, o algunas otras, a lo que sentimos. Nos falta integrar los dos aspectos y no contraponerlos.

El Señor en su Evangelio, nos va enseñando cómo integrarlos. Él constantemente nos llama a trabajar nuestros pensamientos desde el corazón, pues el corazón tiene una forma de pensar y de ver, no solo de sentir.

Jesús nos invita a pensar según su Corazón.

La afectividad debe ser abordada en nuestra vida, debe ser tratada con consciencia y responsabilidad. Monseñor José Ignacio Munilla nos habla que hay 3 heridas afectivas en nuestro tiempo:

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Es la incapacidad de trascender nuestro yo. Hace imposible la llamada que se nos hace a la entrega y al amor.

El narcisista sufre mucho y mendiga afectividad en todos lados porque no ha conocido el amor. Siempre se siente olvidado, no querido y victimizado.

Esta herida puede ser sanada a través del anuncio del amor de Dios que funda nuestra autoestima.

Un amor que nos enraíza en la certeza de que somos amados y luego existimos. Somos amados no por un amor pasajero y blando, sino por un amor que da la vida por nosotros.

La entrega generosa a las verdaderas víctimas de la vida, también nos ayuda a poner en perspectiva nuestro victimismo.

En nuestro mundo una de las cosas que nos da “libertad” ha generado una gran esclavitud. Se ha fragmentado el sexo del amor, el sexo de la propia voluntad y de la identidad.

Es necesario resignificar lo que somos en unidad, sin división, pues nadie puede entregarse sin poseerse primero. Integrar nuestra sexualidad en la vocación concreta al amor al que Dios nos llama.

Podemos responder a esto mostrando la castidad desde su rostro liberador e integrador.

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Nace de las decepciones con respecto al amor, respecto a los referentes de “amor para siempre” que nos han desilusionado y a las malas experiencias acumuladas que nos han llevado a encerrarnos en la soledad.

Estas heridas nos impiden amar, pero se sanan amando desde un amor que supera nuestra propia capacidad. Es necesario pedirle al Señor que nos dé su amor para que podamos amar.

Supera estas heridas el que tiene la conciencia de que lo más importante en su vida es que es amado y que está llamado al amor.

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Solo quien encuentra un amor mayor es capaz de reordenar su vida en función del tesoro descubierto, como en la parábola del tesoro escondido.

Las renuncias y sacrificios son posibles cuando la motivación del amor es la que impera. De otro modo esas renuncias y sacrificios serán compensados por la puerta de atrás.

Se trata de vivir disfrutando la vocación a la que hemos sido llamados. No hay nada peor que vivir la “fidelidad” y no disfrutarlo, estar acostumbrados. Ese es el drama del hijo mayor en la parábola del hijo pródigo.

    Nuestro corazón no es del que lo rompe sino del que lo repara. Por muchas heridas que tengamos, la última palabra no la tiene quien nos ha roto sino quien nos ha restaurado.

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