Para hacer milagros Dios necesita fe. Sin esa fe no es posible nada extraordinario. Es el abono con el que puede crecer la planta. El agua que la riega, el sol que le da vida.
Sin la fe no hay milagros, ni grandes curaciones, ni grandes obras. ¿Para qué ayudan los milagros?
En primer lugar el milagro me devuelve la salud y me reinstala en mi vida de antes. No me vuelve mejor, simplemente me permite recuperar lo que había perdido o adquirir lo que nunca había tenido.
El paralítico, el ciego de nacimiento, el leproso, se alegran por la salud recobrada. Tuvieron fe y Jesús obró el milagro.
Dejaron de estar apartados del mundo por su limitación física. Jesús los devuelve al mundo.
¿No aumenta la fe con el milagro? Así debería ser. Que el milagro en mi vida me diera más fe, más amor a los demás, un cambio de vida.
Pero no siempre van de la mano un milagro físico y la conversión. Por eso Jesús muchas veces perdona además los pecados. Para que sane el alma junto con el cuerpo.
Lo que está claro es que necesito creer para que suceda el milagro. Sin fe no hay vida ni esperanza.
Y la fe no se fundamenta en algo que existe, en algo real, sino que es un don que desborda mi alma.
Quiero creer en el poder de Dios, quisiera tener más fe. Hoy rezo con las palabras del salmo:
Mis ojos están puestos en el Señor y confían. Me gusta esa fe de los niños que creen en lo imposible. Esa fe que no se derrumba en las adversidades.
Caer y levantarse es parte del mismo espíritu que nunca se rinde. Creer tiene que ver con soñar y esperar mucho de Dios, de la vida, de los demás. Pero decía José Antonio Rodríguez:
Deseo mucho más de lo que me da la vida y acabo frustrado. Si no deseo nada, no avanzo.
Si deseo mucho y no obtengo lo que sueño y sufro, ¿cómo hago para no desanimarme?
La vida es corta. Es un don. Y me da lo que me puede dar. No quiero exigir más de lo que puedo tener.
Mi corazón está hecho para el cielo y por mucho que sueñe, en esta tierra nunca alcanzará toda su medida.
No dejo de creer y no dejo de aceptar las cosas como son, sacando siempre lo positivo, viendo el lado bueno de lo que sucede. Y creyendo una y otra vez, sin desconfianzas.
Cuanto más crea en mí mismo más sacaré de mi interior, más lucharé, más entregaré con alegría.
Cuanto más crea en los demás, sacarán la mejor versión de ellos mismos. Cuando más crea en Dios y en su misericordia, sucederán milagros que no imaginaba.
Así es el amor de Dios, mucho más generoso que mi amor mezquino. Me falta fe, pido más fe en este tiempo difícil que vivo.
Quiero confiar en el poder de Jesús. En el poder de Dios en las personas que me rodean. Y no dejo de luchar hasta el final. No dejo de creer en la victoria final.
Creo y acepto lo que hay. Confío y amo la vida tal como es. El otro día leía:
Creer en los demás no significa esperar que me solucionen la vida, que respondan a todas mis necesidades y solucionen todos mis problemas.
No espero esos milagros absurdos que a veces sueño. Los demás no son los que me arreglan todos los problemas.
Los veo en su belleza. Los acepto como el don que Dios me regala. Sin pretender que estén ahí para responder a mis deseos.