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¿Son realmente las reliquias una forma de superstición?

RELIC
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Vidal Arranz - publicado el 22/06/21
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La exposición ‘Extraña devoción’ del Museo Nacional de Escultura de Valladolid aborda este fenómeno religioso desde múltiples ángulos y revela que trasciende el marco del catolicismo

La exposición ‘Extraña devoción’ del Museo Nacional de Escultura de Valladolid gira en torno al mundo de las reliquias y toma su título de un grabado de Goya que se incluye entre las obras mostradas.

La obra en cuestión pertenece a su serie ‘Los desastres de la Guerra’ y muestra a un grupo de personas arrodilladas al paso de un burro con el féretro transparente de un cadáver que los expertos identifican con el de santa Mariana de Jesús. La mayoría de los analistas sitúan la obra de Goya en el marco de la mentalidad ilustrada, que consideraba este tipo de manifestaciones de religiosidad popular como indicadores de atraso y de superstición.

O mejor, sin descartar que algo de eso pueda haber, ¿agota esa explicación el fenómeno del culto a las reliquias? La propia exposición del museo vallisoletano -muy recomendable y que puede visitarse hasta el próximo 22 de agosto en el Palacio de Villena- nos revela que no, que hay mucho más en torno a una expresión religiosa que, para empezar, es anterior al cristianismo y que está relacionada con el desarrollo de la creación artística.

El culto a las reliquias está directamente vinculado con la memoria de aquello que se considera valioso. Qué se considere valioso en cada momento es lo que cambia, pero esa necesidad humana de hacer presentes a los ausentes a través de algún objeto tocado por ellos, que poseyeron o que les rememora, es inseparable de la condición humana y tiene orígenes remotos.

Estaba presente ya en la religiosidad pagana y continúa, con formas distintas, entre nosotros. ‘Extraña devoción’, junto a abundantes objetos y obras de arte procedentes del universo cultural católico, incorpora también ejemplos de reliquias profanas muy significativas. El más espectacular, el Relicario de Christian Boltanski, dedicado a la memoria de doce niños judíos asesinados y, por extensión, a la memoria del Holocausto.

El Relicario de Boltanski evoca formalmente los relicarios católicos, repletos de pequeños cajones en los que se guardaban los distintos objetos sagrados. Aquí hay también cajones en los que se conservan restos materiales ligados a los niños muertos: telas de sus ropas, juguetes, documentos personales…

Pero esa vocación de memoria ligada a objetos que evocan al ausente puede verse también en las máscaras funerarias, tan relacionadas con este universo. De hecho, la tradición de las máscaras funerarias se inicia con los santos, aunque luego se extiende a otro tipo de celebridades: grandes políticos, militares, pintores, escritores… En la exposición pueden verse bustos realizados a partir de máscaras funerarias de Galdós o Napoleón.

“Los santos, por modestia, no se dejaban retratar en vida, de modo que los únicos retratos suyos que conocemos se obtenían a partir de las máscaras funerarias”, explica Escardiel González, profesora de la Universidad de Sevilla y una de las comisarias de la exposición.

De hecho, las efigies de los santos servían como documento en los procesos de beatificación, pues, al haberse obtenido en el lecho de muerte, acreditaban si su tránsito a la otra vida se había realizado en paz o tortuosamente.

“Las reliquias trascienden lo católico”, explica Cécile Vincent-Cassy, profesora de la Universidad Sorbona Norte de París y comisaria también de la exposición. “La reliquia es algo que conservamos como recuerdo de los seres queridos. No necesariamente siempre son objeto de culto o rezo”.

Y Manuel Arias, otro de los responsables de la muestra, añade: “Expresa el anhelo de trascendencia y perdurabilidad. El mundo de las reliquias sigue vivo en nosotros porque es inherente al ser humano y forma parte de nuestro mundo interior”.

De hecho, ni siquiera en la época en la que las reliquias estaban inseparablemente asociadas con lo religioso era necesario que recibieran culto. “A veces servían simplemente como elemento de buena esperanza”, explica Vincent-Cassy. Su propietario se sentía, de algún modo, protegido, o conectado con la virtud.

Tampoco se puede olvidar que fueron una de las primeras expresiones de coleccionismo. Felipe II llegó a reunir más de 7.500, la mayor colección del mundo, que todavía se conserva en una sala del monasterio de El Escorial que no se encuentra entre las que se muestran a los visitantes. Vistas desde esta perspectiva, eran una expresión de poder y relevancia social.

Solemos asociarlo con su expresión más conocida: los restos corporales de santos, pequeños restos de huesos mayormente. Pero, en rigor, reliquia es todo aquello que ha estado en contacto con alguien sagrado, de ahí que proliferaran tanto.

En la exposición se muestra el ejemplo de una muñeca que está considerada reliquia porque su propietaria la llevó a Tierra Santa donde ‘tocó’ el suelo pisado por Cristo. Este es un ejemplo claro de hasta qué punto el proceso de creación de reliquias llegó al exceso, creando cadenas de asociaciones realmente frágiles. La Iglesia Católica, presionada por las críticas de los protestantes, que siempre estuvieron en contra de este tipo de religiosidad popular, decidió ordenar este mundo de las reliquias mediante la expedición de certificados de autenticidad, con los que se intentaba poner freno a la proliferación excesiva y arbitraria.

Estos documentos se denominaban ‘auténticas’ y, si bien la mayoría tenían una forma modesta -la certificación constaba en un pequeño trozo de papel que se conservaba doblado junto con la reliquia- otros estaban elaborados con todo el despliegue formal y estético que correspondería a un título de propiedad.

Pero también son reliquias los manuscritos de los santos, y sus firmas, expresiones de una forma de religiosidad que perdura inequívocamente entre nosotros. En la exposición que la Biblioteca Nacional dedicó a Miguel Delibes con motivo de su centenario, se reservó un lugar destacado a exhibir los manuscritos de sus novelas. Cuando la exposición viajó hasta Valladolid, ese carácter ‘sagrado’ se remarcó al ocupar la sala de los manuscritos una antigua capilla de la Iglesia de la Pasión, actualmente destinada a sala de exposiciones municipal.

De hecho, en la exposición puede verse un armario relicario cuya atracción principal es un texto manuscrito de Santa Teresa de Jesús, la autora de ‘Las Moradas’ y el ‘Libro de su vida’. Y en otras estancias se ven también reliquias que son firmas, lo que enlaza con una forma de devoción muy vigente y contemporánea.

Una de las dimensiones más relevantes de ‘Extraña devoción’ es que permite descubrir cuán estrechamente han estado relacionados el mundo de las reliquias y el del arte. El caso más claro es el de las esculturas relicario, obras de arte que contienen un espacio para guardar reliquias, habitualmente en la parte posterior. En la exposición puede verse una obra especialmente relevante: un busto relicario de Santa Ana realizado por el maestro renacentista Juan de Juni. Pero no es una excepción. Muchas esculturas fueron realizadas con la finalidad de servir de envoltorio bello para ese pequeño trozo sagrado que guardaban en su interior.

Las esculturas relicario, como los relicarios en sí mismos, o los armarios relicarios -en cuyas puertas se pintaban auténticos cuadros que a menudo se exhiben hoy como pinturas, sacados fuera de su contexto- revelan el muy especial tipo de relación que se establecía entre la reliquia y su envoltorio, que llegaba incluso a la identificación y la confusión.

En ‘Extraña devoción’ puede verse también una pintura de Sorolla, ‘El beso de la reliquia’, que muestra una mujer joven besando un relicario. Porque es el contenedor lo que ella besa, no el contenido. “Las reliquias no se piensan sin el relicario y ahí es donde entra en escena el arte”, explica Cécile Vincent-Cassy. Una labor de creación que no se limita a los muebles y las artes decorativas, sino que incluye también la pintura y la escultura.

Pero en la exposición pueden verse también los orígenes de un culto muy contemporáneo, el que los modernos dedicamos a las reproducciones de las obras de arte. En realidad, este fenómeno, que consiste en querer tener junto a ti un objeto tocado por la belleza, en el caso actual, o por lo sagrado, en el antiguo, arranca ya de siglos atrás. En ‘Extraña devoción’ encontramos ya muchas reliquias que son copias de originales sagrados.

Algunas de ellas especialmente curiosas, como una estampa que reproduce el aspecto del verdadero bastón de San José, obra del grabador flamenco Arnold van Westerhout. El carácter sagrado del bastón se adhiere a la copia que pasa a ser, por esa vía, un objeto sagrado, reliquia, por tanto, y merecedor de culto también.

La exposición del Museo de Escultura, en fin, demuestra cómo el afán de trascendencia y de memoria del ser humano ha recurrido a los objetos como soportes de esa devoción. Como en la sinécdoque poética, también aquí la parte hace presente el todo, que en este caso es una figura sagrada o santa que se considera ejemplar. O, en otros casos, simplemente una presencia ligada a los afectos personales y familiares. De hecho, aún hoy no son pocas las madres que conservan los dientes de leche de sus hijos como recuerdo y memoria de los niños que fueron. Reliquias también.

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