Esta Pascua, cuando Jesús resucita y se pone a nuestro lado en el camino, como con los discípulos de Emaús, es ocasión de reconocer, agradecer y disfrutar lo que tenemos.
A pesar de las dificultades del día a día estamos llamados a caer en la cuenta de que Cristo vive dentro de nosotros, no como un bonito recuerdo sino como una realidad.
Hay muchas razones para la alegría. Como dice Martín Descalzo: "No tener que esperar a encontrarnos con un ciego para enterarnos de lo hermosos e importantes que son nuestros ojos. No necesitar conocer a un sordo para descubrir la maravilla de oír".
1Caer en la cuenta
A veces somos egoístas y autómatas. Nos hace falta reconocer lo que ya tenemos, lo que es gratuito en nuestra vida. Necesitamos algo que centre nuestra existencia y que sea algo más que tener un motivo hacia el cual dirigir nuestras energías.
¿Cuál es nuestra meta? ¿Caminamos hacia ella incesantemente, aunque sea con algunos retrocesos? A veces también nos cuesta aceptar la lenta maduración de las cosas, comenzando por nuestra propia alma.
Nos privamos de la felicidad porque no nos damos cuenta de las pequeñas felicidades que se pierden en el camino por no detenernos a mirar. Buscamos donde no está y terminamos esclavizados por la insatisfacción porque no sabemos encontrar la alegría en lo cotidiano.
Queremos retribuciones y recompensa inmediatas.
Nos dice Martín Descalzo:
Me parece que la primera cosa que tendríamos que enseñar a toda persona que llega a la adolescencia es que los humanos no nacemos felices ni infelices, sino que aprendemos a ser una cosa u otra y que, en una gran parte, depende de nuestra elección el que nos llegue la felicidad o la desgracia. Que no es cierto, como muchos piensan, que la dicha pueda encontrarse como se encuentra por la calle una moneda o que pueda tocar como una lotería, sino que es algo que se construye, ladrillo a ladrillo, como una casa.
2No renunciar a las pequeñas felicidades
Hay raciones más que suficientes de alegría para llenar una vida de entusiasmo. Una de las claves está en: no renunciar o ignorar los trozos de felicidad que poseemos, por pasarnos la vida soñando o esperando la felicidad entera.
No hay una sola, sino muchas felicidades, cada hombre debe construir la suya y esta puede ser muy diferente a la de sus vecinos. Una de las claves para ser felices está en descubrir qué clase de felicidad es la mía propia.
Esto no quiere decir que siempre debemos ser felices y sentirnos bien. Significa que, como los discípulos de Emaús, aunque a veces la vista se nos nuble con los contratiempos de la vida, al final del día, seamos capaces de reconocer que algo sigue ardiendo en nuestro interior y que sobre ello podemos empezar a construir nuestra alegría.
3Atender las llamadas cotidianas
La vida nos dirige llamadas todos los días. Podemos ser felices en la medida en que abramos nuestro corazón a recibirlas. Como nos dice Jacques Phillipe en su libro Llamados a la vida:
Estoy convencido de que solo podemos realizarnos plenamente en la medida en que percibamos las llamadas que diariamente nos dirige la vida y consintamos en responder a ellas: llamadas a cambiar, a crecer, a madurar; a ensanchar nuestros corazones y nuestros horizontes; a salir de la estrechez de nuestro corazón y de nuestro pensamiento para aceptar la realidad de un modo más amplio y más confiado. Estas llamadas llegan a nosotros a través de acontecimientos, del ejemplo de personas que nos impactan, de los deseos que nacen en nuestro corazón, de las peticiones que nos llegan por parte de un allegado, del contacto con la Sagrada Escritura o por otros medios.
Estas llamadas tienen la voz de Dios que no cesa de velar por nosotros y que interviene permanentemente, de un modo imperceptible pero eficaz, en la vida de cada uno de sus hijos.