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Sucedió el pasado 10 de mayo, pero tiene ecos hasta el día hoy. Aquel día, la comunidad indígena del pueblo Yanomami (Amazonía de Brasil), fue atacada por mineros clandestinos. Tras la agresión se informó que dos niños murieron.
Si bien el caso concreto generó conmoción, la situación no es novedosa. En esa zona ubicada a orillas del río Uraricoera, que se vincula a Roraima, ha sido foco de conflictos armados con un trasfondo de minería ilegal, una de las tantas tragedias que asechan también a la “casa común” (Laudato Sí).
Este 8 de junio trascendió la publicación de parte de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB) de un mensaje en el que se expresa unidad y solidaridad con el obispo de Roraima, y vicepresidente segundo de la entidad, Mário Antônio da Silva.
“Sabemos, querido hermano, cuánto sufre el corazón solidario del pastor cuando contempla el dolor presente en su rebaño, llegando a la gente y faltando el respeto a la casa común. ¿Cómo entonces, querido hermano, puede callar el pastor, si ante sus ojos lo que se ve es destrucción y muerte? Después de todo, si nos quedamos en silencio, ¡las piedras gritarán! (Lc 19,40)”, expresan los obispos en el sentido mensaje.
Los obispos agregaron:
En tanto, el propio obispo de Roraima había escrito una carta días atrás (con fecha primero de junio). En su mensaje denunciaba la omisión y negligencia de las autoridades ante una situación difícil, de ataques recurrentes. Un aspecto que esconde además de la minería ilegal una situación también difícil por la pandemia del coronavirus y el efecto en los pueblos originarios.