En ocasiones, durante la misa recuerdo a mi papá. Alguna vez te lo comenté, él era hebreo y se convirtió al catolicismo pocos años antes de morir.
Esto, gracias a mi mamá y a dos religiosas que fueron sus amigas espirituales: la Madre Teresa de Calcuta con la que conversó, sentado a su lado, en un viaje interminable por avión y la beata Sor María Romero Meneses a quien siempre visitaba en sus viajes a Costa Rica.
Recuerdo bien a mi papá cuando iba a comulgar. Le costaba caminar y casi arrastraba los pies para estar frente a Jesús Sacramentado.
Un día en misa, me senté en una de las bancas de atrás para tener la oportunidad de verlo, aprender de su relación personal con Jesús y guardarlo en mi memoria. Sabía bien que no duraría mucho tiempo con nosotros.
Cuando regresaba a su banca convertido en un sagrario vivo, lo que todos somos al momento de recibir a Jesús, se quedaba largos ratos en oración devota, en silencio.
Nada parecía sacarlo de este estado en el que conversaba con Jesús y le agradecía sus favores.
Aprendí de mi papá, enfermo, convertido, y su amor por la Eucaristía, por Jesús sacramentado y nuestra Iglesia.
Hay una historia que leí de san Luis rey de Francia que siempre me ha impresionado. El
buen rey acudió una maña a la santa misa.
Al salir fue detrás de un humilde campesino, y se arrodilló delante de él. El campesino aterrorizado observaba a su rey de rodillas.
“Su majestad, ¿qué ocurre?”, le peguntó. Entonces el rey habló: “Es que usted ha
comulgado esta mañana en misa y lleva a mi Señor”.
Cuando comulgo, suelo dedicar un tiempo a la oración para agradecer esta gracia inmerecida.
Soy consciente de que me he convertido en un sagrario vivo, que estoy con el Hijo de Dios.
Me gusta agradecer a Jesús, su presencia real en nuestras almas. Es un detalle de amor.
Me gusta mucho rezar el ALMA DE CRISTO después de comulgar, sobre todo cuando llego a la banca. Allí me quedo orando, meditando, reflexionado en este milagro de amor. ¿La conoces? Es una oración muy corta y dice así:
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.
Amable lector, cuando vayas a comulgar, trata a Jesús con delicadeza. Él merece lo mejor de nosotros.
A mí me guasta mucho consentirlo, abrazarlo, con una jaculatoria, mientras espero mi turno para recibirlo en la santa hostia consagrada. Le digo una y otra vez:
No me avergüenzo decirlo en voz alta: “Te amo Jesús”.
Escríbeme y cuéntame tus experiencias en la santa Misa. Te dejo mi correo electrónico:
cv2decastro@hotmail.com
¡Dios te bendiga!