Hay gente que evangeliza sin proponérselo, porque ayuda a cambiar ese pie izquierdo con el que muchas veces nos levantamos
¿Sabes silbar? Es lo que le preguntó San Juan Bosco a Bartolomé Garelli, como punto de partida para que el chaval se sintiera útil.
Siempre he admirado a la gente que va por la calle saludando, sonriendo y deseando un buen día a todo el que se cruza en su camino. Gracias a Dios, hay mucha gente así. Gente que da los buenos días y llama por su nombre a sus vecinos, que sonríe y da las gracias al pagar en el supermercado; que regala un ¿qué tal? a las señoras ancianas de la parroquia; gente que te pide perdón si por descuido te ha pisado… Y es gente que evangeliza sin proponérselo, porque ayuda a cambiar ese pie izquierdo con el que muchas veces nos levantamos.
Cayendo en la cuenta de que, con unos simples gestos que no requieren especial talento, podemos alegrar y animar el día de alguien es como poco bastante prodigioso y fascinante.
El atractivo radica en experimentar el goce que supone la adopción de ciertos buenos hábitos sencillos, en hacerlos perseverar y en advertir que todo ello te ha llevado a ser mejor persona.
La teoría de las ventanas rotas
En 1969, un psicólogo social de la Universidad de Stanford, Philip Zimbardo, llevó a cabo un llamativo experimento que más tarde se convirtió en teoría gracias al trabajo de James Wilson y George Kelling: la Teoría de las Ventanas Rotas.
Esta teoría ha servido como base para el estudio de la criminología y el vandalismo. Los autores proponen que los crímenes en las ciudades comienzan con el desorden.
Lo que nos transmite la Teoría de las Ventanas Rotas es sencillo: cuando en una casa aparece una ventana rota, y esta no se repara pronto, rápidamente el resto de ventanas acaban siendo también destruidas por el vandalismo.
Y te preguntarás ¿y esto por qué? Porque se está dando el mensaje de: esto está abandonado, esto no tiene valor, no hay nadie que se ocupe de ello. Esta misma reflexión podemos aplicarla en positivo a nuestra vida.
Si empatizamos, si somos respetuosos con el prójimo, si somos puntuales, si somos generosos, transmitiremos que el prójimo nos importa, que tiene valor para nosotros y no dejaremos espacio a las ventanas rotas.
Y… ¿por dónde empiezo?
La pregunta puede ser: vale, esto está muy bien, pero… ¿cómo? vivo ego iam non ego, vivit vero in me Christus, no ser uno mismo quien vive sino Cristo. Actuar como Cristo en cada circunstancia de mi vida, en cada instante de la realidad que se me ponga delante.
El intento de afianzar pequeños y virtuosos cambios en nuestra relación con el prójimo nos permite tener un impacto provechoso en nuestra vida y en la de los demás. De este modo, el ser amable, el escuchar a los demás con atención, el contar hasta diez antes de enfadarse, el ser agradecido, el aceptar nuestros errores…
Nos introducen en una mirada que ha entrado en la historia y que permanece en la historia “y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí” (Gálatas 2, 20).
“Yo, pero ya no yo: esta es la fórmula de la existencia cristiana fundada en el bautismo, […], la fórmula de la “novedad” cristiana llamada a transformar el mundo.” (Benedicto XVI, 19 octubre 2006)
Y tú, ¿sabes silbar?
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