El suicidio es la 14ª causa de mortalidad en el mundo, con más de un millón de fallecimientos al año.
En Francia, por ejemplo, una de cada cinco personas tiene ideas suicidas y una de cada cincuenta pasa a la acción, según un sondeo de la Fundación Jean Jaurès realizado por el Ifop en Francia. De modo que estaría afectado un 20 % de la población.
Además, se calcula que una persona se verá confrontada, en un periodo de cuarenta años, con la muerte por suicidio de entre una a tres personas en su entorno inmediato.
Sin embargo, más allá de las cifras, este acto irreparable es un drama que permite medir el dolor que viven quienes deciden quitarse la vida, pero también el de los seres queridos azotados por una desaparición no natural.
Según explica a Aleteia el padre Joël Pralong, se trata de un “gesto desesperado bajo la presión de un dolor que se ha vuelto insoportable”.
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¿Qué dice el Catecismo de la Iglesia católica?
Aunque el tema ha sido durante mucho tiempo tabú, el Catecismo de la Iglesia Católica ofrece este punto de vista:
2281. El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados. El suicidio es contrario al amor del Dios vivo. 2282. (…) Trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida. 2283. No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él solo conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida.
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La misericordia es más grande
En su carta con motivo del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, el papa Francisco precisa:
“Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona”.
E insiste pidiendo “rogar a Dios por los vivos y por los difuntos”. Esta oración a la Virgen María de Charles Péguy por un amigo que se ha suicidado es una hermosa inspiración:
Venimos a suplicaros por ese pobre muchacho que murió como un iluso en el curso de este año, casi en la semana y en el día en que tu Hijo nació en la paja y el afrecho. ¡Oh Virgen!, no era el peor del rebaño. No tenía sino un defecto en su juvenil coraza. Pero la muerte que nos sigue la pista y las huellas pasó por ese hueco que se hizo en la piel. Helo allí ahora en el interior de vuestra regencia. Vos sois la reina y madre y sabréis mostrarlo. Era un ser puro. Vos le haréis entrar en vuestro patrocinio y en vuestra indulgencia. ¡Madre! Helo allí, pues, era nuestra raza, y veinte años después de nosotros, nuestro incremento. ¡Reina! Recibidle en vuestra enmienda. Donde la muerte ha pasado, pasará también la gracia. Charles Péguy (1873-1914)
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