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No dejes nunca de buscar, de soñar
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Los deseos, también los desordenados, siempre esconden una necesidad honda, verdadera. Pensar en ellos en lugar de reprimirlos ayuda a acercarse a lo que buscas, a lo que necesitas…
Un día Jesús preguntó a dos de sus seguidores -Juan y Andrés-: “¿Qué buscáis?”. Ellos le respondieron con otra pregunta: “¿Dónde vives?”.
¿Es la curiosidad, o el deseo lo que mueve los pasos de Juan y Andrés? Quieren saber quién es ese hombre. Quieren conocer a Jesús y se acercan sin esperar que Él se dé cuenta.
Pero Jesús los ve y les pregunta por qué lo buscan. O mejor aún, qué es lo que buscan. Esa pregunta ha recorrido mi alma muchas veces a lo largo de mi vida…
¿Qué me mueve?
He buscado muchas cosas. Me ha movido el deseo de una vida plena, el anhelo de un infinito inalcanzable, el sueño de tocar las estrellas.
Me ha movido la curiosidad, siempre he sido curioso. También esas ansias mías por ser feliz, por alcanzar todo lo que sueño. He buscado con ojos de niño, de joven, de adulto. Y escarbado en medio de los bosques queriendo encontrar la perla escondida.
He subido montañas empinadas queriendo ver la flor oculta en lo alto de la cima. Y deseado tocar la plenitud en noches de insomnio. Como un náufrago soñando la orilla salvadora. Como un buscador perdido que desea hallar lo que no posee.
Así he vivido desentrañando misterios y deseando tocar la meta dibujada ante mis ojos. Hoy me detengo ante esta pregunta que resuena de nuevo en mi alma. ¿Qué busco hoy, qué deseo?
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Busco lo imposible. Y tal vez me detengo ante la realidad que me rodea queriendo que acabe la pandemia, que pase la enfermedad, que vuelva aquella normalidad a la que me había acostumbrado y ahora echo de menos.
Me daría miedo responder que ya no busco nada, que me he cansado de esperar, y de buscar. Es tal vez eso lo que en ocasiones siente mi alma al verse vacía de sueños y deseos, vacía de logros.
No quiero una vida así sin nada a lo que aferrarse. No quiero una vida hueca, vacía. Quiero una vida llena de sueños, insatisfecha, incompleta, siempre en camino. Es la vida que me gusta, la que deseo.
Creo en esa promesa que Dios me hizo un día como a Samuel:
“Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras”.
También a mí me prometió que no me dejaría nunca solo, que no me abandonaría. Y yo le dije lo que repito cada mañana:
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito”.
Es la promesa que se repite en mis entrañas. Le pertenezco a Dios para siempre:
“¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios?”.
No reprimir
Deseo escuchar lo que grita en mi alma y no reprimirlo con falsos miedos. Quiero ser yo mismo, lo sé, soy de Dios para siempre. Y no hay nada fuera de mí que pueda apartarme de Él.
Sólo puede alejarme lo que hay dentro de mí, en mis miedos enfermos, en mis deseos inmaduros. Dios posa siempre de nuevo su mirada sobre mí y me pregunta:
¿Qué buscas?
Y yo quiero decirle que sólo a Él, que sólo quiero vivir a su lado, perder la vida bajo su presencia.
Qué hacer con los deseos que dañan
Y, ¿qué hago con esos deseos que no son de Dios o no me hacen bien o me enferman? Lo tengo claro:
“Negar el deseo no protege del mal, porque el miedo y la negación acaban reforzando, más que atenuando, estas dinámicas. La tarea consiste, más bien, en aprender a leer el deseo, en descifrar el alcance simbólico que lo caracteriza“.
Detrás de mis deseos enfermos o desordenados hay siempre escondido un deseo más hondo, más verdadero, más alto y puro, más sublime. Un deseo que me habla de un ansia de infinito que tiene el corazón. Comenta San Agustín:
“Tu deseo es tu oración; si tu deseo es continuo, también es continua tu oración. El deseo es la oración interior que no conoce interrupción”.
Quiero escuchar ese deseo más hondo que ya es oración. No reprimo lo que deseo, lo que busco. Pero sí trato de encontrar esa montaña a la que tiendo, esa altura inconsciente a la que aspiro. Esa plenitud que dibuja mi corazón enfermo.
Esto es lo que busco
Ese deseo elevado es el que busco con un corazón herido. Busco un amor que no pase y una entrega que sea correspondida. Una vida lograda y no una vida perdida.
Busco una amistad en la que no hagan falta las palabras porque sobran, basta el silencio del abrazo. Una intimidad con Dios que no poseo.
También una música que no deje nunca de sonar y calme todos mis miedos. Un camino fácil o difícil que puedan recorrer mis pies cansados.
Busco metas lejanas, no importa cuánto, pero metas alcanzables. Y resolver problemas que tengan solución. Sueño con lo imposible hecho posible por la gracia de Dios. Todo eso es lo que busco.
Aquí algunos consejos de la Biblia para encontrarlo que necesitas: