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La ocurrencia de Dios para que mi corazón deje de ser infeliz

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 08/01/21
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Hacerse niño indefenso siendo poderoso y venir a mi lado vulnerable, con un poder distinto, el más grande

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Dios se hace carne por algún motivo que no alcanzo a comprender. Se hace hombre como yo, sin pecado, pero sujeto a las tentaciones. Frágil, humano, caduco.

Busco razones teológicas para entender cómo es posible que la omnipotencia se vuelva impotente, y la eternidad se limite en el tiempo. Para lograr entender que el que es camino nazca sin poder caminar. Y el que es la Palabra nazca sin poder hablar.

Todo permanece ante mis ojos lleno de misterio, que a mí, hombre de este siglo, me incomoda. Quiero saberlo todo, comprender todas las cosas, desentrañar lo enredado y desvelar lo oculto.

Pero no lo logro y sigue sin cuadrarme todo en mi alma que quiere razones y las exige.

¿Por qué se hizo niño indefenso siendo poderoso? ¿Por qué asumió ese rostro, esa piel, esa lengua, esa religión, esa tierra? Sigo sin encontrar razones suficientes para elegir un camino y no otro.

Más allá de las razones, la adoración

Pero es Navidad y entonces decido dejarme caer de rodillas en oración ante mi nacimiento. Sin entenderlo acepto la realidad en su belleza, en su misterio. Un Dios sin defensas, vulnerable, ignorante, desconocido, perseguido.

¿Qué peligro podía tener un niño indefenso? Es temible en lo que puede suponer un Dios hecho niño que llegue a ser hombre y pretenda ser rey. Puede intimidar a los poderosos y poner en peligro su poder. Por eso querían matarlo ahora que era indefenso.

Yo sólo quiero que crezca y sea poderoso, y salve el mundo a mi manera, con poder. Lo contemplo en el nacimiento, en mi Belén.

Un niño como cualquier otro. ¿Dónde están sus poderes especiales, esos que yo deseo para enfrentar la vida? ¿En qué puedo ver su inmortalidad que ahora se limita en el tiempo?

¿Dónde están sus manos fuertes que bendicen y hacen milagros, ocultas ahora en esas manos de niño? ¿Cómo puedo encontrar su Palabra viva, la única que salva, cuando en Navidad sólo escucho el llanto de ese niño?

¿Cómo creer lo contrario a lo que me dicen los sentidos? Dios impotente no cambia mi vida. Todo el poder del mundo está sujeto a una impotencia que no me salva.

¿Cuántos años tendré que esperar para que cambie el mundo? ¿Por qué nació huyendo de sus enemigos, escondido y sin protección?

Cuánto enseña su pequeñez

Tantas incongruencias me ponen nervioso a mí que busco justificaciones que le den sentido al absurdo. Me dicen que se hace carne para reconciliar a Dios con el hombre, por ese primer pecado que sigo teniendo en mi alma de querer ser como Dios. Parece que no lo logra.

Sigo sin estar del todo reconciliado con el Dios de mi vida. Más bien creo que Jesús se hizo carne para hacerme ver la vida con sus ojos.

Vino para que aprendiera a usar mi voz y mis palabras como Él lo hizo. Y quizás lo más importante, vino para que aprendiera a ordenar mi amor enfermo.

Un amor como el suyo, desde mi misma carne, es el camino que quiero seguir para ser más niño, más hijo, más de Dios. Me arrodillo ante Jesús en Navidad con el alma encogida. Estoy tan lejos de ser como Él…

Él es el camino. Y su alegría se convierte en mi única forma de vivir. Decía el padre José Kentenich:

“Si su corazón es infeliz, no servirá de nada”.

Vino para que mi corazón dejara de ser infeliz, para eso vino. Se hizo hombre para entregarlo todo por mí, con un corazón manso.

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Kelly Sikkema/Unsplash | CC0

Me cuesta tanto entender esa forma de amar… Yo pongo límites, soy prudente, y creo que si amo más de lo que me aman, seré infeliz. Por eso mido tanto la entrega.

Ese Jesús escondido en mi mismo cuerpo que vive de esa forma nueva y lo hace todo nuevo me desconcierta. Yo estoy más roto, más herido. Y mi amor sale de mí de forma muy desordenada.

Hacerse niño

En Navidad me arrodillo ante el pesebre. Quizás si me hago un poco niño como Él pueda empezar a crecer desde dentro, desde la inocencia más sagrada y llena de confianza: “Sé como un niño que camina tomado de la mano de su Padre poderoso”.

El poder es de Dios y así me siento yo dándole la mano a ese niño indefenso. Es Dios oculto que viene a mostrarme un camino, el de ser niño para descansar en el corazón de Dios y creer en su misericordia.

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JetKat | Shutterstock

No quiero rechazar las apariencias, a veces pesan tanto… La apariencia de un Dios que no puede salvar. Quiero tener fe cuando en mi vida parezca que Dios no me salva, no me saca de la angustia, no acaba con la enfermedad ni con la muerte.

Me parece un Dios indefenso, fallado, perdido. Un Dios impotente que no puede hacer nada. Pero no es así. En medio de mis dudas y mis miedos viene a hacerse carne en mi debilidad. A hacerse uno de los míos. Mi hermano, mi padre, mi hijo.

Viene a salvarme de mi egoísmo, de mi necedad, de mi orgullo, de mi vanidad, de mi soledad. Viene a hacerme sonreír en medio de mis tristezas.

Un poder distinto, el más grande

Puede hacerlo todo nuevo en mí ese niño que parece no tener poder. Pero tiene un poder distinto al que yo busco. El poder más fuerte de todo hombre.

El poder de su amor con el que me ama hasta el extremo y me mira con misericordia en mi fragilidad. Ese poder es el que salva. No hay nada más poderoso que el amor.

Me arrodillo de nuevo ante este Niño. Quiero ser niño, quiero ser confiado, quiero tener paciencia. Y sueño conque Dios Niño haga todo nuevo en mi corazón herido y me llene de paz y de una alegría nueva que nadie me pueda quitar.

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