Leemos, en la segunda carta de san Pablo a Timoteo, la siguiente recomendación:
"Proclama la Palabra de Dios, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar.
Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas".
¿Acaso no suena muy actual la advertencia del apóstol de los gentiles? Sin embargo, podremos atención en el primer párrafo: "insistir a tiempo y a destiempo".
San Pablo demostró durante toda su vida que el celo apostólico lo devoraba y estaba realmente preocupado para que todos se salvaran, y fue tanto su afán para que nadie se perdiera que incluso dijo a los Corintios que él también se vigilaba para salvarse:
"...castigo mi cuerpo y lo tengo sometido, no sea que, después de haber predicado a los demás, yo mismo quede descalificado".
¿Insistir todo el tiempo?
Actualmente nos cuesta un poco entender nuestro compromiso como evangelizadores. Sabemos que los bautizados tenemos obligación de anunciar la buena nueva, pero las reglas de la sociedad nos hacen pensar que no debemos ser inoportunos.
Sin embargo, también recordemos que se trata de un mandato y que va de por medio la vida eterna de aquellos que quizá se molestan porque les hablamos de Dios.
Es en este caso en el que Cristo habla de que el Padre no quiere que nadie se pierda y comenta sobre la corrección de un hermano en privado. Si no hace caso, habrá que buscar a dos o tres testigos. Si aún así no rectifica, decírselo a la comunidad.
Y si ni siquiera así cambia, hay que considerarlo un gentil o un publicano —un pecador empedernido sin remedio, podríamos pensar hoy- (Mt 18, 14-17).
No podemos forzar a nadie a cambiar ni a creer en Jesús y su Iglesia.
¿Cómo podemos cumplir?
Parece una tarea complicada porque vivimos un tiempo de grandes confusiones; por eso los católicos requerimos de formación y guía para no caer en doctrinas extrañas. Y, por supuesto, hay maneras de cumplir el mandato del Señor: hablando, escribiendo, aconsejando y hasta publicando en nuestras redes sociales.
Pero cuando las personas no estén dispuestas a escuchar, lo haremos orando por ellas y dando testimonio. Lo importante es no caer en la indiferencia pensando "allá ellos", siempre quedará el recurso infalible de esforzarnos en mejorar nuestra vida diaria para que los demás vean a Dios en nosotros.